Miguel Riofrío

.
    Información biográfica

  1. A mi esposa
  2. A orillas del Telembí
  3. Josefina
  4. Mi asilo
  5. Nina I
  6. Nina II
  7. Nina III
  8. Nina IV
  9. Nina V
  10. Nina VI


Información biográfica
    Nombre: Miguel Riofrío Sánchez
    Lugar y fecha nacimiento: Loja, Ecuador, 7 de septiembre de 1819
    Lugar y fecha defunción: Lima, Perú, 11 de octubre de 1879 (60 años)
    Nacionalidad: Ecuatoriana
    Ocupación: Político, abogado, periodista, educador, poeta

    Fuente: [Miguel Riofrío] en Wikipedia.org
Arriba

    A mi esposa
      (En su cumpleaños)

      Al breve viaje que llamamos vida,
      Buscarle paz y bendición quisimos,
      La fe nos alumbró, la senda vimos,
      Y en venturosa audacia
      Para juntos seguirla nos unimos.

      Y a los dos, así juntos caminando,
      Bajo el astro propicio que nos guía,
      Nada cansa ni amarga, nada hastía
      De cuanto en fiel presagio
      El bendecido amor nos prometía.

      Ni opacas son, ni estériles las horas
      Que señalando van nuestro camino.
      ¿Qué mayor dicha ni mejor destino
      Que paz, amor, bonanza
      Para el que anda en el mundo peregrino?

      La paz del corazón, cual suave lluvia,
      Da al amor conyugal vida y consuelo,
      Y así fecunda el que bendice el cielo:
      Almo, viril trabajo,
      Cuyo ambiente hace fértil todo suelo.

      Sin anhelar profanos esplendores
      Que dan al vicio fúlgida apariencia,
      Tenemos el fulgor, la sacra herencia
      Que ufana nos ofrece
      Desde su trono augusto la conciencia.

      De un año solo en el estrecho espacio,
      Fuiste virgen y amante y casta esposa,
      Y después de arduo trance, aún más hermosa,
      El título de madre
      Te decora con láurea majestuosa.

      La que está en tu regazo es tu alta esencia
      Por divino favor reproducida,
      De tu amor y mi amor hija querida
      Que absortos contemplamos
      Cual la antorcha que alumbra nuestra vida.

      En ella está tu vivo simulacro
      Desde que al valle del dolor viniste;
      Como ella, tras el llanto sonreíste;
      En ella yo te miro
      Desde la hora feliz en que naciste.

      Así, al rayar de la risueña aurora
      Que recuerda tu luz de primer día,
      Unamos mi contento a tu alegría,
      Mirando nuestra infancia
      Que tu hija reproduce, esposa mía.
    Arriba

    A orillas del Telembí
      No rinde al proscrito cobarde tristeza
      Al ir peregrino de hogar en hogar,
      Pues mira extenderse de Dios la grandeza
      Por montes, y valles, y el cielo y el mar.

      Un punto nos quitan, un punto querido,
      Que patria llamamos con férvido amor;
      Mas, presto encontramos que al punto perdido
      Se sigue en lo inmenso la patria de Dios.

      He visto cien montes de formas extrañas;
      Hollé mil peñascos con tímido pie;
      Crucé con asombro las rudas montañas
      Do moran las fieras con regia altivez.

      Al fin, por descanso, sentado a esta orilla,
      Mirando incesantes las aguas pasar,
      La mente se eleva, se expande y se humilla
      Al ver que aun los siglos son soplo fugaz.

      Cual vagos enjambres, sagradas memorias
      De tiempos remotos se vienen aquí;
      Sucesos y nombres de viejas historias
      En tristes murmurios me da el Telembí.

      De patrias antiguas allá de otros mundos
      Las linfas corrientes vehículo son,
      Que al nuevo universo recuerdos profundos,
      Por siempre indelebles le da en tradición.

