Rosalía de Castro

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    Información biográfica

  1. Ángel
  2. Busca y anhela el sosiego
  3. Cuando pienso que te huyes
  4. Del antiguo camino a lo largo
  5. Del rumor cadencioso de la onda
  6. Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros
  7. En los ecos del órgano, o en el rumor del viento
  8. Era apacible el día
  9. Estaciones
  10. Hora tras hora
  11. La canción que oyó en sueños el viejo (fragmento)
  12. Lágrima triste en mi dolor vertida
  13. Las campanas
  14. Los robles
  15. Los tristes
  16. Los unos altísimos
  17. Margarita
  18. Meditación en el umbral
  19. Orillas del Sar
  20. Pobre alma sola
  21. Recuerda el trinar del ave
  22. Sed de amores tenía
  23. Soledad
  24. Te amo... ¿Por qué me odias?
  25. Tú para mí, yo para ti, bien mío
  26. Una sombra tristísima, indefinible y vaga
  27. Ya duermen en su tumba las pasiones
  28. Ya no mana la fuente
  29. Yo no sé lo que busco eternamente


Información biográfica

    Nombre: María Rosalía Rita de Castro
    Lugar y fecha nacimiento: Santiago de Compostela (España), 24 de febrero de 1837
    Lugar y fecha defunción: Padrón, La Coruña (España), 15 de julio de 1885 (48 años)
    Ocupación: Escritora, novelista, poeta
    Movimiento: Romanticismo
Considerada entre los grandes poetas de la literatura española del siglo XIX. Es considerada junto con Gustavo Adolfo Bécquer la precursora de la poesía española moderna.

Fuente: [Rosalía de Castro] en Wikipedia.org

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    Ángel
      Todo duerme... del aire, el soplo blando
      Callado va, con temeroso vuelo
      El aroma esparciendo de las rosas;
      Brilla la luna, y sueñan con el cielo
      Los niños que reposan, contemplando
      Flores, luz y pintadas mariposas.

      ¡Niños!, al soplo de mi tibio aliento,
      Dormid en paz, que os cubren con sus alas
      Los blancos y amorosos serafines,
      Y adornándoos a un tiempo con sus galas
      Hacen que en ondas os regale el viento
      Blando aroma de lirios y jazmines.

      Y, en tanto, el astro de la noche, lento,
      Pálido, melancólico y suave,
      Del aire azul recorre los espacios,
      Globo de plata o misteriosa nave,
      Vaga a través del ancho firmamento,
      Por cima de cabañas y palacios.

      Su tibia luz refléjase en la tierra
      Como del alba la primer sonrisa
      Que va a alegrar las aguas de la fuente;
      Y al rizarse los mares con la brisa,
      Cuanto su seno de hermosura encierra
      Muéstrase allí, brillante y transparente.

      Las plantas y los céfiros susurran
      Con blando son, y acentos misteriosos
      Lanza, al pasar, el murmurante río,
      Y a través de los árboles frondosos
      Las estrellas inmóviles fulguran
      Chispas de luz en su ámbito sombrío.

      Todo es reposo, y soledad, y sueño...
      Sueño aparente y soledad mentida,
      En el mundo del hombre... ¡hermoso mundo
      Cuando, mintiendo, a amarle nos convida!
      Y es que en que fuese amado puso empeño,
      Quien llena cielo y tierra, y mar profundo.

      Mas... ¿qué pálida sombra cruza el prado...
      Errante, sola, fugitiva y leve?
      Como si fuese en pos de un bien perdido,
      Apenas al pasar las hojas mueve.
      Y vaga al pie del monte y del collado
      Cual tortolilla en torno de su nido.

      Virgen parece por la undosa falda
      Y por la blonda y larga cabellera,
      Que el viento de la noche manso agita;
      Bello es su rostro y dulce la manera
      Con que pisa la alfombra de esmeralda,
      Mientras su seno con ardor palpita.

      ¡Pobre mujer!... ¿Qué culpa, qué pecado
      Como aguijón la ha herido en su inocencia,
      Que el calor de su lecho así abandona?
      Yo sondaré el dolor de tu conciencia,
      Que no en vano a la tierra he descendido,
      En nombre del Señor que la perdona.
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    Busca y anhela el sosiego
      Busca y anhela el sosiego...
      Mas, ¿quién le sosegará?
      Con lo que sueña despierto,
      Dormido vuelve a soñar.
      Que hoy como ayer, y mañana
      Cual hoy, en su eterno afán,
      De hallar el bien que ambiciona
      -Cuando sólo encuentra el mal-,
      Siempre a soñar condenado,
      Nunca puede sosegar.
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    Cuando pienso que te huyes
      Cuando pienso que te huyes,
      Negra sombra que me asombras,
      Al pie de mis cabezales,
      Tornas haciéndome mofa.

      Si imagino que te has ido,
      En el mismo sol te me muestras,
      Y eres la estrella que brilla,
      Y eres el viento que sopla.

      Si cantan, tú eres quien canta,
      Si lloran, tú eres quien llora,
      Y eres murmullo del río
      Y eres la noche y la aurora.

