José Zorrilla

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    Información biográfica

  1. A buen juez, mejor testigo
  2. A la estudiantina burgalesa
  3. A Narciso Serra
  4. Corriendo van por la vega
  5. Don Juan
  6. Dueña de la negra toca
  7. El contrabandista
  8. El trovador
  9. En el álbum
  10. En el álbum de mi hija
  11. Primera impresión de Granada
  12. Soliloquio
  13. Vuelta a la patria

  14. Traducción de poemas de Victor Hugo [1]


Información biográfica
    Nombre: José Zorrilla y Moral
    Lugar y fecha nacimiento: Valladolid (España), 21 de febrero de 1817
    Lugar y fecha defunción: Madrid (España), 23 de enero de 1893 (75 años)
    Ocupación: Escritor, dramaturgo, poeta
    Movimiento: Romanticismo

    Fuente: [José Zorrilla] en Wikipedia.org
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    A buen juez, mejor testigo
      I

      Entre pardos nubarrones
      Pasando la blanca luna,
      Con resplandor fugitivo,
      La baja tierra no alumbra.
      La brisa con frescas alas
      Juguetona no murmura,
      Y las veletas no giran
      Entre la cruz y la cúpula.
      Tal vez un pálido rayo
      La opaca atmósfera cruza,
      Y unas en otras las sombras
      Confundidas se dibujan.
      Las almenas de las torres
      Un momento se columbran,
      Como lanzas de soldados
      Apostados en la altura.
      Reverberan los cristales
      La trémula llama turbia,
      Y un instante entre las rocas
      Riela la fuente oculta.
      Los álamos de la Vega
      Parecen en la espesura
      De fantasmas apiñados
      Medrosa y gigante turba;
      Y alguna vez desprendida
      Gotea pesada lluvia,
      Que no despierta a quien duerme,
      Ni a quien medita importuna.
      Yace Toledo en el sueño
      Entre las sombras confusa,
      Y el Tajo a sus pies pasando
      Con pardas ondas lo arrulla.
      El monótono murmullo
      Sonar perdido se escucha,
      cual si por las hondas calles
      Hirviera del mar la espuma.
      ¡Qué dulce es dormir en calma
      Cuando a lo lejos susurran
      Los álamos que se mecen,
      Las aguas que se derrumban!
      Se sueñan bellos fantasmas
      Que el sueño del triste endulzan,
      Y en tanto que sueña el triste,
      No le aqueja su amargura.
      Tan en calma y tan sombría
      Como la noche que enluta
      La esquina en que desemboca
      Una callejuela oculta,
      Se ve de un hombre que guarda
      La vigilante figura,
      Y tan a la sombra vela
      Que entre las sombras se ofusca.
      Frente por frente a sus ojos
      Un balcón a poca altura
      Deja escapar por los vidrios
      La luz que dentro le alumbra;
      Mas ni en el claro aposento,
      Ni en la callejuela oscura
      El silencio de la noche
      Rumor sospechoso turba.
      Pasó así tan largo tiempo,
      Que pudiera haberse duda
      De si es hombre, o solamente
      Mentida ilusión nocturna;
      Pero es hombre, y bien se ve,
      Porque con planta segura,
      Ganando el centro a la calle,
      Resuelto y audaz pregunta:
      "¿Quién va?", y a corta distancia
      El igual compás se escucha
      De un caballo que sacude
      Las sonoras herraduras.
      "¿Quién va?", repite, y cercana
      Otra voz menos robusta
      Responde: "Un hidalgo, ¡calle!"
      Y el paso el bulto apresura,
      "Téngase el hidalgo", el hombre
      Replica, y la espada empuña.
      "Ved más bien si me haréis calle,
      Repitieron con mesura,
      Que hasta hoy a nadie se tuvo
      Iván de Vargas y Acuña."
      "Pase el Acuña y perdone",
      Dijo el mozo en faz de fuga,
      Pues, teniéndose el embozo,
      Sopla un silbato y se oculta.
      Paró el jinete a una puerta,
      Y con precaución difusa
      Salió una niña al balcón
      Que llama interior alumbra.
      "¡Mi padre!", clamó en voz baja,
      Y el viejo en la cerradura
      Metió la llave pidiendo
      A sus gentes que le acudan.
      Un negro por ambas bridas,
      Tomó la cabalgadura,
      Cerróse detrás la puerta
      Y quedó la calle muda.
      En esto desde el balcón,
      Como quien tal acostumbra,
      Un mancebo por las rejas
      De la calle se asegura.
      Asió el brazo al que apostado
      Hizo cara a Iván de Acuña,
      Y huyeron en el embozo
      Velando la catadura.