      El Gránico, el Misio y al norte el Sangario,
      El áureo Pactolo, el Ermo, el Halís,
      A un mundo de guerras, que es hoy solitario,
      Miraron formarse, crecer y morir.

      Y siguen sus aguas las ruinas bañando
      Y viendo a los siglos, como ellas correr,
      Y siempre incesantes pasando, pasando,
      Verán a naciones que están por nacer.

      Recuerdo el Éufrates, el Tigris y el Nilo,
      Con todos sus cuadros de mística unción,
      Que fueron del pueblo de Dios el asilo
      Y luego de larga, letal proscripción.

      Recuerdo el Sinóis que un tiempo de Troada
      Las regias ciudades bañaba al pasar,
      Y ya solitaria su linfa olvidada
      Hoy pasa lamiendo desierto arenal.

      ¡Oh, cuántos despojos de patria perdida
      Arrastra la riada del tiempo veloz!
      Un punto es la patria y aún menos la vida;
      Busquemos en lo alto la patria de Dios.
    Arriba

    Josefina
      Parece nueva luz, nueva mañana
      En un nuevo horizonte despertar
      La fe que se levanta soberana
      Los abismos del alma a iluminar.

      En este corazón que aletargado
      Nido y sepulcro de ilusiones fue,
      Nunca cual hoy, ¡ah! nunca ha penetrado
      Con suavidades y esplendor la fe.

      Si un lucero miré, presto una nube
      Con negrura mató la inspiración,
      Sólo en ensueños y delirios tuve
      Ninfas de paz, virtud y abnegación.

      Mas, yo era injusto al contemplar el suelo
      Cual la más tenebrosa realidad,
      Donde sólo alumbrara por consuelo
      La enrarecida luz de la amistad.

      Pues, con tu aliento al fin has encendido
      Todas las luces que apagarse vi
      En el largo camino recorrido
      ¡Oh, virgen pura, hasta llegar a ti!

      Tantos cardos y abrojos que he hollado
      Buscando la verdad entre el error,
      Sólo al llegar a ti me han enseñado
      Que la excelsa verdad es el amor.

      Por ardua senda ¡oh Dios! ¿quién lo dijera?
      Peregrino llegando hasta tu hogar
      Con el cansancio del que nada espera
      ¡Un cielo en tu alma de improviso hallar!

      Tú conoces mi lóbrego pasado,
      Mi estéril vida, mi fatal sufrir...
      Y mi amor con el tuyo has abrigado
      Sin temer el dudoso porvenir.

      Tú nada en nuestras pláticas oíste
      De cuanto halaga o priva la mujer;
      Proscripción, infortunio sólo viste
      En vez de juventud, oro y poder.

      Por nupcial prenda con unión nos dimos
      De las estrellas la sublime luz,
      Y nuestras almas ante Dios unimos
      Para juntos llevar corona y cruz.
    Arriba

    Mi asilo
      En mi memoria estás, mansión querida,
      Con signos indelebles señalada,
      Tú que alargas las horas de una vida
      Al rigor de un suplicio destinada.

      Mientras furioso a la venganza aspira
      El déspota en frenético ardimiento,
      Dulcemente mi pecho aquí respira
      Tu ambiente puro, de cuidado exento.

      Me detienes seguro meditando
      Desde el tranquilo y sosegado encierro,
      En esas que me están hoy aguardando
      Rudas cadenas de pesado hierro:

      En el arma homicida que el sicario
      Al preparar se inmuta y amancilla,
      Y en las luces de aspecto funerario
      Que pálidas alumbran la capilla...

      Se grita allá que la inocencia muera,
      Y aquí se alarga la inocente vida...
      ¡Ah!, ¿quién un holocausto no ofreciera
      A esta mansión del cielo bendecida?

      Mas, ¿qué puede a su albergue hospitalario
      Hoy ofrecer el trovador proscrito,
      Sino un mísero canto solitario
      Que firme quede en la memoria escrito?

