Manuel María Flores

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    Información biográfica

  1. Adiós
  2. Adoración
  3. Amémonos
  4. Ausencia
  5. Bajo las palmas
  6. Ecos
  7. El beso
  8. El sol
  9. En el baño
  10. Flor de un día
  11. Francesca
  12. Frío (Cuento bohemio)
  13. Mi ángel
  14. No te olvido
  15. Nupcial
  16. Orgía
  17. Pasión
  18. Soñaba (Heine)
  19. Soñando
  20. Tu cabellera
  21. Tu imagen
  22. Un beso nada más
  23. Ven


Información biográfica
    Nombre: Manuel María Flores
    Lugar y fecha nacimiento: San Andrés Chalchicomula, Puebla, México, 1840
    Lugar y fecha defunción: México D.F., México, 1885 (45 años)
    Ocupación: Político, escritor, poeta
    Movimiento: Romanticismo mexicano
    Destacan: "Amémonos", "El beso", "Flor de un día"

    Fuente: [Manuel María Flores] en Wikipedia.org
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    Adiós
      Adiós para siempre, mitad de mi vida,
      Un alma tan sólo teníamos los dos;
      Mas hoy es preciso que esta alma divida
      La amarga palabra del último adiós.

      ¿Por qué nos separan? ¿No saben acaso
      Que pasa la vida cual pasa la flor?
      Cruzamos el mundo como aves de paso...
      Mañana la tumba, ¿por qué hoy el dolor?

      ¿La dicha secreta de dos que se adoran
      Enoja a los cielos, y es fuerza sufrir?
      ¿Tan sólo son gratas las almas que lloran
      Al torvo destino?... ¿La ley es morir?...

      ¿Quién es el destino?... Te arroja a mis brazos,
      En mi alma te imprime, te infunde en mi ser,
      Y bárbaro luego me arranca a pedazos
      El alma y la vida contigo... ¿por qué?

      Adiós... es preciso. No llores... y parte.
      La dicha de vernos nos quitan no más;
      Pero un solo instante dejar de adorarte,
      Hacer que te olvide, ¿lo pueden? ¡Jamás!

      Con lazos eternos nos hemos unido;
      En vano el destino nos hiere a los dos...
      ¡Las almas que se aman no tienen olvido,
      No tienen ausencia, no tienen adiós!
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    Adoración
      Como al ara de Dios llega el creyente,
      Trémulo el labio al exhalar el ruego,
      Turbado el corazón, baja la frente,
      Así, mujer, a tu presencia llego.

      ¡No de mí apartes tus divinos ojos!
      Pálida está mi frente, de dolores;
      ¿Para qué castigar con tus enojos
      Al que es tan infeliz con sus amores?

      Soy un esclavo que a tus pies se humilla
      Y suplicante tu piedad reclama,
      Que con las manos juntas se arrodilla
      Para decir con miedo... ¡que te ama!

      ¡Te ama! Y el alma que el amor bendice
      Tiembla al sentirle, como débil hoja;
      ¡Te ama! Y el corazón cuando lo dice
      En yo no sé qué lágrimas se moja.

      Perdóname este amor, llama sagrada,
      Luz de los cielos que bebí en tus ojos,
      Sonrisa de los ángeles, bañada
      En la dulzura de tus labios rojos.

      ¡Perdóname este amor! A mí ha venido
      Como la luz a la pupila abierta,
      Como viene la música al oído,
      Como la vida a la esperanza muerta.

      Fue una chispa de tu alma desprendida
      En el beso de luz de tu mirada,
      Que al abrasar mi corazón en vida
      Dejó mi alma a la tuya desposada.

      Y este amor es el aire que respiro,
      Ilusión imposible que atesoro,
      Inefable palabra que suspiro
      Y dulcísima lágrima que lloro.

      Es el ángel espléndido y risueño
      Que con sus alas en mi frente toca,
      Y que deja -perdóname... ¡es un sueño!-
      El beso de los cielos en mi boca.

      ¡Mujer, mujer! Mi, corazón de fuego,
      De amor no sabe la palabra santa,
      Pero palpita en el supremo ruego
      Que vengo a sollozar ante tu planta.

      ¿No sabes que por sólo las delicias
      De oír el canto, que tu voz encierra,
      Cambiara yo, dichoso, las caricias
      De todas las mujeres de la tierra?

      ¿Que por seguir tu sombra, mi María,
      Sellando el labio, a la importuna queja,
      De lágrimas y besos cubriría
      La leve huella que tu planta deja?

      ¿Que por oír en cariñoso acento
      Mi pobre nombre entre tus labios rojos,
      Para escucharte detendré mi aliento,
      Para mirarte me pondré de hinojos?

      ¿Que por sentir en mi dichosa frente
      Tu dulce labio con pasión impreso,
      Te diera yo, con mi vivir presente,
      Toda mi eternidad... por sólo un beso?

      Pero si tanto, amor, delirio tanto,
      Tanta ternura ante tus pies traída,
      Empapada con gotas de mi llanto,
      Formada con la esencia de mi vida;

      Si este grito de amor, íntimo, ardiente,
      No llega a ti; si mi pasión es loca...
      Perdona los delirios de mi mente,
      Perdona las palabras de tu boca.

      Y ya no más mi ruego sollozante
      Irá a turbar tu indiferente calma...
      Pero mí amor hasta el postrer instante
      Te daré con las lágrimas del alma.
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    Amémonos
      Buscaba mi alma con afán tu alma,
      Buscaba yo la virgen que mi frente
      Tocaba con su labio dulcemente
      En el febril insomnio del amor.

      Buscaba la mujer pálida y bella
      Que en sueño me visita desde niño,
      Para partir con ella mi cariño,
      Para partir con ella mi dolor.

      Como en la sacra soledad del templo
      Sin ver a Dios se siente su presencia,
      Yo presentí en el mundo tu existencia,
      Y, como a Dios, sin verte, te adoré.