      II

      Clara, apacible y serena
      Pasa la siguiente tarde,
      Y el sol tocando su ocaso
      Apaga su luz gigante;
      Se ve la imperial Toledo
      Dorada por los remates
      Como una ciudad de grana
      Coronada de cristales.
      El Tajo por entre rocas
      Sus anchos cimientos lame,
      Dibujando en las arenas
      Las ondas con que las bate.
      Y la ciudad se retrata
      En las ondas desiguales,
      Como en prendas de que el río
      Tan afanoso la bañe.
      A lo lejos en la Vega
      Tiende galán por sus márgenes,
      De sus álamos y huertos
      El pintoresco ropaje;
      Y porque su altiva gala
      Más a los ojos halague,
      La salpica con escombros
      De castillos y de alcázares.
      Un recuerdo en cada piedra
      Que toda una historia vale,
      Cada colina un secreto
      De príncipes o galanes.
      Aquí se bañó la hermosa
      Por quien dejó un rey culpable
      Amor, fama, reino y vida
      En manos de musulmanes.
      Allí recibió Galiana
      A su receloso amante,
      En esa cuesta que entonces
      Era un plantel de azahares.
      Allá por aquella torre
      Que hicieron puerta los árabes,
      Subió el Cid sobre Babieca
      Con su gente y su estandarte.
      Más lejos se ve el castillo
      De San Servando, o Cervantes,
      Donde nada se hizo nunca
      Y nada al presente se hace.
      A este lado está la almena
      Por do sacó vigilante
      El Conde Don Peranzules
      Al rey, que supo una tarde
      Fingir tan tenaz modorra,
      Que, político y constante,
      Tuvo siempre el brazo quedo
      Las palmas al horadarle.
      Allí está el circo romano,
      Gran cifra de un pueblo grande,
      Y aquí la antigua basílica
      De bizantinos pilares,
      Que oyó en el primer concilio
      Las palabras de los Padres
      Que velaron por la Iglesia
      Perseguida o vacilante.
      La sombra en este momento
      Tiende sus turbios cendales
      Por todas esas memorias
      De las pasadas edades;
      Y del Cambrón y Bisagra
      Los caminos desiguales,
      Camino a los toledanos
      Hacia las murallas abren.
      Los labradores se acercan
      Al fuego de sus hogares,
      Cargados con sus aperos,
      Cargados con sus afanes.
      Los ricos y sedentarios
      Se tornan con paso grave,
      Calado el ancho sombrero,
      Abrochados los gabanes;
      Y los clérigos y monjes
      Y los prelados y abades,
      Sacudiendo el leve polvo
      De capelos y sayales.
      Quédase sólo un mancebo
      De impetuosos ademanes,
      Que se pasea ocultando
      Entre la capa el semblante.
      Los que pasan le contemplan
      Con decisión de evitarle,
      Y él contempla a los que pasan
      Como si a alguien aguardase
      Los tímidos aceleran
      Los pasos al divisarle,
      Cual temiendo de seguro
      Que les proponga un combate;
      Y los valientes le miran
      Cual si sintieran dejarle
      Sin que libres sus estoques
      En riña sonora dancen.
      Una mujer, también sola,
      Se viene el llano adelante,
      La luz del rostro escondida
      En tocas y tafetanes.
      Mas en lo leve del paso
      Y en lo flexible del talle
      Puede a través de los velos
      Una hermosa adivinarse.
      Vase derecha al que aguarda,
      Y él al encuentro le sale
      Diciendo... cuanto se dicen
      En las citas los amantes.
      Mas ella, galanterías
      Dejando severa aparte,
      Así al mancebo interrumpe
      En voz decidida y grave:
      "Abreviemos de razones,
      Diego Martínez; mi padre,
      Que un hombre ha entrado en su ausencia
      Dentro mi aposento sabe,
      Y así quien mancha mi honra
      Con la suya me la lave;
      O dadme mano de esposo,
      O libre de vos dejadme."
      Miróla Diego Martínez
      Atentamente un instante,
      Y echando a su lado el embozo
      Repuso palabras tales:
      "Dentro de un mes, Inés mía,
      Parto a la guerra de Flandes;
      Al año estaré de vuelta
      Y contigo en los altares.
      Honra que yo te desluzca
      Con honra mía se lave,
      Que por honra vuelven honra
      Hidalgos que en honra nacen."
      "Júralo", exclama la niña.
      "Más que mi palabra vale
      No te valdrá un juramento."
      "Diego, la palabra es aire."
      "¡Vive Dios, que estás tenaz!
      Dalo por jurado y baste."
      "No me basta; que olvidar
      Puedes la palabra en Flandes."
      "¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?"
      "Que a los pies de aquella imagen
      Lo jures como cristiano
      Del Santo Cristo delante."
      Vaciló un punto Martínez.
      Mas porfiando que jurase,
      Llevóle Inés hacia el templo
      Que en medio la Vega yace.
      Enclavado en un madero,
      En duro y postrero trance,
      Ceñida la sien de espinas,
      Descolorido el semblante,
      Veíase allí un crucifijo
      Teñido de negra sangre
      A quien Toledo devota
      Acude hoy en sus azares.
      Ante sus plantas divinas
      Llegaron ambos amantes,
      Y haciendo Inés que Martínez
      Los sagrados pies tocase,
      Preguntóle
      "Diego, ¿juras
      A tu vuelta desposarme?
      Contestó el mozo:
      "¡Sí juro!",
      Y ambos del templo se salen.