      Vencida por humanos extravíos,
      Huyó la libertad del patrio suelo,
      Pero su influencia en los recuerdos míos
      Le da a mi asilo espiritual consuelo.

      Si fuera permitido a mis cantares
      Alzarse, como el humo del incienso,
      Cruzando la extensión de abiertos mares,
      Así dijera en horizonte inmenso:

      Aquí te extiendas, libertad sublime,
      Ostentando tu esencia ilimitada;
      Más benéfica allá, ¿no fuiste, dime,
      Donde animabas mi feliz morada?

      Al contemplar aquí tu poderío
      Confundida la mente se extasía;
      Dada en gotas allá, como el rocío,
      Sediento el corazón de ti bebía.

      Aquí estás estupenda, allá, piadosa,
      De vencedor y mártir una palma
      Le diste al trovador: ora ruidosa,
      Ora en silencio fecundaste su alma.

      Ruidosa en esas músicas festivas
      Con que un pueblo feliz te saludaba,
      Entre algazaras y solemnes vivas,
      Que el aire a lo alto con placer llevaba.

      Sigilosa después, tras denso velo,
      En silencio alargaste amiga mano
      Y un asilo le diste por consuelo,
      Al que de muerte persiguió el tirano.

      En este asilo el libre pensamiento
      En vez de desmayar se enorgullece,
      Pues si su pluma le arrancó el tormento,
      La corona de mártir le enaltece.

      Y luego, en variedad, objetos tantos
      De un efluvio vital siempre halagüeño,
      En la vigilia dan dulces encantos
      Que reproduce el apacible sueño.

      La luz primera que por limpia gasa
      O por alta vidriera cristalina,
      Lánguida y suave a iluminarme pasa
      Es mi dulce visita matutina.

      Ángeles de piedad están guardando
      La inútil vida de infeliz proscrito,
      Del verdugo que está siempre acechando
      Con siniestra avidez, como a un precito.

      En vez de los escarnios y baldones
      Que del cautivo agravan la amargura,
      Escucho ya las mágicas canciones
      Que exhala el pecho de una virgen pura.

      Y es el aura sutil de esos acentos
      Manantial de fecunda inspiración,
      Pues engendra sublimes sentimientos
      Agitando el latir del corazón.

      Cuando el silencio sigue a la armonía
      Del inocente canto virginal,
      Viene, como en atmósfera sombría,
      De la patria el recuerdo funeral.

      ¡Ay!, entonces sus trovas de amargura
      Con plañidos exhala mi laúd,
      Cual si viera una joven hermosura
      Opresa en la estrechez de un ataúd.

      Mas tiene la vital melancolía
      Espacios sin confín que recorrer,
      Ellos muestran fugaz la tiranía
      Y el hoy campante destructor poder.

      Por próximas regiones se encamina,
      Cual la modesta luz del arrebol,
      Esa de libertad llama divina
      Hacia este suelo que fecunda el sol.

      Entre tanto ¡oh albergue! la vida
      Del proscrito fluctuante sostén,
      No consientas que vague perdida
      De las olas del mundo al vaivén.

      Vuelva, virgen, tu acento divino
      Su balsámico influjo a verter
      En el mártir que tienes vecino
      Procurando su plectro mover.

      ¡Oh cuán grata en el alma resuena!
      ¡Cuánto se ama esta vida fugaz,
      Cuando exhalas tu voz de sirena
      De melódica cuerda al compás!

      ¡Todo entonces, grandioso, esplendente,
      Nos revela un divino poder,
      Y el poeta, inclinando la frente,
      Ama a Dios, la creación, la mujer!
    Arriba

    Nina I
      Descendiente de los Shyris,
      Chaloya, padre de Nina,
      Huyendo de Rumiñahui
      Subió a lo alto del Pichincha.

      Al mirar columnas de humo
      Y entender que Quito ardía,
      Alzó sus ojos al cielo
      Y postrose de rodillas.