      Y demandando sin cesar al cielo
      La dulce compañera de mi suerte,
      Muy lejos yo de ti, sin conocerte
      En la ara de mi amor te levanté.

      No preguntaba ni sabía tu nombre,
      ¿En dónde iba a encontrarte? Lo ignoraba;
      Pero tu imagen dentro el alma estaba,
      Más bien presentimiento que ilusión.

      Y apenas te miré... tú eras ángel
      Compañero ideal de mi desvelo,
      La casta virgen de mirar de cielo
      Y de la frente pálida de amor.

      Y a la primera vez que nuestros ojos
      Sus miradas magnéticas cruzaron,
      Sin buscarse, las manos se encontraron
      Y nos dijimos "te amo" sin hablar

      Un sonrojo purísimo en tu frente,
      Algo de palidez sobre la mía,
      Y una sonrisa que hasta Dios subía...
      Así nos comprendimos... nada más.

      ¡Amémonos, mi bien! En este mundo
      Donde lágrimas tantas se derraman,
      Las que vierten quizá los que se aman
      Tienen yo no sé que de bendición,

      Dos corazones en dichoso vuelo;
      ¡Amémonos, mi bien! Tiendan sus alas
      Amar es ver el entreabierto cielo
      Y levantar el alma en asunción.

      Amar es empapar el pensamiento
      En la fragancia del Edén perdido;
      Amar es... amar es llevar herido
      Con un dardo celeste el corazón.

      Es tocar los dinteles de la gloria,
      Es ver tus ojos, escuchar tu acento,
      En el alma sentir el firmamento
      Y morir a tus pies de adoración.
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    Ausencia
      ¡Quién me diera tomar tus manos blancas
      Para apretarme el corazón con ellas,
      Y besarlas... besarlas, escuchando
      De tu amor las dulcísimas querellas!

      ¡Quién me diera sentir sobre mi pecho,
      Reclinada tu lánguida cabeza,
      Y escuchar, como en antes, tus suspiros
      Tus suspiros de amor y de tristeza!

      ¡Quién me diera posar casto y suave
      Mi cariñoso labio en tus cabellos,
      Y que sintieras sollozar mi alma
      En cada beso que dejara en ellos!

      ¡Quién me diera robar un solo rayo
      De aquella luz de tu mirar en calma,
      Para tener, al separarnos luego,
      Con qué alumbrar la soledad del alma!

      ¡Oh, quién me diera ser tu misma sombra,
      El mismo ambiente que tu rostro baña,
      Y, por besar tus ojos celestiales,
      La lágrima que tiembla en tu pestaña!

      ¡Y ser un corazón todo alegría,
      Nido de luz y de divinas flores,
      En que durmiese tu alma de paloma
      El sueño virginal de sus amores!

      Pero en su triste soledad, el alma
      Es sombra y nada más, sombra y enojos...
      ¿Cuándo esta noche de la negra ausencia
      Disipará la aurora de tus ojos?
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    Bajo las palmas
      Morena por el sol de mediodía
      Que en llama de oro fúlgido la baña,
      Es la agreste beldad del alma mía,
      La rosa tropical de la montaña.

      Diole la selva su belleza ardiente;
      Diole la palma su gallardo talle;
      En su pasión hay algo del torrente
      Que se despeña desbordado al valle.

      Sus miradas son luz, noche sus ojos;
      La pasión en su rostro centellea,
      Y late el beso entre sus labios rojos
      Cuando desmaya su pupila hebrea.

      Me tiembla el corazón cuando la nombro;
      Cuando sueño con ella, me embeleso;
      Y en cada flor con que su senda alfombro
      Pusiera un alma como pongo un beso.

      Allá en la soledad, entre las flores,
      Nos amamos sin fin a cielo abierto,
      Y tienen nuestros férvidos amores
      La inmensidad soberbia del desierto.

      Ella, regia, la beldad altiva,
      Soñadora de castos embelesos,
      Se doblega cual tierna sensitiva
      Al aura ardiente de mis locos besos.

      Y tiene el bosque voluptuosa sombra,
      Profundos y selvosos laberintos,
      Y grutas perfumadas, con alfombra
      De eneldos y tapices de jacintos.

      Y palmas de soberbios abanicos
      Mecidos por los vientos sonoros,
      Aves salvajes de canoros picos
      Y lejanos torrentes caudalosos.

      Los naranjos en flor que nos guarecen
      Perfuman el ambiente, y en su alfombra
      Un tálamo los musgos nos ofrecen
      De las gallardas palmas a la sombra.

      Por pabellón tenemos la techumbre
      Del azul de los cielos soberano,
      Y por antorcha de himeneo la lumbre
      Del espléndido sol americano.

      Y se oyen tronadores los torrentes
      Y las aves salvajes en conciertos,
      En tanto celebramos indolentes
      Nuestros libres amores del desierto.

      Los labios de los dos, con fuego impresos,
      Se dicen en secreto de las almas;
      Después.... desmayan lánguidos los besos
      Y a la sombra quedamos de las palmas.
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    Ecos
      Mirad la aurora,
      Madre del día,
      ¡Cómo derrama
      Luz, alegría!

      Allá en el cielo
      Todo es fulgores;
      ¡Todo en la tierra
      Cantos y flores!

      Sobre las hojas
      Tiemblan las perlas,
      Vienen las brisas
      A recogerlas.

      Saltando el ave
      Trina en la rama,
      Brilla el aljófar
      Sobre la grama.

      ¿Do va el incienso,
      De los aromas?
      ¿Qué dice el ritmo
      De las palomas?...

      Y todo, luce,
      Canta, se agita,
      Vida sagrada
      Doquier palpita.

      Alza la tierra
      Su amante coro,
      Y el sol la paga
      Con besos de oro.

      Luego, la noche
      Su negra tienda
      Abre del mundo
      Sobre la senda.