      III

      Pasó un día y otro día
      Un mes y otro mes pasó,
      Y un año pasado había,
      Mas de Flandes no volvía
      Diego, que a Flandes partió.
      Lloraba la bella Inés
      Oraba un mes y otro mes
      Su vuelta aguardando en vano,
      Del crucifijo a los pies
      Do puso el galán su mano.
      Todas las tardes venía
      Después de traspuesto el sol,
      Y a Dios llorando pedía
      La vuelta del español,
      y el español no volvía.
      Y siempre al anochecer,
      Sin dueña y sin escudero,
      En un manto una mujer
      El campo salía a ver
      Al alto del Miradero.
      ¡Ay del triste que consume
      Su existencia en esperar!
      ¡Ay del triste que presume
      Que el duelo con que él se abrume
      Al ausente ha de pesar!
      La esperanza es de los cielos
      Preciosos y funesto don,
      Pues los amantes desvelos
      Cambian la esperanza en celos
      Que abrasan el corazón.
      Si es cierto lo que se espera
      Es un consuelo en verdad;
      Pero siendo una quimera,
      En tan frágil realidad
      Quien espera desespera.
      Así Inés desesperaba
      Sin acabar de esperar,
      Y su tez se marchitaba,
      Y su llanto se secaba
      Para volver a brotar.
      En vano a su confesor
      Pidió remedio o consejo
      Para aliviar su dolor,
      Que mal se cura el amor
      Con las palabras de un viejo.
      En vano a Iván acudía,
      Llorosa y desconsolada;
      El padre no respondía,
      Que la lengua le tenía
      Su propia deshonra atada.
      Y ambos maldicen su estrella,
      Callando el padre severo
      Y suspirando la bella,
      Porque nació altanero.
      Dos años al fin pasaron
      En esperar y gemir,
      Y las guerras acabaron,
      Y los de Flandes tornaron
      A sus tierras a vivir.
      Pasó un día y otro día,
      Un mes y otro mes pasó,
      Y el tercer año corría:
      Diego a Flandes se partió,
      Mas de Flandes no volvía.
      Era una tarde serena,
      Doraba el sol de Occidente
      Del Tajo la Vega amena,
      Y apoyada en una almena
      Miraba Inés la corriente.
      Iban las tranquilas olas
      Las riberas azotando
      Bajo las murallas solas,
      Musgo, espigas y amapolas
      Ligeramente doblando.
      Algún olmo que escondido
      Creció entre la hierba blanda
      Sobre las aguas tendido
      Se reflejaba perdido
      En su cristalina banda.
      Y algún ruiseñor colgado
      Entre su fresca espesura
      Daba al aire embalsamado
      Su cántico regalado
      Desde la enramada oscura.
      Y algún pez con cien colores,
      Tornasolada la escama,
      Saltaba a besar las flores,
      Que exhalan gratos olores
      A las puntas de una rama.
      Y allá, en el trémulo fondo,
      El torreón se dibuja
      Como el contorno redondo
      Del hueco sombrío y hondo
      Que habita nocturna bruja.
      Así la niña lloraba
      El rigor de su fortuna,
      Y así la tarde pasaba
      Y al horizonte trepaba
      La consoladora luna.
      A lo lejos, por el llano,
      En confuso remolino,
      Vio de hombres tropel lejano
      Que en pardo polvo liviano
      Dejan envuelto el camino.
      Bajó Inés del torreón,
      Y llegando recelosa
      A las puertas del Cambrón,
      Sintió latir zozobrosa
      Más inquieto el corazón.
      Tan galán como altanero
      Dejó ver la escasa luz
      Por bajo el arco primero
      Un hidalgo caballero
      En un caballo andaluz.
      Jubón negro acuchillado,
      Banda azul, lazo en la hombrera
      Y sin pluma al diestro lado,
      El sombrero derribado
      Tocando con la gorguera.
      Bombacho gris guarnecido,
      Bota de ante, espuela de oro,
      Hierro al cinto suspendido
      Y a una cadena prendido
      Agudo cuchillo moro.
      Vienen tras este jinete
      Sobre potros jerezanos
      De lanceros hasta siete,
      Y en adarga y coselete
      Diez peones castellanos.
      Asióse a su estribo Inés,
      Gritando: "¡Diego, eres tú!"
      Y él viéndola de través,
      Dijo: "¡Voto a Belcebú,
      Que no me acuerdo quién es!"
      Dio la triste un alarido
      Tal respuesta al escuchar,
      Y a poco perdió el sentido,
      Sin que más voz ni gemido
      Volviera en tierra a exhalar.
      Frunciendo ambas dos cejas
      Encomendóla a su gente,
      Diciendo: "Malditas viejas,
      Que a las mozas malamente
      Enloquecen con consejas!"
      Y aplicando el capitán
      A su potro las espuelas,
      El rostro a Toledo dan,
      Y a trote cruzando van
      Las oscuras callejuelas.