      En todo estás y eres todo,
      Para mí en mí misma moras,
      Nunca me abandonarás,
      Sombra que siempre me ensombras.
    Arriba

    Del antiguo camino a lo largo
      Del antiguo camino a lo largo,
      Ya un pinar, ya una fuente aparece,
      Que brotando en la peña musgosa
      Con estrépito al valle desciende.
      Y brillando del sol a los rayos
      Entre un mar de verdura se pierden,
      Dividiéndose en limpios arroyos
      Que dan vida a las flores silvestres
      Y en el Sar se confunden, el río
      Que cual niño que plácido duerme,
      Reflejando el azul de los cielos,
      Lento corre en la fronda a esconderse.
      No lejos, en soto profundo de robles,
      En donde el silencio sus alas extiende,
      Y da abrigo a los genios propicios,
      A nuestras viviendas y asilos campestres,
      Siempre allí, cuando evoco mis sombras,
      O las llamo, respóndenme y vienen.
    Arriba

    Del rumor cadencioso de la onda
      Del rumor cadencioso de la onda
      Y el viento que muge;
      Del incierto reflejo que alumbra
      La selva o la nube;
      Del piar de alguna ave de paso;
      Del agreste ignorado perfume
      Que el céfiro roba
      Al valle o a la cumbre,
      Mundos hay donde encuentran asilo
      Las almas que al peso
      Del mundo sucumben.
    Arriba

    Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros
      Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
      Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
      Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
      De mí murmuran y exclaman:
      Ahí va la loca soñando
      Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
      Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
      Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

      -Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
      Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
      Con la eterna primavera de mi vida que se apaga
      Y la perenne frescura de los campos y las almas,
      Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

      Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
      Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
    Arriba

    En los ecos del órgano, o en el rumor del viento
      En los ecos del órgano, o en el rumor del viento,
      En el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,
      Te adivinaba en todo, y en todo te buscaba,
      Sin encontrarte nunca.
      Quizás después te ha hallado, te ha hallado y ha perdido
      Otra vez de la vida en la batalla ruda,
      Ya que sigue buscándote y te adivina en todo,
      Sin encontrarte nunca.
      Pero sabe que existes y no eres vano sueño,
      Hermosura sin nombre, pero perfecta y única.
      Por eso vive triste, porque te busca siempre,
      Sin encontrarte nunca.
    Arriba

    Era apacible el día
      Era apacible el día
      Y templado el ambiente
      Y llovía, llovía,
      Callada y mansamente;
      Y mientras silenciosa
      Lloraba yo y gemía,
      Mi niño, tierna rosa,
      Durmiendo se moría.

      Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
      Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

      Tierra sobre el cadáver insepulto
      Antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
      Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
      Bien pronto en los terrones removidos
      Verde y pujante crecerá la hierba.

      ¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
      Torvo el mirar, nublado el pensamiento?
      ¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
      Jamás el que descansa en el sepulcro
      ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

      ¡Jamás! ¿Es verdad que todo
      Para siempre acabó ya?
      No, no puede acabar lo que es eterno,
      Ni puede tener fin la inmensidad.

      Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
      Te espera aún con amorosa afán,
      Y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
      Allí donde nos hemos de encontrar.

      Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
      Que no morirá jamás,
      Y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
      A desunir ya nunca volverá.

      En el cielo, en la tierra, en lo insondable
      Yo te hallaré y me hallarás.
      No, no puede acabar lo que es eterno,
      Ni puede tener fin la inmensidad.

      Mas... es verdad, ha partido,
      Para nunca más tornar.
      Nada hay eterno para el hombre, huésped
      De un día en este mundo terrenal,
      En donde nace, vive y al fin muere,
      Cual todo nace, vive y muere acá.

      Una luciérnaga entre el musgo brilla
      Y un astro en las alturas centellea,
      Abismo arriba, y en el fondo abismo;
      ¿Qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
      En vano el pensamiento
      Indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
      Siempre al llegar al término ignoramos
      Qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

      Arrodillada ante la tosca imagen,
      Mi espíritu, abismado en lo infinito,
      Impía acaso, interrogando al cielo
      Y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
      ¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
      Con sus ecos responde a mis gemidos
      Desde la altura, y sin esfuerzo el llano
      Baña ardiente mi rostro enflaquecido.
      ¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
      Lo puedes ver y comprender, Dios mío!

      ¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
      Piadoso y compasivo
      Vuelve a mis ojos la celeste venda
      De la fe bienhechora que he perdido,
      Y no consientas, no, que cruce errante,
      Huérfano y sin arrimo
      Acá abajo los yermos de la vida,
      Más allá las llanadas del vacío.

      Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
      E impasible el divino
      Rostro del Redentor, deja que envuelto
      En sombras quede el humillado espíritu.
      Silencio siempre; únicamente el órgano
      Con sus acentos místicos
      Resuena allá de la desierta nave
      Bajo el arco sombrío.

      Todo acabó quizás, menos mi pena,
      Puñal de doble filo;
      Todo menos la duda que nos lanza
      De un abismo de horror en otro abismo.

      Desierto el mundo, despoblado el cielo,
      Enferma el alma y en el polvo hundido
      El sacro altar en donde
      Se exhalaron fervientes mis suspiros,
      En mil pedazos roto
      Mi Dios, cayó al abismo,
      Y al buscarle anhelante, sólo encuentro
      La soledad inmensa del vacío.

      De improviso los ángeles
      Desde sus altos nichos
      De mármol me miraron tristemente
      Y una voz dulce resonó en mi oído:
      "Pobre alma, espera y llora
      A los pies del Altísimo:
      Mas no olvides que al cielo
      Nunca ha llegado el insolente grito
      De un corazón que de la vil materia
      Y del barro de Adán formó sus ídolos."
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    Estaciones
      Adivínase el dulce y perfumado
      Calor primaveral;
      Los gérmenes se agitan en la tierra
      Con inquietud en su amoroso afán,
      Y cruzan por los aires, silenciosos,
      Átomos que se besan al pasar.
      Hierve la sangre juvenil; se exalta
      Lleno de aliento el corazón, y audaz
      El loco pensamiento sueña y cree
      Que el hombre es, cual los dioses, inmortal.
      No importa que los sueños sean mentira,
      Ya que al cabo es verdad
      Que es venturoso el que soñando muere,
      Infeliz el que vive sin soñar.
      ¡Pero qué aprisa en este mundo triste
      Todas las cosas van!
      ¡Que las domina el vértigo creyérase!...
      La que ayer fue capullo, es rosa ya,
      Y pronto agostará rosas y plantas
      El calor estival.
      Candente está la atmósfera;
      Explora el zorro la desierta vía:
      Insalubre se torna
      Del limpio arroyo el agua cristalina,
      El pino aguarda inmóvil
      Los besos inconstantes de la brisa.
      Imponente silencio
      Agobia la campiña;
      Sólo el zumbido del insecto se oye
      En las extensas y húmedas umbrías;
      Monótono y constante
      Como el sordo estertor de la agonía.
      Bien pudiera llamarse, en el estío,
      La hora del mediodía,
      Noche en que al hombre de luchar cansado
      Más que nunca le irritan,
      De la materia la imponente fuerza
      Y del alma las ansias infinitas.
      Volved, ¡oh, noches de invierno frío,
      Nuestras viejas amantes de otros días!
      Tornad con vuestros hielos y crudezas
      A refrescar la sangre enardecida
      Por el estío insoportable y triste...
      ¡Triste!... ¡Lleno de pámpanos y espigas!
      Frío y calor, otoño o primavera,
      ¿Dónde..., dónde se encuentra la alegría?
      Hermosas son las estaciones todas
      Para el mortal que en sí guarda la dicha;
      Mas para el alma desolada y huérfana,
      No hay estación risueña ni propicia.
    Arriba