      Y entre la sombra
      Muda y tranquila
      Asoma el astro
      Su alba pupila.

      ¿Sois, por ventura,
      Blancas estrellas,
      Del cielo al mundo
      Lágrimas bellas?

      ¿Joyas que bordan
      El regio velo?
      Con que a la tierra
      Cobija el cielo?

      ¿Chispas que lanza
      La eterna sombra?
      ¿Polvo que deja
      Dios en su alfombra?...

      Astros y flores
      Quizá no viera
      Si amor al alma
      Su luz no diera.

      Las vagas notas
      Que el arpa lanza,
      ¿No son el himno
      De la esperanza?

      El alma encierra
      Luz, armonía,
      Es una aurora
      La fantasía.

      Doquier que vague
      Mi pensamiento,
      La miel recoge
      De un sentimiento.

      Cual mariposa
      Va la ilusión
      Sobre las flores
      De la creación.

      En los ruidos
      Que se levantan
      Hay dulces ecos,
      Voces que cantan.

      Rumor de besos
      Y de suspiros
      Flota en las alas
      De los céfiros.

      Como en la selva
      Trinan las aves,
      Hay en el alma
      Voces suaves.

      Ecos solemnes
      Desconocidos,
      Por voz humana
      No traducidos,

      Ecos que el alma
      Tímida esconde,
      Ecos que vienen
      De no sé dónde.

      Quizá del verbo
      Del alma inmensa
      Que dice al hombre
      Que vela y piensa:

      "-De toda vida
      Yo soy la llama:
      Contempla, adora,
      Espera y ama."

      Yo creo. Por eso
      Mi alma levanto.
      Amo, y espero...
      Por eso canto.
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    El beso
      La luz de ocaso moribunda toca
      Del pinar los follajes tembladores;
      Suspiran en el bosque los rumores
      Y las tórtolas gimen en la roca.

      Es el instante que el amor invoca,
      Ven junto a mí; te sostendré con flores,
      Mientras roban volando los amores
      El dulce beso de tu dulce boca.

      La virgen suspiró; sus labios rojos
      Apenas, "¡Yo te amo!" murmuraron,
      Se entrecerraron lánguidos los ojos,

      Los labios a los labios se juntaron
      Y las frentes bañadas de sonrojos,
      Al peso de la dicha se doblaron.
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    El sol
      Y no buscaste un sol, no; le tenías
      Dentro del corazón, y ya el instante
      De su feliz oriente presentías...

      ¡Ese sol era Amor! Astro fecundo
      Que el corazón inflama
      Y, con su fuego iluminando el mundo,
      Como un sol en el alma se derrama.
      Ante él los sueños de la fe benditos,
      Las blancas ilusiones, la esperanza,
      Y del alma la virgen poesía,
      Todo en enjambre celestial se lanza
      A hacer en torno al corazón el día.

      Así también el sol del firmamento
      Fúlgido al asomar. La flecha de oro
      De su rayo primer rasga el espacio...
      En el pálido azul del éter vago,
      Las últimas estrellas
      Cintilan en sus limbos de topacio,
      Tiemblan, se apagan tímidas... y luego
      El astro rey desde el confín profundo
      Sacude sobre el mundo
      Su cabellera espléndida de fuego.

      Como bocas amantes
      Que se aprestan al beso voluptuosas,
      Entreabren palpitantes
      Su incensario de púrpura las rosas.
      Las brisas se levantan
      A despertar los pájaros dormidos
      En el tibio regazo de sus nidos,
      Y ellos, alegres, despertando, cantan.
      Y cantando despiertan
      El inquieto rumor de los follajes,
      Y el bosque todo, saludando al día
      Desata la magnífica armonía
      De sus himnos solemnes y salvajes.

      Y todo es vida rebosando amores
      Y todo amores rebosando vida.
      Desde el trémulo seno de las flores
      Cargadas de rocío;
      Desde el murmullo del cristal del río,
      Y el retumbo soberbio de los mares;
      Desde la excelsa cumbre de los montes
      Y el azul de los anchos horizontes
      Hasta la inmensidad del firmamento,
      Es todo luz, perfumes y cantares,
      Es todo amor, y vida y movimiento.

      Tu sol, el de tu amor, por mucho tiempo
      Dentro de tu alma retardó su oriente;
      Por mucho tiempo su divino rayo
      No iluminó sobre tu regia frente
      Las lindas flores de tu rico mayo.
      Por mucho tiempo en vano la belleza
      Te revistió de sus preciosas galas,
      Y en torno de tu espléndida cabeza
      Impaciente el amor batió sus alas.

      Por mucho tiempo así. Llegó el momento,
      La ansiada aurora, el despertar fecundo:
      Y tú lo sabes bien: dentro de mi alma,
      Ante el sol de tu amor, alzóse un mundo.

      El mundo de mi loca fantasía,
      Mi mundo de poeta,
      Un pedazo de cielo que se abría
      En la región del alma más secreta,
      Un enjambre de sueños voladores
      En torno de dos almas cariñosas,
      Y del alba a los tibios resplandores
      Un escondido tálamo de rosas
      Para el sueño nupcial de los amores.

      Un cáliz desbordado de embriagueces,
      De inmortales delicias,
      Un torrente de besos, de suspiros,
      De lágrimas de amor y de caricias.
      ¡Ah! ¿Dónde estaba de mi lira ardiente
      La orgullosa canción que supe un día?
      ¿Do la palabra que, bañado en fuego,
      Al oído feliz de la belleza,
      En otro tiempo modular sabía?
      ¿Do las flores gentiles que el poeta
      Al pasar la Hermosura derramaba
      Con musa fácil, juvenil e inquieta?

      ¿En dónde está mi audacia, en otro tiempo.
      En otro tiempo tan feliz y loca...?

