Carlos Pezoa Véliz

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    Información biográfica

  1. A una morena
  2. Al amor de la lumbre
  3. Cuerdas heridas
  4. El perro vagabundo
  5. El pintor Pereza
  6. Entierro de campo
  7. Nada
  8. Tarde en el hospital


Información biográfica
    Nombre: Carlos Pezoa Véliz
    Lugar y fecha nacimiento: Santiago, Chile, 21 de julio de 1879
    Lugar y fecha defunción: Santiago, Chile, 21 de abril de 1908 (28 años)
    Ocupación: Periodista, traductor, escritor, ensayista, poeta

    Fuente: [Carlos Pezoa Véliz] en Wikipedia.org
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    A una morena
      Tienes ojos de abismo, cabellera
      Llena de luz y sombra, como el río
      Que deslizando su caudal bravío,
      Al beso de la luna reverbera.

      Nada más cimbrador que tu cadera,
      Rebelde a la presión del atavío...
      Hay en tu sangre perdurable estío
      Y en tus labios eterna primavera.

      Bello fuera fundir en tu regazo
      El beso de la muerte con tu brazo...
      Espirar como un dios, lánguidamente,

      Teniendo tus cabellos por guirnalda,
      Para que al roce de una carne ardiente
      Se estremezca el cadáver en tu falda...
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    Al amor de la lumbre
      Junto a las grutas de las quebradas
      Donde las aguas alborotadas
      Charlan de asuntos sin ton ni son,
      Hay una casa de corredores
      Donde hay palomas, tiestos con flores,
      Y enredaderas en el balcón.

      Es una casa de tres ventanas
      Donde la madre luce sus canas
      Como argumento de algo gentil,
      Y unos modales llenos de gracia
      Que hacen más grave la aristocracia
      Del aire místico y señoril.

      Si fueran cosas de tiempo antiguo,
      Más de una oda de metro exiguo
      Hubiera escrito Fray Luis de León,
      Sobre la dama de blanco pelo,
      Sobre las dichas que allá en el cielo
      Tendrán los buenos de corazón.

      Y en verdad digna es de verso y prosa
      La blanca mesa, la blanca loza,
      La porcelana de albo matiz,
      Los cuchicheos, los tenues corros
      Y el agua alegre que salta a chorros
      Por una enorme llave matriz.

      Es una dicha que causa pena...
      La broma alegre, la charla amena
      Y allá en el piano, la, sí, do, re...
      Los besos largos, las risas claras
      Y el tintineo de las cucharas
      Sobre las blancas tazas de té.

      Unos comentan el cuento charro;
      Este que piensa fuma el cigarro
      Mirando el humo subir, subir.
      Hace proyectos mientras bosteza
      Y ve en las brumas de su pereza
      Las alegrías que han de venir.

      La madre cose; la joven piensa;
      La chica enreda su oscura trenza;
      Los grandes hurgan temas de amor.
      Y si a la larga se ponen tristes,
      El más alegre cuenta unos chistes
      Que a todos ponen de buen humor.

      Mientras, las flores pueblan la mesa
      Y la bandeja de plata gruesa
      Y las cajitas donde hay café,
      En cuyas clásicas etiquetas
      Hay unos chinos que hacen piruetas
      Sobre cajones llenos de té.

      En los jarrones de porcelana
      Hay una torre y una campana
      Que casi, casi repica ya...
      Un cuadro antiguo, colgado al muro,
      Y en él un gesto grave y seguro
      Sobre el retrato del buen papá.

      Si allá un piloto maniobras manda,
      Los chicos todos en la baranda
      Piensas: ¿a dónde va el bergantín?
      ... Y sopla el viento del mediodía
      Y una brumosa melancolía
      Vacía en el aire vahos de esplín.

      En las heladas tardes de invierno
      Se leen libros de arte moderno
      O alguna charla de Pedro Gil
      Oye la dama de pelo cano,
      Callado el viento, callado el piano,
      Y Paderewsky sobre el atril...

      Cuando en las noches hay aguacero,
      Niños y gatos junto al brasero
      Oyen La lámpara de Aladín;
      Cuentos de negros duchos en bromas,
      Niñas que un hada volvió palomas
      O gigantones con piel de espín.

      Suenan las doce; la madre reza;
      Hay en los cielos mucha tristeza,
      Abajo un vaho sentimental
      Mientras que enfermas de hipocondría
      Cantan las ranas su letanía
      Allá en la orilla de un manantial.

      Sueñan los niños que allá en la gloria
      Hay una inmensa preparatoria
      Donde Dios hace de preceptor;
      Y que en las clases, de traje blanco,
      A cada uno pone en el banco
      Una corneta con un tambor.
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    Cuerdas heridas
      Semejante al fulgor de la mañana,
      En las cimas nevadas del oriente,
      Sobre el pálido tinte de tu frente
      Destácase tu crencha soberana.

      Al verte sonreír en la ventana
      Póstrase de rodillas el creyente
      Porque cree mirar la faz sonriente
      De alguna blanca aparición cristiana.

