Sor Juana Inés de la Cruz

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    Información biográfica

  1. A una rosa
  2. Amor inoportuno
  3. Ante la ausencia
  4. Contiene una fantasía contenta con amor decente
  5. Continúa el mismo asunto y aún le expresaa con más viva elegancia
  6. De amor, puesto antes en sujeto indigno, es enmienda blasonar del arrepentimiento
  7. De una reflexión cuerda con que mitiga el dolor de una pasión
  8. Día de Comunión
  9. En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes
  10. En que satisfaga un recelo con la retórica de un llanto
  11. Excusándose
  12. Expresa los efectos del amor divino
  13. La sentencia del justo
  14. Letras para cantar
  15. Muestra se debe escoger antes que exponerse a los ultrajes de la vejez
  16. Nacimiento de Cristo
  17. Oración traducida del latín
  18. Procura desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la verdad, que llama pasión
  19. Prosigue el mismo asunto y determina que prevalezca la razón contra el gusto
  20. Que consuela a un celoso epilogando la serie de los amores
  21. Quéjase de la suerte: insinúa su aversión a los vicios, y justifica su divertimento a las musas
  22. Redondillas
  23. Resuelve la cuestión de cuál sea pesar más molesto en encontradas correspondencias: amar o aborrecer
  24. Sentimientos de ausente
  25. Teme que su afecto parezca


Información biográfica
    Nombre: Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana
    Lugar y fecha nacimiento: San Miguel Nepantla, Nueva España (actualmente México), 12 de noviembre de 1651
    Lugar y fecha defunción: Ciudad de México, Nueva España (actualmente México), 17 de abril de 1695 (43 años)
    Nacionalidad: Novohispana
    Ocupación: Religiosa de la Orden de San Jerónimo, escritora, poeta
    Movimiento: Barroco

    Fuente: [Sor Juana Inés de la Cruz] en Wikipedia.org
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    A una rosa
      Rosa divina, que en gentil cultura
      Eres con tu fragante sutileza
      Magisterio purpúreo en la belleza,
      Enseñanza nevada a la hermosura.

      Amago de la humana arquitectura,
      Ejemplo de la vana gentileza,
      En cuyo ser unió naturaleza
      La cuna alegre y triste sepultura.

      ¡Cuán altiva en tu pompa, presumida
      Soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
      Y luego desmayada y encogida.

      De tu caduco ser das mustias señas!
      Con que con docta muerte y necia vida,
      Viviendo engañas y muriendo enseñas.
    Arriba

    Amor inoportuno
      Dos dudas en qué escoger
      Tengo, y no sé a cual prefiera,
      Pues vos sentís que no quiera
      Y yo sintiera querer.

      Con que si a cualquiera lado
      Quiero inclinarme, es forzoso
      Quedando el uno gustoso
      Que otro quede disgustado

      Si daros gusto me ordena
      La obligación, es injusto
      Que por daros a vos gusto
      Haya yo de tener pena.

      Y no juzgo que habrá quien
      Apruebe sentencia tal,
      Como que me trate mal
      Por trataros a vos bien.

      Mas por otra parte siento
      Que es también mucho rigor
      Que lo que os debo en amor
      Pague en aborrecimiento.

      Y aún irracional parece
      Este rigor, pues se infiere,
      Si aborrezco a quien me quiere
      ¿Qué haré con quien aborrezco?

      No sé cómo despacharos,
      Pues hallo al determinarme
      Que amaros es disgustarme
      Y no amaros disgustaros;

      Pero dar un medio justo
      En estas dudas pretendo,
      Pues no queriendo, os ofendo,
      Y queriéndoos me disgusto.

      Y sea esta la sentencia,
      Porque no os podáis quejar,
      Que entre aborrecer y amar
      Se parta la diferencia,

      De modo que entre el rigor
      Y el llegar a querer bien,
      Ni vos encontréis desdén
      Ni yo pueda encontrar amor.

      Esto el discurso aconseja,
      Pues con esta conveniencia
      Ni yo quedo con violencia
      Ni vos os partís con queja.

      Y que estaremos infiero
      Gustosos con lo que ofrezco;
      Vos de ver que no aborrezco,
      Yo de saber que no quiero.

      Sólo este medio es bastante
      A ajustarnos, si os contenta,
      Que vos me logréis atenta
      Sin que yo pase a lo amante,

      Y así quedo en mi entender
      Esta vez bien con los dos;
      Con agradecer, con vos;
      Conmigo, con no querer.