    Hora tras hora
      Hora tras hora, día tras día,
      Entre el cielo y la tierra que quedan
      Eternos vigías,
      Como torrente que se despeña,
      Pasa la vida.

      Devolvedle a la flor su perfume
      Después de marchita;
      De las ondas que besan la playa
      Y que una tras otra besándola expiran.
      Recoged los rumores, las quejas,
      Y en planchas de bronce grabad su armonía.

      Tiempos que fueron, llantos y risas,
      Negros tormentos, dulces mentiras,
      ¡Ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
      En dónde, alma mía?
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    La canción que oyó en sueños el viejo (fragmento)
      De pronto el corazón, con ansia extrema
      Mezclada a un tiempo de placer y espanto,
      Latió, mientras su labio murmuraba:
      "¡No, los muertos no vuelven de sus antros!

      Él era y no era él; mas su recuerdo,
      Dormido en lo profundo
      Del alma, despertóse con violencia
      Rencoroso y adusto.

      -No soy yo, ¡pero soy! -murmuró el viento--,
      Y vuelvo, amada mía,
      Desde la eternidad para dejarte
      Ver otra vez mi incrédula sonrisa.

      "¡Aún has de ser feliz! -te dije un tiempo,
      Cuando me hallaba al borde de la tumba-.
      Aún has de amar-; y tú, con fiero enojo,
      Me respondiste: "¡Nunca!-

      "¡Ah! ¿Del mudable corazón has visto
      Los recónditos pliegues?-,
      Volví a decirte. y tú, llorando a mares,
      Repetiste: "¡Tú solo, y para siempre!..

      Después, era una noche como aquéllas;
      Y un rayo de la luna, el mismo acaso
      Que a ti y a mí nos alumbró importuno,
      Os alumbraba a entrambos.

      Cantaba un grillo en el vecino muro,
      Y todo era silencio en la campiña,
      ¿No te acuerdas, mujer? Yo vine entonces,
      Sombra, remordimiento o pesadilla.

      Mas tú, engañada recordando al muerto,
      Pero también del vivo enamorada,
      Te olvidaste del cielo y de la tierra
      Y condenaste el alma.

      Una vez, una sola,
      Aterrada volviste de ti misma,
      ¡Como para sentir mejor la muerte,
      De la sima al caer, vuelve la víctima!
      Y aún entonces, ¡extraño cuanto horrible
      Reflejo del pasado!,
      El abrazo convulso de tu amante
      Te recordó, mujer, nuestros abrazos.

      "¡Aún has de ser feliz!-, te dije un tiempo,
      Y me engañé. No puede
      Serlo quien lleva la traición por guía,
      Y a su sombra mortífera se duerme.

      "¡Aún has de amar!-, te repetí, y amaste,
      Y protector asilo
      Diste, desventurada, a una serpiente
      En aquel corazón que fuera mío.

      Emponzoñada estás; odios y penas
      Te acosan y persiguen,
      Y yo casi con lástima contemplo
      Tu pecado y tu mancha irredemibles.

      ¡Mas, vengativo, al cabo yo te amaba
      Ardientemente y te amo todavía!...
      Vuelvo para dejarte
      Ver otra vez mi incrédula sonrisa.
    Arriba

    Lágrima triste en mi dolor vertida
      A la memoria de Aurelio Aguirre.

      Lágrima triste en mi dolor vertida,
      Perla del corazón que entre tormentas
      Fue en largas horas de pesar nacida,
      En fúnebre memoria convertida
      La flor será que a tu corona enlace;
      Las horas de la vida turbulentas
      Ajan las flores y el laurel marchitan;
      Pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,
      Llanto de duelo que el dolor fecunda,
      Si el triste hueco de una tumba anega
      Y sus húmedos hálitos inunda,
      Ni el sol de fuego que en Oriente nace
      Seco su manantial a dejar llega
      Ni en sutiles vapores le deshace,
      ¡Y es manantial fecundo el llanto mío
      Para verter sobre un sepulcro amado
      De mil recuerdos caudaloso río!
    Arriba

    Las campanas
      Yo las amo, yo las oigo,
      Cual oigo el rumor del viento,
      El murmurar de la fuente
      O el balido de cordero.

      Como los pájaros, ellas,
      Tan pronto asoma en los cielos
      El primer rayo del alba,
      Le saludan con sus ecos.

      Y en sus notas, que van prolongándose
      Por los llanos y los cerros,
      Hay algo de candoroso,
      De apacible y de halagüeño.