      IV

      Así por sus altos fines
      Dispone y permite el cielo
      Que puedan mudar al hombre
      Fortuna, poder y tiempo.
      A Flandes partió Martínez
      De soldado aventurero,
      Y por su suerte y hazañas
      Allí capitán le hicieron.
      Según alzaba en honores
      Alzábase en pensamientos,
      Y tanto ayudó en la guerra
      Con su valor y altos hechos,
      Que el mismo rey a su vuelta
      Le armó en Madrid caballero,
      Tomándole a su servicio
      Por capitán de lanceros.
      Y otro no fue que Martínez
      Quien ha poco entró en Toledo,
      Tan orgulloso y ufano
      Cual salió humilde y pequeño.
      Ni es otro a quien se dirige,
      Cobrado el conocimiento,
      La amorosa Inés de Vargas,
      Que vive por él muriendo.
      Mas él, que olvidando todo
      Olvidó su nombre mesmo,
      Puesto que Diego Martínez
      Es el capitán Don Diego,
      Ni se ablanda a sus caricias
      Ni cura de sus lamentos,
      Diciendo que son locuras
      De gente de poco seso:
      Que ni él prometió casarse
      Ni pensó jamás en ello.
      ¡Tanto mudan a los hombres
      Fortuna, poder y tiempo!
      En vano porfía Inés
      Con amenazas y ruegos;
      Cuanto más ella importuna
      Está Martínez severo.
      Abrazada a sus rodillas,
      Enmarañado el cabello,
      La hermosa niña lloraba
      Prosternada por el suelo.
      Mas todo empeño era inútil,
      Porque el capitán Don Diego
      No ha de ser Diego Martínez,
      Como lo era en otro tiempo.
      Y así, llamando a su gente,
      De amor y piedad ajeno,
      Mandóles que a Inés llevaran
      De grado o de valimiento.
      Mas ella, antes que la asieran,
      Cesando un punto en su duelo,
      Así habló, el rostro lloroso
      Hacia Martínez volviendo:
      "Contigo se fue mi honra,
      Conmigo tu juramento;
      Pues buenas prendas son ambas,
      En buen fiel las pesaremos."
      Y la faz descolorida
      En la mantilla envolviendo,
      A pasos desatentados
      Salióse del aposento.