      Que aunque a nadie llega a darse
      En este gusto cumplido,
      Ver que es igual el partido
      Servirá de resignarse.
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    Ante la ausencia
      Divino dueño mío,
      Si al tiempo de partirme
      Tiene mi amante pecho
      Alientos de quejarse,
      Oye mis penas, mira mis males.

      Aliéntese el dolor,
      Si puede lamentarse,
      Y a la vista de perderte
      Mi corazón exhale
      Llanto a la tierra, quejas al aire.

      Apenas tus favores
      Quisieron coronarme,
      Dichoso más que todos,
      Felices como nadie,
      Cuando los gustos fueron pesares.

      Sin duda el ser dichoso
      Es la culpa más grave,
      Pues mi fortuna adversa
      Dispone que la pague
      Con que a mis ojos tus luces falten,

      ¡Ay, dura ley de ausencia!
      ¿Quién podrá derogarte,
      Ai a donde yo no quiero
      Me llevas, sin llevarme,
      Con alma muerta, vivo cadáver?

      ¿Será de tus favores
      Sólo el corazón cárcel
      Por ser aún el silencio
      Si quiero que los guarde,
      Custodio indigno, sigilo frágil?

      Y puesto que me ausento,
      Por el último vale
      Te prometo rendido
      Mi amor y fe constante,
      Siempre quererte, nunca olvidarte.
    Arriba

    Contiene una fantasía contenta con amor decente
      Deténte, sombra de mi bien esquivo,
      Imagen del hechizo que más quiero,
      Bella ilusión por quien alegre muero,
      Dulce ficción por quien penosa vivo.

      Si al imán de tus gracias atractivo
      Sirve mi pecho de obediente acero,
      ¿Para qué me enamoras lisonjero,
      Si has de burlarme luego fugitivo?

      Mas blasonar no puedes satisfecho
      De que triunfa de mí tu tiranía;
      Que aunque dejas burlado el lazo estrecho

      Que tu forma fantástica ceñía,
      Poco importa burlar brazos y pecho
      Si te labra prisión mi fantasía
    Arriba

    Continúa el mismo asunto y aún le expresaa con más viva elegancia
      Feliciano me adora y le aborrezco;
      Lisardo me aborrece y yo le adoro;
      Por quien no me apetece, ingrato lloro,
      Y al que me llora tierno, no apetezco:

      A quien más me desdora, el alma ofrezco;
      A quien me ofrece víctimas, desdoro;
      Desprecio al que enriquece mi decoro
      Y al que le hace desprecios enriquezco;

      Si con mi ofensa al uno reconvengo,
      Me reconviene el otro a mí ofendido
      Y al padecer de todos modos vengo;

      Pues ambos atormentan mi sentido;
      Aqueste con pedir lo que no tengo
      Y aquel con no tener lo que le pido.
    Arriba

    De amor, puesto antes en sujeto indigno, es enmienda blasonar del arrepentimiento
      Cuando mi error y tu vileza veo,
      Contemplo, Silvio, de mi amor errado,
      Cuán grave es la malicia del pecado,
      Cuán violenta la fuerza de un deseo.

      A mi misma memoria apenas creo
      Que pudiese caber en mi cuidado
      La última línea de lo despreciado,
      El término final de un mal empleo.

      Yo bien quisiera, cuando llego a verte,
      Viendo mi infame amor poder negarlo;
      Mas luego la razón justa me advierte

      Que sólo me remedia en publicarlo;
      Porque del gran delito de quererte
      Sólo es bastante pena confesarlo.
    Arriba

    De una reflexión cuerda con que mitiga el dolor de una pasión
      Con el dolor de la mortal herida,
      De un agravio de amor me lamentaba,
      Y por ver si la muerte se llegaba
      Procuraba que fuese más crecida.

      Toda en el mal el alma divertida,
      Pena por pena su dolor sumaba,
      Y en cada circunstancia ponderaba
      Que sobraban mil muertes a una vida.