      Si por siempre enmudecieran,
      ¡Qué tristeza en el aire y el cielo!
      ¡Qué silencio en la iglesia!
      ¡Qué extrañeza entre los muertos!
    Arriba

    Los robles
      1

      Allá en tiempos que fueron, y el alma
      Han llenado de santos recuerdos,
      De mi tierra en los campos hermosos,
      La riqueza del pobre era el fuego,
      Que al brillar de la choza en el fondo,
      Calentaba los rígidos miembros
      Por el frío y el hambre ateridos
      Del niño y del viejo.

      De la hoguera sentados en torno,
      En sus brazos la madre arrullaba
      Al infante robusto;
      Daba vuelta, afanosa la andana
      En sus dedos nudosos, al huso,
      Y al alegre fulgor de la llama,
      Ya la joven la harina cernía,
      O ya desgranaba
      Con su mano callosa y pequeña,
      Del maíz las mazorcas doradas.

      Y al amor del hogar calentándose
      En invierno, la pobre familia
      Campesina, olvidaba la dura
      Condición de su suerte enemiga;
      Y el anciano y el niño, contentos
      En su lecho de paja dormían,
      Como duerme el polluelo en su nido
      Cuando el ala materna le abriga.

      2

      Bajo el hacha implacable, ¡cuán presto
      En tierra cayeron
      Encinas y robles!;
      Y a los rayos del alba risueña,
      ¡Qué calva aparece
      La cima del monte!

      Los que ayer fueron bosques y selvas
      De agreste espesura,
      Donde envueltas en dulce misterio
      Al rayar el día
      Flotaban las brumas,
      Y brotaba la fuente serena
      Entre flores y musgos oculta,
      Hoy son áridas lomas que ostentan
      Deformes y negras
      Sus hondas cisuras.

      Ya no entonan en ellas los pájaros
      Sus canciones de amor, ni se juntan
      Cuando mayo alborea en la fronda
      Que quedó de sus robles desnuda.
      Sólo el viento al pasar trae el eco
      Del cuervo que grazna,
      Del lobo que aúlla.

      3

      Una mancha sombría y extensa
      Borda a trechos del monte la falda,
      Semejante a legión aguerrida
      Que acampase en la abrupta montaña
      Lanzando alaridos
      De sorda amenaza.

      Son pinares que al suelo, desnudo
      De su antiguo ropaje, le prestan
      Con el suyo el adorno salvaje
      Que resiste del tiempo a la afrenta
      Y corona de eterna verdura
      Las ásperas breñas.

      Árbol duro y altivo, que gustas
      De escuchar el rumor del Océano
      Y gemir con la brisa marina
      De la playa en el blanco desierto,
      ¡Yo te amo!, y mi vista reposa
      Con placer en los tibios reflejos
      Que tu copa gallarda iluminan
      Cuando audaz se destaca en el cielo,
      Despidiendo la luz que agoniza,
      Saludando la estrella del véspero.

      Pero tú, sacra encina del celta,
      Y tú, roble de ramas añosas,
      Sois más bellos con vuestro follaje
      Que si mayo las cumbres festona
      Salpicadas de fresco rocío
      Donde quiebra sus rayos la aurora,
      Y convierte los sotos profundos
      En mansión de gloria.

      Más tarde, en otoño
      Cuando caen marchitas tus hojas,
      ¡Oh roble!, y con ellas
      Generoso los musgos alfombras,
      ¡Qué hermoso está el campo;
      La selva, qué hermosa!

      Al recuerdo de aquellos rumores
      Que al morir el día
      Se levantan del bosque en la hondura
      Cuando pasa gimiendo la brisa
      Y remueve con húmedo soplo
      Tus hojas marchitas
      Mientras corre engrosado el arroyo
      En su cauce de frescas orillas,

      Estremécese el alma pensando
      Dónde duermen las glorias queridas
      De este pueblo sufrido, que espera
      Silencioso en su lecho de espinas
      Que suene su hora
      Y llegue aquel día
      En que venza con mano segura,
      Del mal que le oprime,
      La fuerza homicida.

      4

      Torna, roble, árbol patrio, a dar sombra
      Cariñosa a la escueta montaña
      Donde un tiempo la gaita guerrera105
      Alentó de los nuestros las almas
      Y compás hizo al eco monótono
      Del canto materno,
      Del viento y del agua,
      Que en las noches del invierno al infante
      En su cuna de mimbre arrullaban.

      Que tan bello apareces, ¡oh roble!
      De este suelo en las cumbres gallardas
      Y en las suaves graciosas pendientes
      Donde umbrosas se extienden tus ramas,
      Como en rostro de pálida virgen
      Cabellera ondulante y dorada,
      Que en lluvia de rizos
      Acaricia la frente de nácar.

      ¡Torna presto a poblar nuestros bosques;
      Y que tornen contigo las hadas
      Que algún tiempo a tu sombra tejieron
      Del héroe gallego
      Las frescas guirnaldas!

      15

      Alma que vas huyendo de ti misma,
      ¿Qué buscas, insensata, en las demás?
      Si secó en ti la fuente del consuelo,
      Secas todas las fuentes has de hallar.
      ¡Que hay en el cielo estrellas todavía,
      Y hay en la tierra flores perfumadas!
      ¡Sí...! Mas no son ya aquellas
      Que tú amaste y te amaron, desdichada.

      16

      Cuando recuerdo del ancho bosque
      El mar dorado
      De hojas marchitas que en el otoño
      Agita el viento con soplo blando,
      Tan honda angustia nubla mi alma,
      Turba mi pecho,
      Que me pregunto:
      "¿Por qué tan terca,
      Tan fiel memoria me ha dado el cielo?"

      17

      Del antiguo camino a lo largo,
      Ya un pinar, ya una fuente aparece,
      Que brotando en la peña musgosa
      Con estrépito al valle desciende.
      Y brillando del sol a los rayos
      Entre un mar de verdura se pierden,
      Dividiéndose en limpios arroyos
      Que dan vida a las flores silvestres
      Y en el Sar se confunden, el río
      Que cual niño que plácido duerme,
      Reflejando el azul de los cielos,
      Lento corre en la fronda a esconderse.