      Chaloya, aunque de alta estirpe,
      No fue tenido en valía,
      Porque a la corte enojaba
      Su ardiente sed de justicia.

      Alejado de los grandes,
      Sin odio, pena ni envidia,
      En lo invisible ocupaba
      Su mente contemplativa.

      Presagiaba suspirando
      Que la patria acabaría
      Entregándose a extranjeros,
      Devorada por sí misma.

      Por mitigar sus congojas
      Oraba de cima en cima,
      Y, en la suprema desgracia,
      Prefirió la del Pichincha.

      El pensamiento y las huellas
      De su padre siguió la hija,
      Y en esta vez asustados
      Otros a ella la seguían.

      Era todo movimiento,
      Confusión, llanto, fatiga;
      Por oír entonces al justo
      Suben varios al Pichincha.

      Resbalando entre la nieve,
      Ante todos llega Nina;
      Ve a su padre, mira al cielo,
      Llora, y como él se arrodilla.

      Iban los demás llegando
      En confusa vocería;
      Uno maldice al tirano,
      Maldice otro la conquista;

      Quien amenaza, quien jura,
      Quien blasfema, quien suspira.
      Chaloya se alza, oye a todos
      Y dirigiéndose a la hija:

      "Llora -dice- el llanto es justo,
      Pues la patria está en cenizas;
      Mas no maldigas a nadie,
      Sólo la culpa es maldita.

      "¿Y quién de culpa está libre
      Ante el sol de la justicia?
      El valor se torna en culpa,
      Si con culpas se ejercita.

      "Es culpa la mansedumbre
      Que ante las culpas se humilla;
      Ejerciéndola en exceso
      Es culpa la virtud misma.

      "Tras las culpas hay desgracias,
      Si todo no se equilibra.
      Sin nada más, nada menos
      De lo que el sol determina.

      "Rumiñahui valeroso
      Quiso defender al Inca;
      Mas nuestro monarca, manso
      Se entregó, cual tortolilla.

      "Le devoraron milanos
      Que nuestra raza asesinan;
      Librarnos de tal peligro
      Ha intentado el héroe quichua.

      "Pero la nación estaba
      En cien bandos dividida;
      Cada bando era una culpa
      Que engendraba cien desdichas.

      "En despecho, Rumiñahui 
      Llegó a la culpa infinita
      De la matanza y el fuego
      Que contemplas pavorida.

      "Por las culpas de sus hijos
      Gime la patria cautiva,
      Pues ya miro consumada
      La más sangrienta conquista.

      "Infelice, cual ninguna,
      Será la raza vencida;
      Pero nunca la triunfante
      Podrá excitar nuestra envidia.

      "Nuestra prole a la indigencia
      Estará siempre sumisa;
      Será la bestia de carga
      De la crueldad y avaricia.

      "Pero ¡oh sol! tú no perdonas
      Crueldades ni alevosías;
      A ti que a todos alumbras,
      Todos te deben justicia.

      "Y tus leyes quebrantadas
      Se llaman guerra, conquista,
      Odio, rabia, furia, celos
      Y frenética codicia.

      "El sol con la servidumbre,
      A nuestra patria castiga
      Y deja a la raza intrusa
      Castigarse por sí misma".
    Arriba

    Nina II
      Dispersose el auditorio
      Por las orientales vías;
      Cual perplejo, cual bramando,
      Cual con el alma afligida.

      Hacia occidente, do arroja
      El volcán lava y ceniza,
      Las montañas solitarias
      Eran del hombre temidas.

      Allí tramontano asilo
      Buscó Chaloya con su hija;
      Bajaron, besando el suelo,
      Como postrer despedida.
    Arriba

    Nina III
      Era fama que Atahualpa,
      Viendo bella y pura a Nina,
      Quiso al templo consagrarla
      Y que ella respondió al Inca:

      "Perdí a mi madre en la cuna,
      Mas no la doy por perdida,
      Porque, cuando pienso en ella,
      Junto su alma con la mía.