      Y cuando, al golpe de uno y otro tiro
      Rendido el corazón, daba penoso
      Señas de dar el último suspiro,

      No sé con qué destino prodigioso
      Volví a mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro?
      ¿Quién en amor ha sido más dichoso?
    Arriba

    Día de Comunión
      Amante dulce del alma,
      Bien soberano a que aspiro,
      Tú que sabes las ofensas
      Castigar a beneficios;
      Divino imán en que adoro
      Hoy que tan propicio os miro
      Que me animas a la osadía
      De poder llamaros mío;
      Hoy, que en unión amorosa,
      Pareció a vuestro cariño,
      Que si no estabais en mí
      Era poco estar conmigo;
      Hoy, que para examinar
      El afecto con que os sirvo,
      Al corazón en persona
      Habéis entrado vos mismo,
      Pregunto ¿es amor o celos
      Tan cuidadoso escrutinio?
      Que quien lo registra todo
      Da de sospechar indicios.
      Mas ¡ay, bárbara ignorante,
      Y que de errores he dicho,
      Como si el estorbo humano
      Obstara al lince divino!
      Para ver los corazones
      No es menester asistirlos;
      Que para vos son patentes
      Las entrañas del abismo.
      Con una intuición presente
      Tenéis en vuestro registro,
      El infinito pasado,
      Hasta el presente finito;
      Luego no necesitabais,
      Para ver el pecho mío,
      Si lo estáis mirando sabio,
      Entrar a mirarlo fino;
      Luego es amor, no celos,
      Lo que en vos miro.
    Arriba

    En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes
      Rosa divina que en gentil cultura
      Eres, con tu fragante sutileza,
      Magisterio purpúreo en la belleza,
      Enseñanza nevada a la hermosura.

      Amago de la humana arquitectura,
      Ejemplo de la vana gentileza,
      En cuyo ser unió naturaleza
      La cuna alegre y triste sepultura.

      ¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
      Soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
      Y luego desmayada y encogida

      De tu caduco ser das mustias señas,
      Con que con docta muerte y necia vida,
      Viviendo engañas y muriendo enseñas!
    Arriba

    En que satisfaga un recelo con la retórica de un llanto
      Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
      Como en tu rostro y en tus acciones veía
      Que con palabras no te persuadía,
      Que el corazón me vieses deseaba.

      Y Amor, que mis intentos ayudaba,
      Venció lo que imposible parecía,
      Pues entre el llanto que el dolor vertía,
      El corazón deshecho destilaba.

      Baste ya de rigores, mi bien, baste,
      No te atormenten más celos tiranos,
      Ni el vil recelo tu quietud contraste

      Con sombras necias, con indicios vanos:
      Pues ya en líquido humor viste y tocaste
      Mi corazón deshecho entre tus manos.
    Arriba

    Excusándose de un silencio
      Pedirte, señora, quiero
      De mi silencio perdón,
      Si lo que ha sido atención,
      Le hace parecer grosero.

      Y no me podrás culpar
      Si hasta aquí mi proceder,
      Por ocuparse en querer
      Se ha olvidado de explicar.

      Que en mi amorosa pasión
      No fue descuido ni mengua
      Quitar el uso a la lengua
      Por dárselo al corazón.

      Ni de explicarme dejaba,
      Que como la pasión mía
      Acá en el alma te hablaba

      Y en esta idea notable
      Dichosamente vivía;
      Porque en mi mano tenía
      El fingirte favorable.

      Con traza tan peregrina
      Vivió mi esperanza vana
      Pues te puedo hacer humana
      Concibiéndote divina.

      ¡Oh, cuán loco llegué a verme
      En tus dichosos amores,
      Que aún fingidos tus favores
      Pudieron enloquecerme!

      ¡Oh, cuán loco llegué a verme
      En tus dichosos amores,
      Que aún fingidos tus favores
      Pudieron enloquecerme!

      ¡Oh, cómo en tu Sol hermoso
      Mi ardiente afecto encendido,
      Por cebarse en lo lúcido,
      Olvidó lo peligroso!

      Perdona, si atrevimiento
      Fue atreverme a tu ardor puro;
      Que no hay Sagrado seguro
      De culpas de pensamiento.

      De esta manera engañaba
      La loca esperanza mía,
      Y dentro de mí tenía
      Todo el bien que deseaba.

      Mas ya tu precepto grave
      Rompe mi silencio mudo;
      Que él solamente ser pudo
      De mi respeto la llave.

      Y aunque el amar tu belleza
      Es delito sin disculpa,
      Castíguense la culpa
      Primero que la tibieza.

      No quieras, pues, rigurosa,
      Que estando ya declarada,
      Sea de veras desdichada
      Quien fue de burlas dichosa.