      No lejos, en soto profundo de robles,
      En donde el silencio sus alas extiende,
      Y da abrigo a los genios propicios,
      A nuestras viviendas y asilos campestres,
      Siempre allí, cuando evoco mis sombras,
      O las llamo, respóndenme y vienen.

      18

      Ya duermen en su tumba las pasiones
      El sueño de la nada;
      ¿Es, pues, locura del doliente espíritu,
      O gusano que llevo en mis entrañas?
      Yo sólo sé que es un placer que duele,
      Que es un dolor que atormentando halaga,
      Llama que de la vida se alimenta,
      Mas sin la cual la vida se apagara.

      19

      Creyó que era eterno tu reino en el alma,
      Y creyó tu esencia, esencia inmortal;
      Mas, si sólo eres nube que pasa,
      Ilusiones que vienen y van,
      Rumores del onda que rueda y que muere
      Y nace de nuevo y vuelve a rodar,
      Todo es sueño y mentira en la tierra,
      ¡No existes, verdad!

      20

      Ya siente que te extingues en su seno,
      Llama vital, que dabas
      Luz a su espíritu, a su cuerpo fuerzas,
      Juventud a su alma.

      Ya tu calor no templará su sangre,
      Por el invierno helada,
      Ni harás latir su corazón, ya falto
      De aliento y de esperanza.

      Será cual astro que apagado y solo,
      Perdido va por la extensión del cielo,
      Mudo, ciego, insensible,
      Sin goces, ni tormentos.

      21

      No subas tan alto, pensamiento loco,
      Que el que más alto sube más hondo cae,
      Ni puede el alma gozar del cielo
      Mientras que vive envuelta en la carne.

      Por eso las grandes dichas de la tierra
      Tienen siempre por término grandes catástrofes.
    Arriba

    Los tristes
      1

      De la torpe ignorancia que confunde
      Lo mezquino y lo inmenso;
      De la dura injusticia del más alto,
      De la saña mortal de los pequeños,
      ¡No es posible que huyáis! cuando os conocen
      Y os buscan, como busca el zorro hambriento
      A la indefensa tórtola en los campos;
      Y al querer esconderos
      De sus cobardes iras, ya en el monte,
      En la ciudad o en el retiro estrecho,
      ¡Ahí va!, exclaman, ¡ahí va!, y allí os insultan
      Y señalan con íntimo contento
      Cual la mano implacable y vengativa
      Señala al triste y fugitivo reo.

      2

      Cayó por fin en la espumosa y turbia
      Recia corriente, y descendió al abismo
      Para no subir más a la serena
      Y tersa superficie. En lo más íntimo
      Del noble corazón ya lastimado,
      Resonó el golpe doloroso y frío
      Que ahogando la esperanza
      Hace abatir los ánimos altivos,
      Y plegando las alas torvo y mudo,
      En densa niebla se envolvió su espíritu.

      3

      Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,
      ¿Qué entendéis de sus ansias malogradas?
      Vosotros, que gozasteis y sufristeis,
      ¿Qué comprendéis de sus eternas lágrimas?
      Y vosotros, en fin, cuyos recuerdos
      Son como niebla que disipa el alba,
      ¡Qué sabéis del que lleva de los suyos
      La eterna pesadumbre sobre el alma!

      4

      Cuando en la planta con afán cuidada
      La fresca yema de un capullo asoma,
      Lentamente arrastrándose entre el césped,
      Le asalta el caracol y la devora.

      Cuando de un alma atea,
      En la profunda oscuridad medrosa
      Brilla un rayo de fe, viene la duda
      Y sobre él tiende su gigante sombra.

      5

      En cada fresco brote, en cada rosa erguida,
      Cien gotas de rocío brillan al sol que nace;
      Mas él ve que son lágrimas que derraman los tristes
      Al fecundar la tierra con su preciosa sangre.

      Henchido está el ambiente de agradables aromas,
      Las aguas y los vientos cadenciosos murmuran;
      Mas él siente que rugen con sordo clamoreo
      De sofocados gritos y de amenazas mudas.

      ¡No hay duda! De cien astros nuevos, la luz radiante
      Hasta las más recónditas profundidades llega;
      Mas sus hermosos rayos
      Jamás en torno suyo rompen la bruma espesa.

      De la esperanza, ¿en dónde crece la flor ansiada?
      Para él, en dondequiera al retoñar se agosta,
      Ya bajo las escarchas del egoísmo estéril,
      O ya del desengaño a la menguada sombra.

      ¡Y en vano el mar extenso y las vegas fecundas,
      Los pájaros, las flores y los frutos que siembran!
      Para el desheredado, sólo hay bajo del cielo
      Esa quietud sombría que infunde la tristeza.

      6

      Cada vez huye más de los vivos,
      Cada vez habla más con los muertos
      Y es que cuando nos rinde el cansancio
      Propicio a la paz y al sueño,
      El cuerpo tiende al reposo,
      El alma tiende a lo eterno.

      7

      Así como el lobo desciende a poblado,
      Si acaso en la sierra se ve perseguido,
      Huyendo del hombre que acosa a los tristes,
      Buscó entre las fieras el triste un asilo.

      El sol calentaba su lóbrega cueva,
      Piadosa velaba su sueño la luna
      El árbol salvaje le daba sus frutos,
      La fuente sus aguas de grata frescura.

      Bien pronto los rayos del sol se nublaron.
      La luna entre brumas veló su semblante,
      Secóse la fuente, y el árbol nególe,
      Al par que su sombra, sus frutos salvajes.

      Dejando la sierra buscó en la llanura
      De otro árbol el fruto, la luz de otro cielo;
      Y a un río profundo, de nombre ignorado,
      Pidióle aguas puras su labio sediento.