      Ante el sol del amor que vi en tus ojos,
      Cayó a tus pies mi adoración de hinojos
      Mi alma tembló y enmudeció mi boca.
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    En el baño
      Alegre y sola en el recodo blando
      Que forma entre los árboles el río
      Al fresco abrigo del ramaje umbrío
      Se está la niña de mi amor bañando.

      Traviesa con las ondas jugueteando
      El busto saca del remanso frío,
      Y ríe y salpica el glacial rocío
      El blanco seno, de rubor temblando.

      Al verla tan hermosa, entre el follaje
      El viento apenas susurrando gira,
      Salta trinando el pájaro salvaje,

      El sol más poco a poco se retira;
      Todo calla... y Amor, entre el ramaje,
      A escondidas mirándola, suspira.
    Arriba

    Flor de un día
      Yo di un eterno adiós a los placeres
      Cuando la pena doblegó mi frente,
      Y me soñé, mujer, indiferente
      Al estúpido amor de las mujeres.

      En mi orgullo insensato yo creía
      Que estaba el mundo para mí desierto,
      Y que en lugar de corazón tenía
      Una insensible lápida de muerto.

      Mas despertaste tú mis ilusiones
      Con embusteras frases de cariño,
      Y dejaron su tumba las pasiones
      Y te entregué mi corazón de niño.

      No extraño que quisieras provocarme,
      Ni extraño que lograras encenderme;
      Porque fuiste capaz de sospecharme,
      Pero no eres capaz de comprenderme.

      ¿Me encendiste en amor con tus encantos,
      Porque nací con alma de coplero,
      Y buscaste el incienso de mis cantos?...
      ¿Me crees, por ventura, pebetero?

      No esperes ya que tu piedad implore,
      Volviendo con mi amor a importunarte;
      Aunque rendido el corazón te adore,
      El orgullo me ordena abandonarte.

      Yo seguiré con mi penar impío,
      Mientras que gozas envidiable calma;
      Tú me dejas la duda y el vacío,
      Y yo en cambio, mujer, te dejo el alma.

      Porque eterno será mi amor profundo,
      Que en ti pienso constante y desgraciado,
      Como piensa en la gloria el condenado,
      Como piensa en la vida el moribundo.
    Arriba

    Francesca
      —La tierra en donde vi la luz primera
      Es vecina del golfo en que suspende
      El Po, ya fatigado, su carrera.

      Amor, que sin sentir el alma prende,
      A éste prendó del don, que arrebatado
      Me fue de modo que aún aquí me ofende.

      Amor, que obliga a amar al que es amado,
      Juntónos a los dos con red tan fuerte
      Que para siempre ya nos ha ligado.

      Amor hiriónos con terrible suerte;
      Y está Caín de entonces esperando
      Aquí al perverso que nos dio la muerte.

      Palabras tan dolientes escuchando,
      Incliné sobre el pecho la cabeza,
      "¿En qué —dijo el Poeta— estás pensando?"

      Y respondí, movido de tristeza
      —"¡Ay de mí! ¡Cuánto bello pensamiento,
      Cuánto sueño de amor y de terneza

      los condujeron al fatal momento!"
      Y vuelto a ellos "¡oh, Francesca! —dije—,
      Al corazón me llega tu lamento;

      Y de tal modo tu dolor me aflige,
      Que las lágrimas bañan mi semblante.
      Pero tu triste voz a mí dirige,

      Y dime de qué modo, en cuál instante,
      Cuando tan dulcemente suspirabais,
      Y en el fondo del alma, vacilante,

      Tímido aún vuestro deseo guardabais.
      ¿Dime de qué manera inesperada
      Os reveló el Amor que os adorabais?"

      Ella me respondió: "¡Desventurada!
      ¡No hay pena más aguda, más impía,
      Que recordar la dicha ya pasada

      En medio de la bárbara agonía
      De un presente dolor!... Y esa tortura
      La conoce muy bien el que te guía.

      Mas ya que tu piedad saber procura
      El cómo aquel amor rasgó su velo,
      Llorando te diré mi desventura".

      Leíamos con quietud y grato anhelo
      De Lancelote el libro cierto día,
      Solos los dos y sin ningún recelo.

      Leíamos... y en tanto sucedía
      Que dulces las miradas se encontraban
      Y el color del rostro se perdía.

      Un solo punto nos venció. Pintaban
      Cómo de la ventura en el exceso,
      En los labios amados apagaban

      Los labios del amante, con un beso,
      La dulce risa que a gozar provoca.
      Y entonces éste, que a mi lado preso

      Para siempre estará, con ansia loca
      Hizo en su frenesí lo que leía...
      Temblando de pasión besó mi boca...
      Y no leímos más en aquel día.
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    Frío (Cuento bohemio)
      La tarde era triste,
      La nieve caía,
      Su blanco sudario
      Los campos cubría;
      Ni un ave volaba,
      Ni oíase rumor.

      Apenas la nieve
      Dejando su huella,
      Pasaba muy triste,
      Muy pálida y bella,
      La niña que ha sido
      Del valle la flor.

      Llevaba en el cinto
      Su pobre calzado;
      Su hermano pequeño
      Que marcha a su lado
      Le dice: —"¿No sienten
      la nieve tus pies?"

      "Mis pies nada sienten
      —Responde con calma—
      El frío que yo siento
      Lo llevo en el alma;
      Y el frío de la nieve
      Más duro no es".

      Y dice el pequeño
      Que helado tirita:
      —"¡Más frío que el de nieve!...
      ¿Cuál es, hermanita?
      ¡No hay otro que pueda
      Decirse mayor!"