      Si culpas mi desacato,
      Culpa también tu licencia;
      Que si es mala mi obediencia,
      No fue justo tu mandato.

      Y si es culpable mi intento,
      Será mi afecto preciso;
      Porque es amarte un delito
      De que nunca me arrepiento.

      Esto en mis afectos halló,
      Y más, que explicar no sé;
      Mas tú, de lo que callé,
      Inferirás lo que callo.
    Arriba

    Expresa los efectos del amor divino
      Traigo conmigo un cuidado
      Y tan esquivo que creo
      Que aunque sé sentirlo tanto,
      Aún yo misma no lo siento.

      Es amor, pero es amor
      Que faltándole lo ciego,
      Los ojos que tiene son
      Para darle más tormento.

      El término no es a quo,
      Que causa el pesar, que veo,
      Que siendo el término el bien
      Todo el dolor es el medio.

      Si es lícito y aún debido
      Este cariño que tengo
      ¿Por qué me han de dar castigo
      Porque pago lo que debo?

      ¡Oh cuánta fineza, oh cuántos
      Cariños he visto tiernos!
      Que amor que se tiene en Dios
      Es calidad sin opuestos.

      De lo lícito no puede
      Hacer contrarios conceptos
      Con que es amor que al olvido
      No puede vivir expuesto.

      Yo me acuerdo ¡oh nunca fuera!
      Que he querido en otro tiempo
      Lo que pasó de locura
      Y lo que excedió de extremo.

      Más como era amor bastardo
      Y de contrarios compuesto,
      Fue fácil desvanecerse
      De achaque de su ser mesmo.

      Mas ahora ¡ay de mí! Está
      Tan en su natural centro,
      Que la virtud y razón
      Son quien aviva su incendio.

      Quien tal oyere dirá
      Que si es así ¿por qué peno?
      Más mi corazón ansioso
      Dirá que por eso mesmo.

      ¡Oh humana flaqueza nuestra,
      Adonde el más puro afecto
      Aún no sabe desnudarse
      Del natural sentimiento!

      Tan precisa es la apetencia
      Que a ser amados tenemos,
      Que aún sabiendo que no sirve
      Nunca dejarla sabemos.

      Que corresponda a mi amor
      Nada añade, mas no puedo
      Por más que lo solicito
      Dejar yo de apetecerlo.

      Si es delito, ya lo digo;
      Si es culpa, ya lo confieso,
      Mas no puedo arrepentirme
      Por más que hacerlo pretendo.

      Bien ha visto quien penetra
      Lo interior de mis secretos
      Que yo misma estoy formando
      Los dolores que padezco.

      Bien sabe que soy yo misma
      Verdugo de mis deseos,
      Pues muertos entre mis ansias,
      Tienen sepulcro en mi pecho.

      Muero ¿quién lo creerá?, a manos
      De la cosa que más quiero,
      Y el motivo de matarme
      Es el amor que le tengo.

      Así alimentando triste
      La vida con el veneno,
      La misma muerte que vivo,
      Es la vida con que muero.

      Pero, valor, corazón,
      Porque en tan dulce tormento,
      En medio de cualquier suerte
      No dejar de amar protesto.

      II

      Mientras la gracia me excita
      Por elevarse a la esfera,
      Más me abate a lo profundo
      El peso de mis miserias.

      La virtud y la costumbre
      En el corazón pelean
      Y el corazón agoniza
      En tanto que lidian ellas.

      Y aunque es la virtud tan fuerte,
      Temo que tal vez la venzan.
      Que es muy grande la costumbre
      Y está la virtud muy tierna.

      Obscurécense el discurso
      Entre confusas tinieblas
      Pues ¿quién podrá darme luz
      Si está la razón a ciegas?

      De mí misma soy verdugo
      Y soy cárcel de mí mesma.
      ¿Quién vio que pena y penante
      Una propia cosa sean?

      Hago disgusto a lo mismo
      Que más agradar quisiera;
      Y del disgusto que doy,
      En mí resulta la pena.

      Amo a Dios y siento en Dios,
      Y hace mi voluntad mesma
      De lo que es alivio, cruz;
      Del mismo puerto, tormenta.

      Padezca, pues Dios lo manda,
      Mas de tal manera sea
      Que si son penas las culpas,
      Que no sean culpas las penas.
    Arriba

    La sentencia del justo
      Firma Pilatos la que juzga ajena
      Sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte!
      ¿Quién creerá que firmando ajena muerte
      El mismo juez en ella se condena?