      "Ella era esposa, era madre,
      Y así era la virtud misma;
      Fue para el sol virgen pura,
      Pues tuvo alma sin mancilla.

      "Con arrullo de paloma
      Mi padre, desde muy niña,
      Me enseñó a ver en el cielo
      A mi madre y la justicia.

      "Para que en el sol pensara
      Más que en mí, me llamó Nina.
      Yo soy, pues, del sol la virgen,
      Mas mi templo es la campiña.

      "En los prados y en los bosques,
      En oteros y colinas,
      En tantos cerros nevados
      Que por doquier se divisan,

      "Difunde el padre sus rayos,
      Con ellos todo ilumina,
      Y todo se muestra en orden
      Y variedad infinita.

      "Con ellos, todo despierta,
      Se colora, se matiza,
      Se fecunda, se embellece
      Y a adorarte ¡oh Sol! convida.

      "Millares de aves te cantan
      Entre las selvas floridas.
      ¿Por qué esconder entre muros
      Tu alta gloria y nuestra dicha?

      "Yo seré del sol la virgen
      Sin verme nunca oprimida,
      Cual si la Bondad Suprema
      Fuera celosa y mezquina.

      "Quiero libre, no entre muros,
      Consagrar el alma mía
      Al que mostrando grandezas
      Quiso hacer grande la vida".

      Admirado y temeroso
      De tan extraña doctrina,
      El rey mandó que en su corte
      Nunca penetrara Nina.

      Y ella vagaba en los bosques
      Libre como la neblina,
      Admirando en cielo y tierra
      La eterna sabiduría.
    Arriba

    Nina IV
      El tirano Rumiñahui,
      Aún las teas encendidas,
      Completada la obra horrenda
      De desolación y ruina,

      Oyó, sarcástico riendo,
      Esta importante noticia:
      "El hipócrita Chaloya
      Queda en lo alto del Pichincha;

      "Su hija ante el sol y la luna
      Postrándose de rodillas
      Dice que ellos le inspiraron
      Cierta egregia negativa.

      "Pues recordarás que ingrata,
      Rebelde, osada y sacrílega,
      No quiso entrar en el templo,
      Por vagar en la campiña.

      "Al ver que son tus esposas,
      Las que en el templo existían,
      Y que tú, justo y severo,
      Con la muerte las castigas,

      "Dice que el sol la ha librado
      Con su inspiración divina
      De sufrir, como las otras,
      Tu espantosa tiranía.

      "Su padre, cual Duchicela,
      Quizá ofrezca mano amiga...".
      Rumiñahui, interrumpiendo,
      Dio estas órdenes de prisa:

      "Cien chasquis y cien soldados
      Y cien diestros en la pista,
      Con alas en calcañares
      Vuelen en torno al Pichincha;

      "Y, ya veis que aún no anochece,
      Mañana al rayar el día
      Estarán en mi presencia
      Atados Chaloya y su hija".

      Con imperiosa guiñada
      Un jefe da la consigna,
      Y oficiales y soldados
      Alzan su arma y su mochila.

      Por grupos de cinco en cinco
      Van los diestros en la pista,
      Y los chasquis se colocan
      A razón de uno por milla.

      De diez en diez los soldados
      Van con honda, aljaba y pica;
      Los capitanes, oculta,
      Llevan bélica bocina.

      Con astucia y ligereza
      Que al zorro y la corza imitan,
      Llevan, ávidos del premio,
      Ágil planta y ágil vista.
    Arriba

    Nina V
      Pasada horrenda la noche
      Entre humo, llama y cenizas,
      Con siniestro regocijo
      Rumiñahui la luz mira.

      Espera chasquis que anuncien
      La llegada de las víctimas,
      Y entre tanto un plan nefario
      Revuelve en su fantasía.

      Un sentimiento piadoso
      Le acomete y se retira,
      Cual si dos almas tuviera
      Una de héroe, otra ferina.