      —"Aquel que de muerte
      Las almas taladre;
      Aquel que en el alma
      Me puso mi madre
      El día que a mi esposo
      Me unió sin amor".
    Arriba

    Mi ángel
      ¡Oh! Niña de mis sueños,
      Tan pálida y hermosa
      Como los lirios blancos
      Que besa el Atoyac;
      Tú la de mis recuerdos
      Imagen luminosa,
      El ángel cuyas alas.
      Tocáronme al pasar;
      Perdona, dulce niña,
      Perdona si mi acento
      Temblando, de mi alma
      Levántase, hasta ti;
      Pero tu bella imagen
      Está en mi pensamiento
      No sé ya desde cuándo...
      Quizá desque te vi,

      Desde que vi tus ojos,
      Tus ojos de querube,
      Tus ojos en que el alma
      Se abrasa de pasión;
      Y desde aquel instante
      Otra ilusión no tuve
      Que darte con mi vida;
      Mi altivo corazón.

      Si apenas te conozco
      ¿Por qué te quiero tanto?
      ¿Por qué mis ojos ávidos
      Te buscan sin cesar?
      ¿Por qué en el alma siento,
      Tan tétrico quebranto
      Cuando tu rostro de ángel
      No puedo contemplar?

      ¿Por qué sueño contigo
      Y en ti tan sólo pienso?
      ¿Por qué tan dulce nombre
      Me llena de emoción?
      ¿Por qué se abrasa mi alma
      En este amor inmenso,
      Si apenas te conozco,
      Mujer de bendición?

      No estás ante mis ojos
      Y por doquier te miro;
      Conmigo va tu sombra
      Por dondequier que voy.
      Escucho tu pisada,
      Recojo tu suspiro,
      Y velas a mi lado,
      Cuando, dormido estoy.

      ¿No sabes tú, no sabes,
      Mujer, que te amo tanto
      Cuanto sobre la tierra
      El hombre puede amar?
      ¿Que diera mi existencia
      Por enjugar tu llanto,
      Que diera hasta mi alma
      Tus plantas por besar?

      Y si tuviera un mundo,
      Un mundo te daría;
      Y si tuviera un cielo,
      Lo diera yo también,
      Porque me amaras tanto,
      Mitad del alma mía,
      Que alguna vez sintiera
      Tus labios en mi sien...

      ¿No sientes cuando cierra
      Tus ojos celestiales
      El ángel de los sueños
      Con su ala sin color,
      No sientes que mi alma
      Sobre tus labios rojos
      Derrama un mar de besos
      Con infinito amor...?

      Sé, niña, del poeta
      La inspiración bendita,
      La virgen de mis sueños,
      La fe del corazón;
      Sé mi ángel, sé mi estrella,
      La luz que necesita
      Mi espíritu sediento
      De amor y de ilusión.

      Extiende cariñosa
      Sobre mi sien tu velo;
      Bajo tus alas blancas
      De ti camino en pos,
      Tu luminosa huella
      Me llevará hasta el cielo:
      Te seguiré, mi ángel,
      Para llegar a Dios.
    Arriba

    No te olvido
      ¿Y temes que otro amor mi amor destruya?
      Qué mal conoces lo que pasa en mí;
      No tengo más que un alma, que es ya tuya,
      Y un solo corazón, que ya te di.

      ¿Y temes que placeres borrascosos
      Arranquen ¡ay!, del corazón la fe?
      Para mí los placeres son odiosos;
      En ti pensar es todo mi placer.

      Aquí abundan mujeres deslumbrantes,
      Reinas que esclavas de la moda son,
      Y ataviadas de sedas y brillantes,
      Sus ojos queman, como quema el sol.

      De esas bellas fascinan los hechizos,
      Néctar manan sus labios de carmín;
      Mas con su arte y su lujo y sus postizos,
      Ninguna puede compararse a ti.

      A pesar de su grande poderío,
      Carecen de tus gracias y virtud,
      Y todas ellas juntas, ángel mío,
      Valer no pueden lo que vales tú.

      Es tan ingente tu sin par pureza,
      Y tan ingente tu hermosura es,
      Que alzar puede su templo la belleza
      Con el polvo que oprimes con tus pies.

      Con razón me consume negro hastío
      Desde que te hallas tú lejos de aquí,
      Y con razón el pensamiento mío
      Sólo tiene memoria para ti.

      Yo pienso en ti con ardoroso empeño,
      Y siempre miro tu divina faz,
      Y pronuncio tu nombre cuando sueño.
      Y pronuncio tu nombre al despertar.

      Si del vaivén del mundo me retiro,
      Y ávido de estudiar quiero leer,
      Entre las letras ¡ay!, tu imagen miro,
      Tu linda imagen de mi vida ser.

      Late por ti mi corazón de fuego,
      Te necesito como el alma a Dios;
      Eres la virgen que idolatro ciego;
      Eres la gloria con que sueño yo.
    Arriba

    Nupcial
      En el regazo frío
      Del remanso escondido en la floresta,
      Feliz abandonaba
      Su hermosa desnudez el amor mío
      En la hora calurosa de la siesta.
      El agua que temblaba
      Al sentirla en su seno, la ceñía
      Con voluptuoso abrazo y la besaba,
      Y a su contacto de placer gemía
      Con arrullo, tan suave y deleitoso,
      Como el del labio virginal opreso
      Por el pérfido labio del esposo
      Al contacto nupcial del primer beso.

      La onda ligera esparcía, jugando,
      La cascada gentil de su cabello,
      Que luego en rizos de ébano flotando
      Bajaba por su cuello;
      Y cual ruedan las gotas de rocío
      En los tersos botones de las rosas,
      Por el seno desnudo así rodaban
      Las gotas temblorosas.
      Tesoro del amor el más precioso
      Eran aquellas perlas;
      ¡Cuánto no diera el labio codicioso
      Trémulo de placer por recogerlas!
      ¡Cuál destacaba su marfil turgente
      En la onda semi-oscura y transparente,
      Aquel seno bellísimo de diosa!
      ¡Así del cisne la nevada pluma
      En el turbio cristal de la corriente,
      Así deslumbradora y esplendente
      Venus rasgando la marina espuma!