      V

      Era entonces de Toledo
      Por el rey, gobernador,
      El justiciero y valiente
      Don Pedro Ruiz de Alarcón.
      Muchos años por su patria
      El buen viejo peleó;
      Cercenado tiene un brazo,
      Mas entero el corazón.
      La mesa tiene delante,
      Los jueces en derredor,
      Los corchetes a la puerta
      Y en la derecha el bastón.
      Está, como presidente
      Del tribunal superior,
      Entre un dosel y una alfombra,
      Reclinado en un sillón,
      Escuchando con paciencia
      La casi asmática voz
      Con que un tétrico escribano
      Solfea una apelación.
      Los asistentes bostezan
      Al murmullo arrullador;
      Los jueces, medio dormidos,
      Hacen pliegues al ropón;
      Los escribanos repasan
      Sus pergaminos al sol,
      Los corchetes a una moza
      Guiñan en un corredor,
      Y abajo, en Zocodober
      Gritan en discorde son,
      Los que en el mercado venden,
      Lo vendido y el valor.
      Una mujer en tal punto,
      En faz de grande aflicción,
      Rojos de llorar los ojos,
      Ronca de gemir la voz,
      Suelto el caballo y el manto,
      Tomó plaza en el salón
      Diciendo a gritos: "¡Justicia,
      Jueces, justicia, señor!"
      Y a los pies se arroja humilde
      De Don Pedro de Alarcón,
      En tanto que los curiosos
      Se agitan alrededor.
      Alzóla cortés Don Pedro,
      Calmando la confusión
      Y el tumultuoso murmullo
      Que esta escena ocasionó,
      Diciendo:
      "Mujer, ¿qué quieres?
      "Quiero justicia, señor."
      "¿De qué?"
      "De una prenda hurtada."
      "¿Qué prenda?"
      "Mi corazón."
      "¿Tú lo diste?"
      "Lo presté."
      "¿Y no te le han vuelto?"
      "No."
      "¿Tienes testigos?"
      "Ninguno."
      "¿Y promesa?"
      "¡Sí, por Dios!
      Que al partirse de Toledo
      Un juramento empeñó."
      "¿Quién es él?"
      "Diego Martínez."
      "¿Noble?"
      "Y capitán, señor."
      "Presentadme al capitán,
      Que cumplirá si juró."
      Quedó en silencio la sala,
      Y a poco en el corredor
      Se oyó de botas y espuelas
      El acompasado son.
      Un portero, levantando
      El tapiz, en alta voz
      Dijo: "El capitán Don Diego."
      Y entró luego en el salón
      Diego Martínez, los ojos
      Llenos de orgullo y furor.
      "¿Sois el capitán Don Diego
      -Díjole Don Pedro- vos?"
      Contestó altivo y sereno
      Diego Martínez:
      "Yo soy."
      "¿Conocéis a esta muchacha?"
      "Ha tres años, salvo error."
      "¿Hicisteisla juramento
      De ser su marido?
      "No."
      "¿Juráis no haberlo jurado?"
      "Sí, juro."
      "Pues id con Dios."
      "¡Miente!", clamó Inés llorando
      de despecho y de rubor.
      "Mujer, ¡piensa lo que dices...!"
      "Digo que miente, juró."
      "¿Tienes testigos?"
      "Ninguno."
      "Capitán, idos con Dios,
      Y dispensad que acusado
      Dudara de vuestro honor."
      Tornó Martínez la espalda,
      Con brusca satisfacción,
      E Inés, que le vio partirse;
      Resuelta y firme gritó:
      "Llamadle, tengo un testigo;
      Llamadle otra vez, señor."
      Volvió el capitán Don Diego,
      Sentóse Ruiz de Alarcón,
      La multitud aquietóse
      Y la de Vargas siguió:
      "Tengo un testigo a quien nunca
      Faltó verdad ni razón."
      "¿Quién?"
      "Un hombre que de lejos
      Nuestras palabras oyó,
      Mirándonos desde arriba."
      "¿Estaba en algún balcón?"
      "No, que estaba en un suplicio
      Donde ha tiempo que expiró."
      "¿Luego es muerto?"
      "No, que vive,"
      "Estáis loca, ¡vive Dios!
      ¿Quién fue?"
      "El Cristo de la Vega,
      A cuya faz perjuró."
      Pusieronse en pie los jueces
      Al nombre del Redentor,
      Escuchando con asombro
      Tan excelsa apelación.
      Reinó un profundo silencio
      De sorpresa y de pavor,
      Y Diego bajó los ojos
      De vergüenza y confusión.
      Un instante con los jueces
      Don Pedro en secreto habló,
      Y levantóse diciendo
      Con respetuosa voz:
      "La ley es ley para todos;
      Tu testigo es el mejor,
      Mas para tales testigos
      No hay más tribunal que Dios.
      Haremos... lo que sepamos.
      Escribano, al caer el sol
      Al Cristo que está en la Vega
      Tomaréis declaración."