      La ambición de sí tanto le enajena
      Que con el vil temor ciego no advierte
      Que carga sobre sí la infausta suerte,
      Quien al Justo sentencia a injusta pena.

      Jueces del mundo, detened la mano,
      Aún no firméis, mirad si son violencias
      Las que os pueden mover de odio inhumano;

      Examinad primero las conciencias,
      Mirad no haga el Juez recto y soberano
      Que en la ajena firméis vuestras sentencias.
    Arriba

    Letras para cantar
      Hirió blandamente el aire
      Con su dulce voz Narcisa,
      Y él le repitió los ecos
      Por boca de las heridas.

      De los celestiales Ejes
      El rápido curso fija,
      Y en los Elementos cesa
      La discordia nunca unida.

      Al dulce imán de su voz
      Quisieran, por asistirla,
      Firmamento ser el Móvil,
      El Sol ser estrella fija.

      Tan bella, sobre canora,
      Que el amor dudoso admira,
      Si se deben sus arpones
      A sus ecos, o a su vista.

      Porque tan confusamente
      Hiere, que no se averigua,
      si está en la voz la hermosura,
      O en los ojos la armonía.

      Homicidas sus facciones
      El mortal cambio ejercitan;
      Voces, que alteran los ojos
      Rayos que el labio fulmina.

      Quién podrá vivir seguro,
      Si su hermosura Divina
      Con los ojos y las voces
      Duplicadas armas vibra.

      El Mar la admira Sirena,
      Y con sus marinas Ninfas
      Le da en lenguas de las Aguas
      Alabanzas cristalinas:
      Pero Fabio que es el blanco
      Adonde las flecha tira,
      Así le dijo, culpando
      De superfluas sus heridas:
      No dupliques las armas,
      Bella homicida,
      Que está ociosa la muerte
      Donde no hay vida.
    Arriba

    Muestra se debe escoger antes que exponerse a los ultrajes de la vejez
      Miró Celia una rosa que en el prado
      Ostentaba feliz la pompa vana
      Y con afeites de carmín y grana
      Bañaba alegre el rostro delicado;

      Y dijo: Goza, sin temor del hado,
      El curso breve de tu edad lozana,
      Pues no podrá la muerte de mañana
      Quitarte lo que hubieres hoy gozado.

      Y aunque llega la muerte presurosa
      Y tu fragante vida se te aleja,
      No sientas el morir tan bella y moza:

      Mira que la experiencia te aconseja
      Que es fortuna morirte siendo hermosa
      Y no ver el ultraje de ser vieja.
    Arriba

    Nacimiento de Cristo
      De la más fragante rosa
      Nació la abeja más bella,
      A quien el limpio rocío
      Dio purísima materia.

      Nace, pues, y apenas nace,
      Cuando en la misma moneda,
      Lo que en perlas recibió
      Empieza a pagar en perlas.

      Que llora el alba, no es mucho
      Que es costumbre en su belleza;
      Mas ¿quién hay que no se admire
      De que el sol lágrimas vierta?

      Si es por secundar la rosa,
      Es ociosa diligencia,
      Pues no es menester rocío
      Después de nacer la abeja.

      Y más cuando en la clausura
      De su virginal pureza
      Ni antecedente haber pudo,
      Ni puede haber quien suceda,

      ¿Pues a qué fin es el llanto,
      Que dulcemente riega?
      Quien no puede dar más fruto
      ¿Qué importa que estéril sea?

      Mas ay, que la abeja tiene
      Tan íntima dependencia
      Siempre con la rosa, que
      Depende su vida de ella;

      Pues dándole néctar puro,
      Que sus fragancias engendran,
      No sólo antes le concibe
      Pero después le alimenta.

      Hijo y madre, en tan divinas
      Peregrinas competencias,
      Ninguno queda deudor,
      Y ambos obligados quedan.

      La abeja paga el rocío
      De que la rosa la engendra,
      Y ella vuelve a retornarle con
      Lo mismo que la engendra.

      Ayudando el uno al otro
      Con mutua correspondencia,
      La abeja a la flor fecunda,
      Y ella a la abeja sustenta.

      Pues si por eso es el llanto,
      Llore Jesús, norabuena,
      Que lo que expende en rocío
      Cobrará después en néctar.
    Arriba

    Oración traducida del latín
      Ante tus ojos benditos
      Las culpas manifestamos,
      Y las heridas mostramos,
      Que hicieron nuestros delitos.