      Después, en el tranquilo
      Agreste cenador, discreto asilo
      Del íntimo festín, lánguidamente
      Sobre mí descansaba, cariñosa,
      La desmayada frente,
      En suave palidez ya convertida
      La color que antes fuera deliciosa,
      Leve matiz de nacarada rosa
      Que la lluvia mojó... mudos los labios,
      De amor estaban al acento blando.
      ¿Para qué la palabra si las almas
      Estaban en los ojos adorando?
      Si el férvido latido
      Que el albo seno palpitar hacía
      Decíale al corazón lo que tan sólo,
      Ebrio de dicha, el corazón oía!

      Salimos, y la luna vagamente
      Blanqueaba ya el espacio.
      Perdidas en el éter transparente
      Como pálidas chispas de topacio
      Las estrellas brillaban... las estrellas
      Que yo querido habría
      Para formar con ellas
      Una corona a la adorada mía...
      En mi hombro su cabeza, y silenciosos
      Porque idioma no tienen los dichosos,
      Nos miraban pasar, estremecidas,
      Las encinas del bosque, en donde apenas
      Lánguidamente suspiraba el viento,
      Como en las horas del amor serenas
      Dulce suspira el corazón contento.

      Ardiente en mi mejilla de su aliento
      Sentía el soplo suavísimo, y sus ojos
      Muy cerca de mis ojos, y tan cerca
      Mi ávido labio de sus labios rojos,
      Que, rauda y palpitante
      Mariposa de amor, el alma loca,
      En las alas de un beso fugitivo
      Fue a posarse en el cáliz de su boca...

      ¿Por qué la luna se ocultó un instante
      Y de los viejos árboles caía
      Una sombra nupcial agonizante?
      El astro con sus ojos de diamante
      A través del follaje, ¿qué veía...?

      Todo callaba en derredor, discreto.
      El bosque fue el santuario
      De un misterio de amor, y sólo el bosque
      Guardará en el recinto solitario
      De sus plácidas grutas el secreto
      De aquella hora nupcial, cuyos instantes
      Tornar en siglos el recuerdo quiso...
      ¿Quién se puede olvidar de haber robado
      Su única hora de amor al paraíso?
    Arriba

    Orgía
      ¡Oh! que n'ai-je aussi, moi, des baissers qui dévorentDes caresses qui font mourir...
      Víctor Hugo

      ¡Ven, cortesana! ¡Abrásame en delicias!
      Quiero las tempestades del placer,
      Tropicales, frenéticas caricias
      Con que reanime mi cansado ser.

      El fuego del deleite reverbera
      En tu pupila brilladora... ¡ven!
      En la férvida llama de esa hoguera
      Quiero quemarme el corazón también.

      ¡Prendan el fuego del deseo tus ojos,
      Alumbren tus miradas el festín,
      Mis labios beban en tus labios rojos
      Ansia perpetua de placer sin fin!

      Del bacanal en el discorde ruido
      Pase el mañana con el triste ayer...
      ¿Qué importa al corazón lo que hayas sido...?
      Eres hermosa... ¡bésame, mujer!

      Beldad de los festines, en tu seno
      Quizá mi corazón olvidaré,
      Mi corazón de tempestades lleno,
      El corazón imbécil con que amé.

      Sí, ¡bésame, mujer...! Dame el olvido
      Que busco en la demencia del festín,
      Entre besos y copas, aturdido...
      ¿Qué me importa la dicha que perdí?

      ¡Llenad las copas, que desborde el vino!
      ¡Hay algo aquí que necesito ahogar;
      Que pase por el alma un torbellino
      Y barra en ella cuanto en ella hay!

      ¡Miserable de mí! ¿Cómo no puedo
      Ahogarte con mis manos, corazón...?
      Venid, bebamos, porque tengo miedo
      De volver a eso que llamáis razón.

      ¡Bebed, amigos! La existencia es sueño,
      Y mentira de un sueño es la mujer,
      De sus caricias al letal beleño
      Soñemos la mentira del placer.

      ¡Bebed, amigos! Si al vivir soñamos,
      ¿Despertaremos al morir quizá?
      ¿Qué será despertar? Y bien, ¡bebamos!
      ¡Qué importa lo que traiga el más allá!

      Arde mi frente -es un volcán- ¡me abraso!
      ¡Oh, si llegara de mi vida el fin!
      ¡Dame un beso, mujer! ¡Llenad mi vaso!
      ¡Qué grato es el arrullo de un festín!

      Llena, Mercedes, la apurada copa;
      Bebamos hasta el fin... así, vacía.
      Y ahora... ¡desgarra la importuna ropa,
      Desnuda el seno al beso de la orgía!

      Mitiga de esa lámpara la llama,
      Porque quiere un crepúsculo el placer,
      El misterio nupcial que se derrama
      Del velo de la sombra en la mujer.

      Destrenza tu magnífico cabello
      Sobre la desnudez de tus hechizos;
      ¡Cómo seducen en contraste bello
      Tan blancos hombros y tan negros rizos!

      ¡Qué bella estás, Mercedes! ¡Me sofoca
      El vértigo letal de las delicias,
      Tus besos de mujer queman mi boca,
      La angustia del placer son tus caricias!

      ¡Mujer, mujer! ¡Hay fiebre en tus abrazos,
      Fiebre en tus labios con furor impresos...
      ¡Hurra, la orgía! ¡El choque de los vasos
      Sea la música ardiente de los besos!

      Basta... pasó. Tu frenesí y el mío
      Apaga el tedio con su mano helada;
      Fantasma del placer, en el hastío
      Escondes la vergüenza de tu nada.

      Siempre en la copa del placer el tedio,
      Siempre en la copa del amor el duelo;
      Para el alma ya enferma no hay remedio,
      Para un maldito corazón no hay cielo.