      ¡Ya en vano!, sin tregua siguióle la noche,
      La sed que atormenta y el hambre que mata;
      ¡Ya en vano!, que ni árbol, ni cielo, ni río,
      Le dieron su fruto, su luz, ni sus aguas.

      Y en tanto el olvido, la duda y la muerte
      Agrandan las sombras que en torno le cercan,
      Allá en lontananza la luz de la vida,
      Hiriendo sus ojos feliz centellea.

      Dichosos mortales a quien la fortuna
      Fue siempre propicia... ¡Silencio!, ¡silencio!,
      Si veis tantos seres que corren buscando
      Las negras corrientes del hondo Leteo.
    Arriba

    Los unos altísimos
      Los unos altísimos,
      Los otros menores,
      Con su eterno verdor y frescura,
      Que inspira a las almas
      Agrestes canciones,
      Mientras gime al chocar con las aguas
      La brisa marina de aromas salobres,
      Van en ondas subiendo hacia el cielo
      Los pinos del monte.

      De la altura la bruma desciende
      Y envuelve las copas
      Perfumadas, sonoras y altivas
      De aquellos gigantes
      Que el Castro coronan;
      Brilla en tanto a sus pies el arroyo
      Que alumbra risueña
      La luz de la aurora,
      Y los cuervos sacuden sus alas,
      Lanzando graznidos
      Y huyendo la sombra.

      El viajero, rendido y cansado,
      Que ve del camino la línea escabrosa
      Que aún le resta que andar, anhelara,
      Deteniéndose al pie de la loma,
      De repente quedar convertido
      En pájaro o fuente,
      En árbol o en roca.
    Arriba

    Margarita
      1

      ¡Silencio, los lebreles
      De la jauría maldita!
      No despertéis a la implacable fiera
      Que duerme silenciosa en su guarida.
      ¿No veis que de sus garras
      Penden gloria y honor, reposo y dicha?

      Prosiguieron aullando los lebreles...
      -Los malos pensamientos homicidas!-
      Y despertaron la temible fiera...
      -¡La pasión que en el alma se adormía!-
      Y ¡adiós! en un momento,
      ¡Adiós gloria y honor, reposo y dicha!

      2

      Duerme el anciano padre, mientras ella
      A la luz de la lámpara nocturna
      Contempla el noble y varonil semblante
      Que un pesado sueño abruma.

      Bajo aquella triste frente
      Que los pesares anublan,
      Deben ir y venir torvas visiones,
      Negras hijas de la duda.

      Ella tiembla..., vacila y se estremece...
      ¿De miedo acaso, o de dolor y angustia?
      Con expresión de lastima infinita,
      No sé qué rezos murmura.

      Plegaria acaso santa, acaso impía,
      Trémulo el labio a su pesar pronuncia,
      Mientras dentro del alma la conciencia
      Contra las pasiones lucha.

      ¡Batalla ruda y terrible
      Librada ante la víctima, que muda
      Duerme el sueño intranquilo de los tristes
      A quien ha vuelto el rostro la fortuna!

      Y él sigue en reposo, y ella,
      Que abandona la estancia, entre las brumas
      De la noche se pierde, y torna al alba,
      Ajado el velo..., en su mirar la angustia.

      Carne, tentación, demonio,
      ¡Oh!, ¿de cuál de vosotros es la culpa?
      ¡Silencio...! El día soñoliento asoma
      Por las lejanas alturas,
      Y el anciano despierto, ella risueña,
      Ambos su pena ocultan,
      Y fingen entregarse indiferentes
      A las faenas de su vida oscura.

      3

      La culpada calló, mas habló el crimen...
      Murió el anciano, y ella, la insensata,
      Siguió quemando incienso en su locura,
      De la torpeza ante las negras aras,
      Hasta rodar en el profundo abismo,
      Fiel a su mal, de su dolor esclava.

      ¡Ah! Cuando amaba el bien, ¿cómo así pudo
      Hacer traición a su virtud sin mancha,
      Malgastar las riquezas de su espíritu,
      Vender su cuerpo, condenar su alma?

      Es que en medio del vaso corrompido
      Donde su sed ardiente se apagaba,
      De un amor inmortal los leves átomos,
      Sin mancharse, en la atmósfera flotaban.

      Sedientas las arenas, en la playa
      Sienten del sol los besos abrasados,
      Y no lejos, las ondas, siempre frescas,
      Ruedan pausadamente murmurando.
      Pobres arenas, de mi suerte imagen:
      No sé lo que me pasa al contemplaros,
      Pues como yo sufrís, secas y mudas,
      El suplicio sin término de Tántalo.

      Pero ¿quién sabe...? Acaso luzca un día
      En que, salvando misteriosos límites,
      Avance el mar y hasta vosotras llegue
      A apagar vuestra sed inextinguible.

      ¡Y quién sabe también si tras de tantos
      Siglos de ansias y anhelos imposibles,
      Saciará al fin su sed el alma ardiente
      Donde beben su amor los serafines!
    Arriba

    Meditación en el umbral
      No, no es la solución
      Tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
      Ni apurar el arsénico de Madame Bovary
      Ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
      Del ángel con venablo
      Antes de liarse el manto a la cabeza
      Y comenzar a actuar.
      Ni concluir las leyes geométricas, contando
      Las vigas de la celda de castigo
      Como lo hizo Sor Juana. No es la solución
      Escribir, mientras llegan las visitas,
      En la sala de estar de la familia Austen
      Ni encerrarse en el ático
      De alguna residencia de la Nueva Inglaterra
      Y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
      Debajo de una almohada de soltera.
      Debe haber otro modo que no se llame Safo
      Ni Mesalina ni María Egipciaca
      Ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
      Otro modo de ser humano y libre.
      Otro modo de ser.
    Arriba

    Orillas del Sar
      I

      A través del follaje perenne
      Que oír deja rumores extraños,
      Y entre un mar de ondulante verdura,
      Amorosa mansión de los pájaros,
      Desde mis ventanas veo
      El templo que quise tanto.