      Si el mal, que hemos cometido,
      Viene a ser considerado,
      Menor es lo tolerado,
      Mayor es lo merecido.

      La conciencia nos condena,
      No hallando en ella disculpa,
      Que respecto de la culpa,
      Es muy liviana la pena.

      Del pecado el duro azar
      Sentimos, que padecemos
      Y nunca enmendar queremos
      La costumbre de pecar.

      Cuando en tus azotes suda
      Sangre la naturaleza,
      Se rinde nuestra flaqueza,
      Y la maldad no se muda.

      Cuando el pecado mancilla
      La mente con fiera herida,
      Padece el alma afligida,
      Y la cerviz no se humilla.

      La vida suelta la rienda
      En su acostumbrado error,
      Suspira por el dolor,
      Y en el obrar no se enmienda.

      Puestos entre dos extremos,
      En cualquiera peligramos;
      Si esperas, no la enmendamos;
      Si te vengas, nos perdemos.

      De la aflicción el quebranto
      Nos obliga a la contricción
      Y en pasando la aflicción,
      Se olvida también el llanto.

      Cuando tu castigo empieza
      Promete el temor humano;
      Y en suspendiendo la mano,
      No se cumple la promesa.

      Cuando nos hieres, clamamos
      Que el perdón nos des, que puedes,
      Y así que nos lo concedes.
      Otra vez te provocamos.

      Tienes a la humana gente
      Convicta en su confesión,
      Que si no le das perdón,
      La acabarás justamente.

      Concede al humilde ruego
      Sin mérito a quien criaste,
      Tú que de nada formas
      A quien te rogará luego.
    Arriba

    Procura desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la verdad, que llama pasión
      Este que ves, engaño colorido,
      Que, del arte ostentando los primores,
      Con falsos silogismos de colores
      Es cauteloso engaño del sentido;

      Este en quien la lisonja ha pretendido
      Excusar de los años los horrores
      Y venciendo del tiempo los rigores
      Triunfar de la vejez y del olvido:

      Es un vano artificio del cuidado;
      Es una flor al viento delicada;
      Es un resguardo inútil para el hado;

      Es una necia diligencia errada;
      Es un afán caduco, y, bien mirado,
      Es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
    Arriba

    Prosigue el mismo asunto y determina que prevalezca la razón contra el gusto
      Al que ingrato me deja, busco amante;
      Al que amante me sigue, dejo ingrata;
      Constante adoro a quien mi amor maltrata;
      Maltrato a quien mi amor busca constante.

      Al que trato de amor, hallo diamante,
      Y soy diamante al que de amor me trata;
      Triunfante quiero ver al que me mata,
      Y mato al que me quiere ver triunfante.

      Si a este pago, padece mi deseo;
      Si ruego a aquel, mi pundonor enojo:
      De entrambos modos infeliz me veo.

      Pero yo, por mejor partido, escojo
      De quien no quiero, ser violento empleo,
      Que, de quien no me quiere, vil despojo.
    Arriba

    Que consuela a un celoso epilogando la serie de los amores
      Amor empieza por desasosiego,
      Solicitud, ardores y desvelos;
      Crece con riesgos, lances y recelos;
      Susténtase de llantos y de ruego.

      Doctrínanle tibiezas y despego,
      Conserva el ser entre engañosos velos,
      Hasta que con agravios o con celos
      Apaga con sus lágrimas su fuego.

      Su principio, su medio y fin es éste:
      ¿Pues por qué, Alcino, sientes el desvío
      De Celia, que otro tiempo bien te quiso?

      ¿Qué razón hay de que dolor te cueste?
      Pues no te engañó amor, Alcino mío,
      Sino que llegó el término preciso.
    Arriba

    Quéjase de la suerte: insinúa su aversión a los vicios, y justifica su divertimento a las musas
      ¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
      ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
      Poner bellezas en mi entendimiento
      Y no mi entendimiento en las bellezas?

      Yo no estimo tesoros ni riquezas,
      Y así, siempre me causa más contento
      Poner riquezas en mi entendimiento
      Que no mi entendimiento en las riquezas.