      VI

      Es una tarde serena,
      Cuya luz tornasolada
      Del purpurino horizonte
      Blandamente se derrama.
      Plácido aroma de flores
      Sus hojas plegando exhalan,
      Y el céfiro entre perfumes
      Mece las trémulas alas.
      Brillan abajo en el valle
      Con suave rumor las aguas,
      Y las aves en la orilla
      Despidiendo al día cantan.
      Allá por el Miradero
      Por el Cambrón y Bisagra,
      Confuso tropel de gente
      Del Tajo a la Vega baja.
      Vienen delante Don Pedro
      De Alarcón, Iván de Vargas,
      Su hija Inés, los escribanos,
      Los corchetes y los guardias;
      Y detrás, monjes, hidalgos,
      Mozas, chicos y canalla.
      Otra turba de curiosos
      En la Vega les aguarda,
      Cada cual comentariando
      El caso según le cuadra.
      Entre ellos está Martínez
      En apostura bizarra,
      Calzadas espuelas de oro,
      Valona de encaje blanca,
      Bigote a la borgoñesa,
      Melena desmelenada,
      El sombrero guarnecido
      Con cuatro lazos de plata,
      Un pie delante del otro,
      Y el puño en el de la espada.
      Los plebeyos, de reojo,
      Le miran de entre las capas,
      Los chicos al uniforme
      Y las mozas a la cara.
      Llegado el gobernador
      Y gente que le acompaña,
      Entraron todos al claustro
      Que iglesia y patio separa.
      Encendieron ante el Cristo
      Cuatro cirios y una lámpara
      Y de hinojos un momento
      Le rezaron en voz baja.
      Está el Cristo de la Vega
      La cruz en tierra posada,
      Los pies alzados del suelo
      Poco menos de una vara;
      Hacia la severa imagen
      Un notario se adelanta
      De modo que con el rostro
      Al pecho santo llegaba.
      A un lado tiene a Martínez,
      A otro lado a Inés de Vargas,
      Detrás al gobernador
      Con sus jueces y sus guardias.
      Después de leer dos veces
      La acusación entablada,
      El notario a Jesucristo,
      Así demandó en voz alta:
      Jesús, Hijo de María,
      Ante nos esta mañana,
      Citado como testigo
      Por boca de Inés de Vargas,
      ¿Juráis ser cierto que un día
      A vuestras divinas plantas
      Juró a Inés Diego Martínez
      Por su mujer desposarla?
      Asida a un brazo desnudo
      Una mano atarazada
      Vino a posar en los autos
      La seca y hendida palma,
      Y allá en los aires: "¡Sí, juro!"
      Clamó una voz más que humana.
      Alzó la turba medrosa
      La vista a la imagen santa...
      Los labios tenía abiertos
      Y una mano desclavada.

      Conclusión

      Las vanidades del mundo
      Renunció allí mismo Inés,
      Y espantado de sí propio
      Diego Martínez también.
      Los escribanos, temblando
      Dieron de esta escena fe,
      Firmando como testigos
      Cuantos hubieron poder.
      Fundóse un aniversario
      Y una capilla con él,
      Y Don Pedro de Alarcón
      El altar ordenó hacer,
      Donde hasta el tiempo que corre,
      Y en cada año una vez,
      Con la mano desclavada
      El crucifijo se ve.
    Arriba

    A la estudiantina burgalesa
      Oigo al pie de mi balcón
      Vuestra gentil serenata.
      ¡Cuánto es a mi oído grata!
      ¡Cuán grata a mi corazón!