      Sobre tu suelta cabellera rubia
      Cae la luz en ondulante lluvia.
      Igual al cisne que a lo lejos pierde

      Su busto en sueños de oriental pereza,
      Mi espíritu que adora la tristeza
      Cruza soñando tu pupila verde.
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    El perro vagabundo
      Flaco, lanudo y sucio. Con febriles
      Ansias roe y escarba la basura;
      A pesar de sus años juveniles,
      Despide cierto olor a sepultura.

      Cruza siguiendo interminables viajes
      Los paseos, las plazas y las ferias;
      Cruza como una sombra los parajes,
      Recitando un poema de miserias.

      Es una larga historia de perezas,
      Días sin pan y noches sin guarida.
      Hay aglomeraciones de tristezas
      En sus ojos vidriosos y sin vida.

      Y otra visión al pobre no se ofrece
      Que la que suelen ver sus ojos zarcos;
      La estrella compasiva que aparece
      En la luz miserable de los charcos.

      Cuando a roer mendrugos corrompidos
      Asoma su miseria, por las casas,
      Escapa con sus lúgubres aullidos
      Entre una doble fila de amenazas.

      Allá va. Lleva encima algo de abyecto.
      Le persigue de insectos un enjambre,
      Y va su pobre y repugnante aspecto
      Cantando triste la canción del hambre.

      Es frase de dolor. Es una queja
      Lanzada ha tiempo, pero ya perdida;
      Es un día de otoño que se aleja
      Entre la primavera de la vida.

      Lleva en su mal la pesadez del plomo.
      Nunca la caridad le fue propicia;
      No ha sentido jamás sobre su lomo
      La suave sensación de una caricia.

      Mustio y cansado, sin saber su anhelo,
      Suele cortar el impensado viaje
      Y huir despavorido cuando al suelo
      Caen las hojas secas del ramaje.

      Cerca de los lugares donde hay fiestas
      Suele robar un hueso a otros lebreles,
      Y gruñir sordamente una protesta
      Cuando pasa un bull-dog con cascabeles.

      En las calles que cruza a paso lento,
      Buscan sus ojos sin fulgor ni brillo
      El rastro de un mendigo macilento
      A quien piensa servir de lazarillo.
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    El pintor Pereza
      Este es un artista de paleta añeja
      Que usa una cachimba de color coñac
      Y habita una boharda de ventana vieja
      Donde un reloj viejo masculla: tic tac...

      Tendido a la larga sobre un mueble inválido,
      Un bostezo larga, y otro, y otro: ¡tres!
      ¡Diablo de muchacho, pobre diablo escuálido,
      Pero con modorras de viejo burgués!

      Cerca de él, cigarros fingen los pinceles,
      Sobre la paleta de extraño color:
      Sus últimos toques fueron dos claveles
      Para un cuadro sobre cuestiones de amor.

      Cerca un lápiz negro de familia Faber
      Enristra la punta como un alfiler;
      Hay tufo a sudores y olor a cadáver,
      Hay tufo a modorras y olor a mujer.

      Juan Pereza fuma, Juan Pereza fuma
      En una cachimba de color coñac,
      Y mira unos cuadros repletos de bruma
      Sobre un hecho que hubo cerca del Rimac.

      El pintor no lee. La lectura agobia,
      Y anteojos de bruma pone en la nariz;
      Juan odia los libros, ve horrible a su novia,
      Y todas las cosas con máscara gris.

      Su mal es el mismo de los vagabundos:
      Fatiga, neurosis, anemia moral,
      Sensaciones raras, sueños errabundos
      Que vagan en busca de un vago ideal.

      Ni piensa, ni pinta, ni el humor ingenia.
      ¡Qué ha de pintar, si halla todo sin color!
      Tiene hipocondría, tiene neurastenia,
      Y hace un gesto de asco si oye hablar de amor.

      Mira un cuadro antiguo sin pensar en nada,
      Mira el techo, el humo, las flores, el mar,
      Una barca inglesa que ha tiempo está anclada
      Y unas acuarelas a medio empezar.

      De un escritorillo sobre la cubierta
      Un ramo de rosas chorrea placer
      Y una obra moderna, rasgada y abierta,
      Muestra sus encantos como una mujer.

      El pintor no lee. La lectura agobia:
      Juan Valjean es bruto, necio Tartarín;
      Juan odia los libros, ve horrible a su novia
      Y muere en silencio, de tedio, de esplín.

      Sudores espesos empapan los oros
      Que el lacio cabello recoge del sol,
      Y se abren al beso del aire los poros
      Del rostro manchado con tintas de alcohol.

      Y mientras el meollo puebla un chiste rancio,
      Que dicho con gracia fuera original,
      Una flor de moda muere de cansancio
      Sobre la solapa donde está el ojal.

      Hay planchas que esperan el baño potásico;
      Un cuadro de otoño y una mancha gris,
      Una oleografía de un poeta clásico
      Con gestos de piedra y ojuelos de miss.