      Y no estimo hermosura que vencida
      Es despojo civil de las edades
      Ni riqueza me agrada fementida,

      Teniendo por mejor en mis verdades
      Consumir vanidades de la vida
      Que consumir la vida en vanidades.
    Arriba

    Redondillas
      Hombres necios que acusáis
      A la mujer sin razón,
      Sin ver que sois la ocasión
      De lo mismo que culpáis:

      Si con ansia sin igual
      Solicitáis su desdén,
      ¿Por qué queréis que obren bien
      Si las incitáis al mal?

      Combatís su resistencia
      Y luego, con gravedad,
      Decís que fue liviandad
      Lo que hizo la diligencia.

      Parecer quiere el denuedo
      De vuestro parecer loco
      Al niño que pone el coco
      Y luego le tiene miedo.

      Queréis, con presunción necia,
      Hallar a la que buscáis,
      Para pretendida, Thais,
      Y en la posesión, Lucrecia.

      ¿Qué humor puede ser más raro
      Que el que, falto de consejo,
      Él mismo empaña el espejo,
      Y siente que no esté claro?

      Con el favor y desdén
      Tenéis condición igual,
      Quejándoos, si os tratan mal,
      Burlándoos, si os quieren bien.

      Opinión, ninguna gana,
      Pues la que más se recata,
      Si no os admite, es ingrata,
      Y si os admite, es liviana.

      Siempre tan necios andáis
      Que, con desigual nivel,
      A una culpáis por crüel
      Y a otra por fácil culpáis.

      ¿Pues cómo ha de estar templada
      La que vuestro amor pretende,
      Si la que es ingrata, ofende,
      Y la que es fácil, enfada?

      Mas, entre el enfado y la pena
      Que vuestro gusto refiere,
      Bien haya la que no os quiere
      Y quejaos en hora buena.

      Dan vuestras amantes penas
      A sus libertades alas,
      Y después de hacerlas malas
      Las queréis hallar muy buenas.

      ¿Cuál mayor culpa ha tenido
      En una pasión errada:
      La que cae de rogada,
      O el que ruega de caído?

      ¿O cuál es más de culpar,
      Aunque cualquiera mal haga:
      La que peca por la paga,
      O el que paga por pecar?

      Pues, ¿para qué os espantáis
      De la culpa que tenéis?
      Queredlas cual las hacéis
      O hacedlas cual las buscáis.

      Dejad de solicitar,
      Y después, con más razón,
      Acusaréis la afición
      De la que os fuere a rogar.

      Bien con muchas armas fundo
      Que lidia vuestra arrogancia,
      Pues en promesa e instancia
      Juntáis diablo, carne y mundo.
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    Resuelve la cuestión de cuál sea pesar más molesto en encontradas correspondencias: amar o aborrecer
      Que no me quiera Fabio al verse amado
      Es dolor sin igual, en mi sentido;
      Mas que me quiera Silvio aborrecido
      Es menor mal, mas no menor enfado.

      ¿Qué sufrimiento no estará cansado,
      Si siempre le resuenan al oído,
      Tras la vana arrogancia de un querido,
      El cansado gemir de un desdeñado?

      Si de Silvio me cansa el rendimiento,
      A Fabio canso con estar rendida:
      Si de éste busco el agradecimiento,

      A mí me busca el otro agradecida:
      Por activa y pasiva es mi tormento,
      Pues padezco en querer y ser querida.
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    Sentimientos de ausente
      Amado dueño mío,
      Escucha un rato mis cansadas quejas,
      Pues del viento las fío,
      Que breve las conduzca a tus orejas,
      Si no se desvanece el triste acento
      Como mis esperanzas en el viento.

      Óyeme con los ojos,
      Ya que están tan distantes los oídos,
      Y de ausentes enojos
      En ecos de mi pluma mis gemidos;
      Y ya que a ti no llega mi voz ruda,
      Óyeme sordo, pues me quejo muda.

      Si del campo te agradas,
      Goza de sus frescuras venturosas
      Sin que aquestas cansadas
      Lágrimas te detengan enfadosas;
      Que en él verás, si atento te entretienes
      Ejemplo de mis males y mis bienes.

      Si al arroyo parlero
      Ves, galán de las flores en el prado,
      Que amante y lisonjero
      A cuantas mira intima su cuidado,
      En su corriente mi dolor te avisa
      Que a costa de mi llanto tiene risa.

      Si ves que triste llora
      Su esperanza marchita, en ramo verde,
      Tórtola gemidora,
      En él y en ella mi dolor te acuerde,
      Que imitan con verdor y con lamento,
      Él mi esperanza y ella mi tormento.