      Y en vano el llanto con la pena crece...
      ¿De qué sirven las lágrimas mezquinas
      Si el recuerdo verdugo se guarece
      Del roto corazón en las ruinas...?

      ¿De qué sirve el amor, chispa que el cielo
      Prende en el alma y lo ilumina todo,
      Si en vez de alzarse se rebaja el suelo
      Como reptil para arrastrarse en lodo?
    Arriba

    Pasión
      ¡Háblame! Que tu voz, eco del cielo,
      Sobre la tierra por doquier me siga...
      Con tal de oír tu voz nada me importa
      Que el desdén en tu labio me maldiga.

      ¡Mírame!... Tus miradas me quemaron,
      Y tengo sed de ese mirar, eterno...
      Por ver tus ojos, que se abrase mi alma
      De esa mirada en el celeste infierno.

      ¡Ámame! Nada soy... pero tu diestra
      Sobre mi frente pálida un instante,
      Puede hacer del esclavo arrodillado
      El hombre rey de corazón gigante.

      Tú pasas... y la tierra voluptuosa
      Se estremece de amor bajo tus huellas,
      Se entibia el aire, se perfuma el prado
      Y se inclinan a verte las estrellas.

      Quisiera ser la sombra de la noche
      Para verte dormir sola y tranquila,
      Y luego ser la aurora... y despertarte
      Con un beso de luz en la pupila.

      Soy tuyo, me posees... un solo átomo
      No hay en mi ser que para ti no sea:
      Dentro de mi corazón eres latido,
      Y dentro de mi cerebro eres idea.

      ¡Oh! Por mirar tu frente pensativa
      Y pálido de amores tu semblante;
      Por sentir el aliento de tu boca
      Mi labio acariciar un solo instante;

      Por estrechar tus manos virginales
      Sobre mi corazón, yo de rodillas,
      Y devorar con mis trementes besos
      Lágrimas de pasión en tus mejillas;

      Yo te diera... no sé... ¡no tengo nada!
      —El poeta es mendigo de la tierra—
      ¡Toda la sangre que en mis venas arde!
      ¡Todo lo grande que mi mente encierra!

      Mas no soy para ti... ¡si entre tus brazos
      La suerte loca me arrojara un día,
      Al terrible contacto de tus labios
      Tal vez mi corazón... se rompería!

      Nunca será... para mi negra vida
      La inmensa dicha del amor no existe...
      Sólo nací para llevar en mi alma
      Todo lo que hay de tempestuoso y triste.

      Y quisiera morir... ¡pero en tus brazos,
      Con la embriaguez de la pasión más loca,
      Y que mi ardiente vida se apagara
      Al soplo de los besos de tu boca!
    Arriba

    Soñaba (Heine)
      Soñaba yo: mis párpados henchidos
      De lágrimas sentía;
      Soñé que estabas en la tumba, muerta,
      Y muerta te veía...
      Era un sueño no más, pero despierto
      Lloraba todavía.

      Estaba yo soñando, y por la cara
      El llanto me corría;
      Soñé que te arrancaba de mi lado
      Alguno, vida mía...
      Era un sueño no más, pero despierto
      Lloraba todavía.

      Soñaba yo... me ahogaban los sollozos,
      El llanto me bebía...
      Estaba yo soñando que me amabas,
      ¡Soñando que eras mía!
      ¡Era un sueño no más, no más que un sueño,
      Y lloro, más que nunca, todavía!
    Arriba

    Soñando
      Anoche te soñaba, vida mía,
      Estaba solo y triste en mi aposento,
      Escribía... no sé qué; mas era algo
      De ternura, de amor, de sentimiento.
      Porque pensaba en ti. Quizás buscaba
      La palabra más fiel para decirte
      La infinita pasión con que te amaba.

      De pronto, silenciosa,
      Una figura blanca y vaporosa
      A mi lado llegó... sentí en mi cuello
      Posarse dulcemente
      Un brazo cariñoso, y por mi frente
      Resbalar una trenza de cabello.
      Sentí sobre mis labios
      El puro soplo de un aliento blando,
      Alcé mis ojos y encontré los tuyos
      Que me estaban, dulcísimos, mirando.
      Pero estaban tan cerca que sentía
      En yo no sé qué plácido desmayo
      Que en la luz inefable de su rayo
      Entraba toda tu alma hasta la mía.

      Después, largo, suave
      Y rumoroso apenas, en mi frente
      Un beso melancólico imprimiste,
      Y con dulce sonrisa de tristeza
      Resbalando tu mano en mi cabeza
      En voz baja, muy baja, me dijiste:
      -"Me escribes y estás triste
      Porque me crees ausente, pobre amigo;
      Pero, ¿no sabes ya que eternamente
      Aunque lejos esté vivo contigo?"-

      Y al despertar de tan hermoso sueño
      Sentí en mi corazón plácida calma;
      Y me dijiste: "Es verdad... ¡eternamente!"
      ¿Cómo puede jamás estar ausente
      La que vive inmortal dentro del alma?
    Arriba

    Tu cabellera
      Déjame ver tus ojos de paloma
      Cerca, tan cerca que me mire en ellos;
      Déjame respirar el blando aroma
      Que esparcen destrenzados tus cabellos.

      Déjame así, sin voz ni pensamiento,
      Juntas las manos y a tus pies de hinojos,
      Embriagarme en el néctar de tu aliento,
      Abrasarme en el fuego de tus ojos.

      Pero te inclinas... la cascada entera
      Cae de tus rizos óndulos y espesos.
      ¡Escóndeme en tu negra cabellera
      Y déjame morir bajo tus besos!
    Arriba

    Tu imagen
      Tu imagen vino a visitarme en sueños;
      Sentí un aliento acariciar mi frente,
      Y luego un labio trémulo y ardiente
      Que buscaba mi labio... y desperté.
      La sombra nada más, la triste sombra,
      La muda soledad, la negra calma
      Imagen de la noche de mi alma,
      Esto tan sólo al despertar hallé.