      Con extraño movimiento
      Las entrañas le palpitan,
      Al pensar en la inocencia
      De un padre amante y una hija.

      Pero luego recobrando
      Su volcánica energía,
      Se goza en el cuadro horrible
      Que su crueldad imagina.

      Pronto verá de Chaloya
      La cabeza encanecida
      Inclinarse demandando
      Perdón, piedad para su hija;

      Y ya ensaya la respuesta
      Que dará con gallardía,
      Haciendo regia y solemne
      Su venganza y su lascivia.

      Con señales de impaciencia,
      Al sol, al suelo, al Pichincha,
      A sus tropas y a sus teas,
      Lleva alternando su vista.

      Mas iba el sol señalando
      Horas lentas y tardías;
      Unas tras otras pasaban,
      Y ningún chasqui volvía.

      El tirano enfurecido
      El exterminio maquina
      De los trescientos enviados;
      Y a enviar mil se disponía.

      Pero luego se le anuncia
      Con la fúnebre bocina,
      Que los trescientos se acercan,
      Mas sin Chaloya ni su hija.

      El tirano va al encuentro
      Con su lanza enrojecida;
      Los trescientos al mirarle
      Todos a una se arrodillan.

      Temblando el capitán dice:
      "Puedes quitarnos la vida,
      Mas no por desobediencia,
      Ni flojedad, ni mentira.

      "Todos lo hemos presenciado:
      El asombro nos abisma...
      Te juramos que no existen
      Ni Chaloya, ni su hija".

      "¿Los matasteis o murieron?
      Decid, pues, ¿qué es de su vida?",
      Les preguntó Rumiñahui
      Con la voz ya enronquecida.

      En respuesta le refieren
      Insólita maravilla:
      Dicen que frescas las huellas
      Les fue fácil el seguirlas;

      Que siguiéndolas miraron,
      A manera de neblina,
      Blanca luz en alta noche
      Por la lluvia ennegrecida;

      Que en el rincón escondido
      De donde la luz salía,
      Descubrieron una fuente
      Que manaba como hervida;

      Que sólo hasta allí llegaban
      Las breves plantas de Nina;
      Y solas las de su padre
      Hasta otra fuente seguían;

      Y que de allí en adelante,
      Ni hacia abajo, ni hacia arriba,
      Hallaron vestigio alguno
      Los más diestros en la pista.
    Arriba

    Nina VI
      Por el sur ya Benalcázar
      Avanzaba a toda brida,
      Aliado con Duchicela
      De la estirpe de los Incas.

      Por el norte ya Otavalo
      Con ingeniosa perfidia,
      Había dejado indefensa
      Y airada la raza quichua.

      Por occidente un prodigio
      Deja en fuentes cristalinas
      La fecundante memoria
      De la virtud perseguida.

      Mas en tanto, sin rendirse
      Del tirano la osadía,
      Dijo: "Si unos dan su nombre
      A las aguas movedizas,

      "Yo a mi nombre y mis hazañas,
      Que ya la fama publica,
      Dejaré por monumento
      Lo que cuadra al alma mía,

      "Un agrio cerro negruzco
      Que deje por siempre fija
      Con su dureza y sus cortes
      La imagen de la conquista".

      Y andando por ruta opuesta
      A la de Chaloya y Nina,
      Llegó a punto do un estruendo
      Dejó un picacho a la vista.

      Desde entonces Nina-yacu
      Con puras y ardentes linfas,
      Sirven de brazo al Chaloya
      Y agrandándose camina.

      El Rumiñahui se ostenta
      Inmoble, estéril, sin vida,
      Con sus ásperos peñascos,
      Negro y rudo hasta la cima.

      Y así aún en torno suyo
      Esa majestad domina,
      Difundiendo las influencias
      Del tiempo que simboliza.

      Mas, en tiempos venideros,
      Según viejas profecías,
      Iluminará la patria
      El espíritu de Nina.
    Arriba