      Pusieron hondos pesares
      Entre Castilla y yo el mar,
      Y a Castilla al regresar
      Me recibís con cantares.

      ¡Dios os dé tanto placer
      Como con ellos me dais!
      Si un día en España dejáis,
      Como a mí os haga volver.

      Temí que mi corazón
      Se hubiera insensible hecho,
      Pero palpita en mi pecho
      De vuestra música al son.

      Y pues le hace ella latir
      Después de tanto pesar,
      Tal serenata a pagar
      Debe el corazón salir.

      ¡Gracias, pueblo burgalés!
      En cambio de la canción
      Que envías a mi balcón,
      Los versos echo a tus pies.

      No extrañes si en el hogar
      Do entre lágrimas me hospedo,
      Tu serenata no puedo
      Con gayos versos pagar.

      Págote con éstos, pues;
      Mas nunca olvides que son,
      Tan pobres como los ves,
      Hechos con el corazón.
    Arriba

    A Narciso Serra
      I

      Es el signo fatal del que algo vale;
      Quien de las medianías sobresale,
      El genio egregio, mientras vive, lidia
      Con los ruines mosquitos de la envidia,
      Con todo el que de vulgo nunca sale:
      No hay quien no le rebaje o se le iguale,
      Y aún todo el que no es algo, por desidia,
      En vez de trabajar, crecer, seguirle
      Y alcanzarle, se goza en zaherirle,
      Del mundo por la tumba hasta que sale.
      Entonces elegías, epitafios,
      De luto nacional muestras ruidosas,
      Lápidas, monumentos, cenotafios,
      Estatuas coronadas de oro y rosas:
      Todo lo que ya es inútil al difunto
      Y a su nación de vanagloria asunto.
      ¿Por qué no confesarlo, aunque nos pese?
      Esa es la sociedad, el mundo es ese.

      II

      Así Serra vivió, y en su tristeza,
      Viéndole agonizar le abandonamos:
      No por ruindad, ni envidia, ni vileza;
      Por esta dejadez y esta torpeza
      Que con la leche del país mamamos;
      Porque éste es el país de la nobleza.
      Somos raza entusiasta y generosa,
      Mas vence al entusiasmo la pereza;
      No estalla, si a estallar no se le acosa;
      Nuestro alegre país no se apercibe
      De que se muere nadie mientras vive:
      Y mientras vive el genio, nadie inquiere
      Si vive bien, o si viviendo muere.

      III

      Serra vivió de nuestra tierra al uso:
      Yo, su memoria al bendecir, me acuso
      De no haberme atrevido en esta vida
      A sondar la alma grande que Dios puso
      En una carne por el mal roída:
      Yo no le conocí; yo en tierra extraña
      Le admiré y le aplaudí lejos de España.
      Su polvo al conducir al cementerio,
      No le puede decir lo que hoy le digo,
      Por no turbar la calma y el misterio
      Del sagrado lugar que le da abrigo,
      Y por no aparentar que me exhibía
      Otra vez en lugar del que moría.

      IV

      Duerme en la tumba en paz, Serra festivo:
      Dios todo lo equilibra y lo compensa:
      El mundo olvida a quien inciensa vivo:
      ¡Feliz aquel a quien difunto inciensa!
      Prueba evidente de que en vida vale
      El que, de ella la salir, al mundo sale.
      Ardió del genio creador la llama
      Viva en ti: de tu espíritu el imperio,
      Unida a aquél con deleznable trama,
      Dominó hasta su fin la materia;
      Nutrida en larga enfermedad tu fama,
      Volará de hemisferio en hemisferio,
      Pues hoy por genio tu país te aclama.
      Pero por genio al aceptarte en serio,
      Te abandonamos ¡ay!, viva laceria,
      A vivir en la sombra y la miseria,
      Para llevarte en triunfo al cementerio.
      Tal fin en existencias semejantes
      De tiempo inmemorial nadie aquí extraña:
      Así mueren los genios en España;
      Así murió Colón, así Cervantes.
      ¿Por qué? Sin duda porque Dios lo quiere:
      Nadie es grande en España hasta que muere.