      Si la flor delicada,
      Si la peña, que altiva no consiente
      Del tiempo ser hollada,
      Ambas me imitan, aunque variamente,
      Ya con fragilidad, ya con dureza,
      Mi dicha aquella y esta mi firmeza.

      Si ves el ciervo herido
      Que baja por el monte, acelerado
      Buscando dolorido
      Alivio del mal en un arroyo helado,
      Y sediento al cristal se precipita,
      No en el alivio en el dolor me imita,

      Si la liebre encogida
      Huye medrosa de los galgos fieros,
      Y por salvar la vida
      No deja estampa de los pies ligeros,
      Tal mi esperanza en dudas y recelos
      Se ve acosa de villanos celos.

      Si ves el cielo claro,
      Tal es la sencillez del alma mía;
      Y si, de luz avaro,
      De tinieblas emboza el claro día,
      es con su oscuridad y su inclemencia,
      imagen de mi vida en esta ausencia.

      Así que, Fabio amado
      Saber puede mis males sin costarte
      La noticia cuidado,
      Pues puedes de los campos informarte;
      Y pues yo a todo mi dolor ajusto,
      Saber mi pena sin dejar tu gusto.
      Mas ¿cuándo ¡ay gloria mía!
      Mereceré gozar tu luz serena?

      ¿Cuándo llegará el día
      Que pongas dulce fin a tanta pena?
      ¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,
      Y de los míos quitarás el llanto?

      ¿Cuándo tu voz sonora
      Herirá mis oídos delicada,
      Y el alma que te adora,
      De inundación de gozos anegada,
      A recibirte con amante prisa
      Saldrá a los ojos desatada en risa?

      ¿Cuándo tu luz hermosa
      Revestirá de gloria mis sentidos?
      ¿Y cuándo yo dichosa,
      Mis suspiros daré por bien perdidos,
      Teniendo en poco el precio de mi llanto?
      Que tanto ha de penar quien goza tanto.

      ¿Cuándo de tu apacible
      Rostro alegre veré el semblante afable,
      Y aquel bien indecible
      A toda humana pluma inexplicable?
      Que mal se ceñirá a lo definido
      Lo que no cabe en todo lo sentido.

      Ven, pues, mi prenda amada,
      Que ya fallece mi cansada vida
      De esta ausencia pesada;
      Ven, pues, que mientras tarda tu venida,
      Aunque me cueste su verdor enojos,
      Regaré mi esperanza con mis ojos.
    Arriba

    Teme que su afecto parezca
      Señora, si la belleza
      Que en vos llego a contemplar
      Es bastante a conquistar
      La más inculta dureza,

      ¿Por qué hacéis que el sacrificio
      Que debo a vuestra luz pura
      Debiéndose a la hermosura
      Se atribuya al beneficio?

      Cuando es bien que glorias cante,
      De ser vos, quien me ha rendido,
      ¿Queréis que lo agradecido
      Se equivoque con lo amante?

      Vuestro favor me condena
      A otra especie de desdicha,
      Pues me quitáis con la dicha
      El mérito de la pena.

      Si no es que dais a entender
      Que favor tan singular,
      Aunque se puede lograr,
      No se puede merecer.

      Con razón, pues la hermosura
      Aún llegada a poseerse,
      Si llega a merecerse,
      Dejará de ser ventura.

      Que estar un digno cuidado
      Con razón correspondido,
      Es premio de lo servido,
      Y no dicha de lo amado.

      Que dicha se ha de llamar
      Sólo la que, a mi entender,
      Ni se puede merecer,
      Ni se pretende alcanzar.

      Ya que este favor excede
      Tanto a todos, al lograrse,
      Que no sólo no pagarse,
      Más ni agradecer se puede.

      Pues desde el dichoso día
      Que vuestra belleza vi,
      Tal del todo me rendí,
      Que no me quedó acción mía.

      Con lo cual, señora, muestro,
      y a decir mi amor se atreve,
      Que nadie pagaros debe,
      Que vos honréis lo que es vuestro.

      Bien sé que es atrevimiento
      Pero el amor es testigo
      Que no sé lo que me digo
      Por saber lo que me siento.

      Y en fin, perdonad por Dios,
      Señora, que os hable así,
      Que si yo estuviera en mí
      No estuvierais en mí vos.

      Sólo quiero suplicaros
      Que de mí recibáis hoy,
      No sólo el alma que os doy,
      Mas la que quisiera daros.
    Arriba