      ¡Ah! Si en la noche de la triste ausencia
      No me sonriera la esperanza hermosa
      De que en tu seno, virgen cariñosa,
      El sueño de la dicha he de dormir;
      Yo me hundiera en mi lóbrega tristeza
      Hasta llegar al seno de la muerte;
      Porque no puedo ya vivir sin verte,
      Porque amar y estar lejos es morir.

      Pero al menos tú sabes que te amo
      Con un amor que la creación llenara,
      Con un amor que el ángel envidiara
      Si no fueras un ángel tú también.
      Si dueño fuera de la tierra toda,
      La tierra toda ante tus pies pusiera
      Si fuera Dios... ¡hasta los cielos diera
      Por sólo un beso en tu divina sien!

      Mis noches son para soñar tu imagen,
      Tu imagen es para encantar mi vida,
      Mi vida para ti, virgen querida,
      Y tú para mi eterna adoración.
      Tú, caricia dulcísima del alma,
      Tú, beso de los cielos desprendido
      Y en medio de mis lágrimas caído,
      Aquí dentro mi mismo corazón.

      ¡Oh! ¡Ven a mí! Mi vida solitaria
      Se acaba, se consume en el hastío;
      Necesito de ti, dulce bien mío,
      Necesito de ti para vivir.
      Es tu sombra la luz de mi camino,
      Sin ti me siento el corazón ateo;
      Me estoy muriendo porque no te veo,
      Porque amar y estar lejos es morir.

      ¡Oh! Si me amas también, si también lloras;
      Si, a tu lado buscándome, suspiras;
      Si sientes este fuego que me inspiras,
      Alma de mi alma enamorada, ¡ven!
      Ven a mi pecho, si en el tuyo, viva
      Ardiendo está de la pasión la hoguera...
      ¡Oh! ¡Ven a mí! Mi corazón te espera,
      Que ardiendo está mi corazón también.

      Te veo en mi sueño... ¡Y en mi sueño, loco,
      Temblando el alma de pasión, te llamo!
      Y te grito... te grito... ¡que te amo!
      ¡Que soy tu dueño, que tu esclavo soy!
      ¡Que instante tras instante de mi vida,
      Del corazón latido tras latido,
      Para volar a ti se han desprendido,
      Y que sin vida, que sin alma estoy!

      Te llamo en sueños... y venir te siento...
      El ruido de tu paso: me estremece,
      Y mi frente abrasada palidece
      Al eco idolatrado de tu voz.
      Y siento que te acercas... que tu aliento
      Ardiente y suave mi mejilla toca,
      Y que juntas tu boca con mi boca
      ¡Y despierto con fiebre el corazón!

      ¡Ven! ¡Y una dicha buscaré suprema
      Para pagarte la que tú me dieres,
      Inundaré tu vida de placeres,
      Incendiaré de amor tu corazón!
      Y entonces, cuando loco, de tus labios
      Bebiendo esté torrentes de delicias,
      ¡Mátame, por piedad, con tus caricias!
      ¡Mátame entre tus brazos de pasión!
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    Un beso nada más
      Bésame con el beso de tu boca,
      Cariñosa mitad del alma mía:
      Un solo beso el corazón invoca,
      Que la dicha de dos me mataría.

      ¡Un beso nada más! Ya su perfume
      En mi alma derramándose la embriaga
      Y mi alma por tu beso se consume
      Y por mis labios impaciente vaga.

      ¡Júntese con la tuya! Ya no puedo
      Lejos tenerla de tus labios rojos...
      ¡Pronto... dame tus labios! ¡Tengo miedo
      De ver tan cerca tus divinos ojos!
      Hay un cielo, mujer en tus abrazos,
      Siento de dicha el corazón opreso...
      ¡Oh! ¡Sosténme en la vida de tus brazos
      Para que no me mates con tu beso!
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    Ven
      ¿Me visita tu espíritu, amor mío?
      Yo no lo sé; pero tu imagen bella
      Vino a mi lado, y en el mundo vago
      Del sueño anoche deliré con ella.

      Era Chapultepec, y la ancha sombra
      Del canoso Alruehuelt nos daba abrigo,
      La luna llena iluminaba el bosque y
      Estábamos, mi vida, sin testigo.

      Tú sabes lo demás... El alma mía
      En su fiebre de amor feliz y loca,
      A cada beso tuyo agonizaba
      En el nido de amores de tu boca.

      ¡Oh, ven mi desposada! En el ramaje
      El rayo de la luna desfallece,
      Y amor, el mismo amor, tálamo blando
      En las hojas caídas nos ofrece.

      Llegan allí, perdidos en las brisas
      Que el bosque perfumadas atraviesan,
      Arrullos de torcaces que se llaman,
      Suspiros de las hojas que se besan.

      ¡Oh, ven! ¿Dónde estás? Envíame loca
      En el aire que pasa tus caricias,
      Que yo en el aire beberé tus besos
      Y mi alma embriagaré con tus delicias.

      Ven a la gruta en que el placer anida;
      El viejo bosque temblará de amores,
      Suspirarán de amor todas las brisas
      Y morirán de amor todas las flores.

      Apagará tus besos el susurro
      Del aura que suspira en los follajes,
      Y arrullarán tu sueño entre mis brazos
      Los himnos de los pájaros salvajes.

      Y a la luz indecisa de la luna
      Allá a lo lejos y de ti celosa,
      La antigua Diana, de los viejos bosques
      Diosa caída, vagará medrosa.

      La noche azul nos brinda su misterio
      Y templo el bosque a nuestro amor ofrece:
      Mi alma te busca, mi pasión te espera
      Y ebrio de amor mi corazón fallece.

      ¡Oh ven, mi seducción, mi cariñosa!
      Ven a la gruta en que el placer anida,
      Que la dicha no mata... y si me mata
      Tú con tus besos me darás la vida.
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