      Juan Pereza fuma, Juan Pereza fuma
      En una cachimba de color coñac,
      Y enfermo incurable de una larga bruma,
      Oye un reloj viejo que dice: tic tac...

      Ni piensa ni pinta, ni el humor ingenia.
      ¡Qué ha de pintar, si halla todo color gris!
      Tiene hipocondría, tiene neurastenia
      Y anteojos de brumas sobre la nariz.

      Así pasa el tiempo. Solo, solo el cuarto...
      Solo Juan Pereza, sin hablar. ¿De qué?
      Flojo y aburrido como un gran lagarto,
      Muerta la esperanza, difunta la fe.

      La madre está lejos. A morir empieza,
      Allá donde el padre sirve un puesto ad hoc;
      No le escribe nunca porque la pereza
      Le esconde la pluma, la tinta o el block.

      Hace ya diez años que en el tren nocturno
      Y en un vagón de última dejó la ciudad;
      Iba un desertado recluta de turno
      Y una moza flaca de marchita edad.

      Un gringo de gorra pensaba, pensaba...
      Luego un cigarrillo... Y otro. ¿Fuma usted?
      Luego un frasco cuyo líquido apuraba
      Para tanta pena, para tanta sed.

      ¡Tanta pena, tanta! Su llanto salobre
      Secaba una vieja de andrajoso ajuar;
      Iba un mercachifle y un ratero pobre
      Y una lamparilla que hacía llorar.

      La vida... Sus penas. ¡Chocheces de antaño!
      Se sufre, se sufre. ¿Por qué? ¡Porque sí!
      Se sufre, se sufre... Y así pasa un año...
      Y otro año... ¡Qué diablo! La vida es así...
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    Entierro de campo
      Con un cadáver a cuestas,
      Camino del cementerio,
      Meditabundos avanzan
      Los pobres angarilleros.

      Cuatro faroles descienden
      Por Marga-Marga hacia el pueblo,
      Cuatro luces melancólicas
      Que hacen llorar sus reflejos;
      Cuatro maderos de encina,
      Cuatro acompañantes viejos...

      Una voz cansada implora
      Por la eterna paz del muerto;
      Ruidos errantes, siluetas
      De árboles foscos, siniestros.
      Allá lejos, en la sombra,
      El aullar de los perros
      Y el efímero rezongo
      De los nostálgicos ecos...

      Sopla el puelche. Una voz dice:
      -Viene, hermano, el aguacero.
      Otra voz murmura: -Hermanos,
      Roguemos por él, roguemos.

      Calla en las faldas tortuosas
      El aullar de los perros;
      Inmenso, extraño, desciende
      Sobre la noche el silencio;
      Apresuran sus responsos
      Los pobres angarilleros,
      Y repite alguno: -Hermano,
      Ya no tarda el aguacero;
      Son las cuatro, el agua viene,
      Roguemos por él, roguemos.

      Y como empieza la lluvia,
      Doy mi adiós a aquel entierro,
      Pico espuela a mi caballo
      Y en la montaña me interno.

      Y allá en la montaña oscura,
      ¿Quién era?, llorando pienso:
      -Algún pobre diablo anónimo
      Que vino un día de lejos,
      Alguno que amó los campos,
      Que amó el sol, que amó el sendero,
      Por donde se va a la vida,
      Por donde él, pobre labriego,
      Halló una tarde el olvido,
      Enfermo, cansado, viejo.
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    Nada
      Era un pobre diablo que siempre venía
      Cerca de un gran pueblo donde yo vivía;
      Joven, rubio y flaco, sucio y mal vestido,
      Siempre cabizbajo... ¡Tal vez un perdido!
      Un día de invierno lo encontraron muerto
      Dentro de un arroyo próximo a mi huerto,
      Varios cazadores que con sus lebreles
      Cantando marchaban... Entre sus papeles
      No encontraron nada... Los jueces de turno
      Hicieron preguntas al guardián nocturno:
      Este no sabía nada del extinto;
      Ni el vecino Pérez, ni el vecino Pinto.
      Una chica dijo que sería un loco
      O algún vagabundo que comía poco,
      Y un chusco que oía las conversaciones
      Se tentó de risa... ¡Vaya, unos simplones!
      Una paletada le echó el panteonero;
      Luego lió un cigarro, se caló el sombrero
      Y emprendió la vuelta... Tras la paletada,
      Nadie dijo nada, nadie dijo nada...
    Arriba

    Tarde en el hospital
      Sobre el campo el agua mustia
      Cae fina, grácil, leve;
      Con el agua cae angustia;
      Llueve...

      Y pues sólo en amplia pieza
      Yazgo en cama, yazgo enfermo,
      Para espantar la tristeza,
      Duermo.

      Pero el agua ha lloriqueado
      Junto a mí, cansada, leve;
      Despierto sobresaltado;
      Llueve...

      Entonces, muerto de angustia,
      Ante el panorama inmenso,
      Mientras cae el agua mustia,
      Pienso.
    Arriba