      El templo que tanto quise...
      Pues no sé decir ya si le quiero,
      Que en el rudo vaivén que sin tregua
      Se agitan mis pensamientos,
      Dudo si el rencor adusto
      Vive unido al amor en mi pecho.

      II

      Otra vez, tras la lucha que rinde
      Y la incertidumbre amarga
      Del viajero que errante no sabe
      Dónde dormirá mañana,
      En sus lares primitivos
      Halla un breve descanso mi alma.

      Algo tiene este blando reposo
      De sombrío y de halagüeño,
      Cual lo tiene en la noche callada
      De un ser amado el recuerdo,
      Que de negras traiciones y dichas
      Inmensas, nos habla a un tiempo.

      Ya no lloro..., y no obstante, agobiado
      Y afligido mi espíritu, apenas
      De su cárcel estrecha y sombría
      Osa dejar las tinieblas
      Para bañarse en las ondas
      De luz que el espacio llenan.

      Cual si en suelo extranjero me hallase,
      Tímida y hosca, contemplo
      Desde lejos los bosques y alturas
      Y los floridos senderos
      Donde en cada rincón me aguardaba
      La esperanza sonriendo.

      III

      Oigo el toque sonoro que entonces
      A mi lecho a llamarme venía
      Con sus ecos, que el alba anunciaban,
      Mientras, cual dulce caricia,
      Un rayo de sol dorado
      Alumbraba mi estancia tranquila.

      Puro el aire, la luz sonrosada,
      ¡Qué despertar tan dichoso!
      Yo veía entre nubes de incienso
      Visiones con alas de oro
      Que llevaban la venda celeste
      De la fe sobre sus ojos...

      Ese sol es el mismo, mas ellas
      No acuden a mi conjuro;
      Y a través del espacio y las nubes,
      Y del agua en los limbos confusos,
      Y del aire en la azul transparencia,
      ¡Ay!, ya en vano las llamo y las busco.

      Blanca y desierta la vía
      Entre los frondosos setos
      Y los bosques y arroyos que bordan
      Sus orillas, con grato misterio
      Atraerme parece y brindarme
      A que siga su línea sin término.

      Bajemos, pues, que el camino
      Antiguo nos saldrá al paso,
      Aunque triste, escabroso y desierto,
      Y cual nosotros cambiado,
      Lleno aún de las blancas fantasmas
      Que en otro tiempo adoramos.

      IV

      Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,
      Caigo en la senda amiga, donde una fuente brota
      Siempre serena y pura;
      Y con mirada incierta, busco por la llanura
      No sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,
      No sé qué flor tardía de virginal frescura
      Que no crece en la vía arenosa y desierta.

      De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,
      Gallardamente arranca al pie de la vereda
      La Torre y sus contornos cubiertos de follaje,
      Prestando a la mirada descanso en su ramaje
      Cuando de la ancha vega, por vivo sol bañada
      Que las pupilas ciega,
      Atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

      Como un eco perdido, como un amigo acento
      Que suena cariñoso,
      El familiar chirrido del carro perezoso
      Corre en las alas del viento y llega hasta mi oído
      Cual en aquellos días hermosos y brillantes
      En que las ansias mías eran quejas amantes,
      Eran dorados sueños y santas alegrías.

      Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido,
      Fondóns cerca descansa;
      La cándida abubilla bebe en el agua mansa
      Donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa
      Beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa
      Las aguas del olvido, que es de la muerte hermano:
      Donde de los vencejos que vuelan en la altura
      La sombra se refleja;
      Y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla
      Por entre la verdura de la frondosa orilla.

      V

      ¡Cuán hermosa es tu vega! ¡Oh, Padrón! ¡Oh, Iria Flavia!
      Mas el calor, la vida juvenil y la savia
      Que extraje de tu seno,
      Como el sediento niño el dulce jugo extrae
      Del pecho blanco y lleno,
      De mi existencia oscura en el torrente amargo
      Pasaron, cual barridas por la inconstancia ciega,
      Una visión de armiño, una ilusión querida,
      Un suspiro de amor.

      De tus suaves rumores la acorde consonancia,
      Ya para el alma yerta, tornóse bronca y dura
      A impulsos del dolor;
      Secáronse tus flores de virginal fragancia;
      Perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,
      El alba su candor.

      La nieve de los años, de la tristeza el hielo
      Constante, al alma niegan toda ilusión amada,
      Todo dulce consuelo.
      Sólo los desengaños preñados de temores,
      Y de la duda el frío,
      Avivan los dolores que siente el pecho mío,
      Y ahondando mi herida,
      Me destierran del cielo, donde las fuentes brotan
      Eternas de la vida.

      VI

      ¡Oh, tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!
      Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella,
      Del Sar cabe la orilla,
      Al acabarme, siento la sed devoradora
      Y jamás apagada que ahoga el sentimiento,
      Y el hambre de justicia, que abate y anonada
      Cuando nuestros clamores los arrebata el viento
      De tempestad airada.

      Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora
      Tras del Miranda altivo,
      Valles y cumbres dora con su resplandor vivo;
      En vano llega mayo de sol y aromas lleno,
      Con su frente de niño de rosas coronada,
      Y con su luz serena:
      En mi pecho ve juntos el odio y el cariño,
      Mezcla de gloria y pena,
      Mi sien por la corona del mártir agobiada
      Y para siempre frío y agotado mi seno.

      VII

      Ya que de la esperanza, para la vida mía,
      Triste y descolorido ha llegado el ocaso,
      A mi morada oscura, desmantelada y fría
      Tornemos paso a paso,
      Porque con su alegría no aumente mi amargura
      La blanca luz del día.

      Contenta el negro nido busca el ave agorera,
      Bien reposa la fiera en el antro escondido,
      En su sepulcro el muerto, el triste en el olvido,
      Y mi alma en su desierto.
    Arriba

    Pobre alma sola
      ¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,
      Deja que pasen, deja que lleguen
      La primavera y el triste otoño,
      Ora el estío y ora las nieves;

      Que no tan sólo para ti corren
      Horas y meses;
      Todo contigo, seres y mundos
      De prisa marchan, todo envejece;

      Que hoy, mañana, antes y ahora,
      Lo mismo siempre,
      Hombres y frutos, plantas y flores,
      Vienen y vanse, nacen y mueren.

      Cuando te apene lo que atrás dejas,
      Recuerda siempre
      Que es más dichoso quien de la vida
      Mayor espacio corrido tiene.
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    Recuerda el trinar del ave
      Recuerda el trinar del ave
      Y el chasquido de los besos;
      Los rumores de la selva,
      Cuando en ella gime el viento,
      Y del mar las tempestades,
      Y la bronca voz del trueno;
      Todo halla un eco en las cuerdas
      Del arpa que pulsa el genio.

      Pero aquel sordo latido
      Del corazón que está enfermo
      De muerte, y que de amor muere
      Y que resuena en el pecho
      Como en bordón que se rompe
      Dentro de un sepulcro hueco,
      Es tan triste y melancólico,
      Tan horrible y tan supremo,
      Que jamás el genio pudo
      Repetirlo con sus ecos.
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    Sed de amores tenía
      Sed de amores tenía, y dejaste
      Que la apagase en tu boca,
      ¡Piadosa samaritana!
      Y te encontraste sin honra,
      Ignorando que hay labios que secan
      Y que manchan cuanto tocan.
      ¡Lo ignorabas..., y ahora lo sabes!
      Pero yo sé también, pecadora
      Compasiva, porque a veces
      Hay compasiones traidoras,
      Que si el sediento volviese
      A implorar misericordia,
      Su sed de nuevo apagaras,
      Samaritana piadosa.
      No volverá te lo juro;
      Desde que una fuente enlodan
      Con su pico esas aves de paso,
      Se van a beber a otra.
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    Soledad
      Un manso río, una vereda estrecha,
      Un campo solitario y un pinar,
      Y el viejo puente rústico y sencillo
      Completando tan grata soledad.

      ¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
      Basta a veces un solo pensamiento.
      Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
      El puente, el río y el pinar desiertos.

      No son nube ni flor los que enamoran;
      Eres tú, corazón, triste o dichoso,
      Ya del dolor y del placer el árbitro,
      Quien seca el mar y hace habitable el polo.
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    Te amo... ¿Por qué me odias?
      Te amo... ¿Por qué me odias?
      -Te odio... ¿Por qué me amas?
      Secreto es éste el más triste
      Y misterioso del alma.

      Mas ello es verdad... ¡Verdad
      Dura y atormentadora!
      -Me odias porque te amo;
      Te amo porque me odias.
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    Tú para mí, yo para ti, bien mío
      I

      Tú para mí, yo para ti, bien mío
      -Murmurábais los dos-
      "Es el amor la esencia de la vida,
      No hay vida sin amor".

      ¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!...
      ¡Qué albos rayos de sol!...
      ¡Qué tibias noches de susurros llenas,
      Qué horas de bendición!

      ¡Qué aroma, qué perfumes, qué belleza
      En cuanto Dios crió,
      Y cómo entre sonrisas murmurábais:
      "¡No hay vida sin amor!"

      II

      Después, cual lampo fugitivo y leve,
      Como soplo veloz,
      Pasó el amor..., la esencia de la vida...;
      Mas... aún vivís los dos.

      "Tú de otro, y de otra yo" , dijísteis luego.
      ¡Oh mundo engañador!
      Ya no hubo noches de serena calma,
      Brilló enturbiado el sol!...

      ¿Y aún, vieja encina, resististe? ¿Aún late,
      Mujer, tu corazón?
      No es tiempo ya de delirar, no torna
      Lo que por siempre huyó.

      No sueñes, ¡ay!, pues que llegó el invierno
      Frío y desolador.
      Huella la nieve, valerosa, y cante
      Enérgica tu voz.
      ¡Amor, llam inmortal, rey de la tierra,
      Ya para siempre, adiós!
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    Una sombra tristísima, indefinible y vaga
      Una sombra tristísima, indefinible y vaga
      Como lo incierto, siempre ante mis ojos va
      Tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,
      Corriendo sin cesar.
      Ignoro su destino...; mas no sé por qué temo
      Al ver su ansia mortal,
      Que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.
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    Ya duermen en su tumba las pasiones
      Ya duermen en su tumba las pasiones
      El sueño de la nada;
      ¿Es, pues, locura del doliente espíritu,
      O gusano que llevo en mis entrañas?
      Yo sólo sé que es un placer que duele,
      Que es un dolor que atormentado halaga,
      Llama que de la vida se alimenta,
      Mas sin la cual la vida se apagara.
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    Ya no mana la fuente
      Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
      Ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.

      Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,
      Ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.

      Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
      Le recuerda al sediento el horror de la muerte.

      ¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura
      Donde humildes violetas el espacio perfuman.

      Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,
      Tiende en torno del agua su fresquísima sombra.

      El sediento viajero que el camino atraviesa,
      Humedece los labios en la linfa serena
      Del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
      Y dichoso se olvida de la fuente ya seca.
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    Yo no sé lo que busco eternamente
      Yo no sé lo que busco eternamente
      En la tierra, en el aire y en el cielo;
      Yo no sé lo que busco; pero es algo
      Que perdí no sé cuando y que no encuentro,
      Aún cuando sueñe que invisible habita
      En todo cuanto toco y cuanto veo.
      Felicidad, no he de volver a hallarte
      En la tierra, en el aire, ni en el cielo,
      Y aún cuando sé que existes
      Y no eres vano sueño!
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