      V

      Poeta, ¡duerma en paz tu polvo inerte!
      Aunque tu patria te esquivó, te amaba;
      Podrías, si te alzaras, convencerte:
      Tu gloria empieza do tu vida acaba.
      Yo en tierra extraña, con la nuestra en guerra,
      Te admiré y te aplaudí sin conocerte;
      Y hoy, más viejo que tú, me cabe en suerte
      Llorar sobre la tumba que te encierra.
      Duerme en paz, y a mirar no te levantes
      Qué estela dejas tras de ti en tu tierra:
      Fueron tu vida y muerte las de Serra,
      Pero es tu porvenir el de Cervantes.
    Arriba

    Corriendo van por la vega
      Corriendo van por la vega
      A las puertas de Granada
      Hasta cuarenta gomeles
      Y el capitán que los manda.
      Al entrar en la ciudad,
      Parando su yegua blanca,
      Le dijo éste a una mujer
      Que entre sus brazos lloraba:
      "Enjuga el llanto, cristiana
      No me atormentes así,
      Que tengo yo, mi sultana,
      Un nuevo Edén para ti.
      Tengo un palacio en Granada,
      Tengo jardines y flores,
      Tengo una fuente dorada
      Con más de cien surtidores,
      Y en la vega del Genil
      Tengo parda fortaleza,
      Que será reina entre mil
      Cuando encierre tu belleza.
      Y sobre toda una orilla
      Extiendo mi señorío;
      Ni en Córdoba ni en Sevilla
      Hay un parque como el mio.
      Allí la altiva palmera
      Y el encendido granado,
      Junto a la frondosa higuera,
      Cubren el valle y collado.
      Allí el robusto nogal,
      Allí el nópalo amarillo,
      Allí el sombrío moral
      Crecen al pie del castillo.
      Y olmos tengo en mi alameda
      Que hasta el cielo se levantan
      Y en redes de plata y seda
      Tengo pájaros que cantan.
      Y tú mi sultana eres,
      Que desiertos mis salones
      Están, mi harén sin mujeres,
      Mis oídos sin canciones.
      Yo te daré terciopelos
      Y perfumes orientales;
      De Grecia te traeré velos
      Y de Cachemira chales.
      Y te dará blancas plumas
      Para que adornes tu frente,
      Más blanca que las espumas
      De nuestros mares de Oriente.
      Y perlas para el cabello,
      Y baños para el calor,
      Y collares para el cuello;
      Para los labios... ¡amor!"
      "¿Qué me valen tus riquezas
      -Respondióle la cristiana-,
      Si me quitas a mi padre,
      Mis amigos y mis damas?
      Vuélveme, vuélveme, moro
      A mi padre y a mi patria,
      Que mis torres de León
      Valen más que tu Granada."
      Escuchóla en paz el moro,
      Y manoseando su barba,
      Dijo como quien medita,
      En la mejilla una lágrima:
      "Si tus castillos mejores
      Que nuestros jardines son,
      Y son más bellas tus flores,
      Por ser tuyas, en León,
      Y tú diste tus amores
      A alguno de tus guerreros,
      Hurí del Edén, no llores;
      Vete con tus caballeros."
      Y dándole su caballo
      Y la mitad de su guardia,
      El capitán de los moros
      Volvió en silencio la espalda.
    Arriba

    Don Juan
      En los años que han corrido
      Desde que yo le escribí,
      Mientras que yo envejecí
      Mi Don Juan no ha envejecido.
      Y fama tal por él gozo
      Que se cree, a lo que parece,
      Porque Don Juan no envejece,
      Que yo he de ser siempre mozo:
      Y hoy el bravo Ducazcal
      Os anuncia en su cartel
      Que he de hacer aquí un papel,
      Que tengo que hacer ya mal.
      Yo no soy ya lo que fui:
      Y viendo cuán poco soy,
      Dejo a los que más son hoy
      Pasar delante de mí;
      Pues, por Dios,que por más brava
      Que sea mi condición,
      La fiebre rinde al león,
      La gota la piedra cava,
      Aún latir mis bríos siento:
      Pero es ya vana porfía,
      No puedo ya la voz mía
      Pedirle otra vez al viento:
      Y a quién me lo quiere oír
      Digo años ha por doquier,
      Que pierdo el ser de mi ser
      Y que me siento morir.
      Pero nadie me hace caso
      Por más que hablo a voz en grito,
      Porque este Don Juan maldito
      Por doquier me sale al paso;
      Y ni me deja vivir
      En el rincón de mi hogar,
      Ni deja un año pasar
      Sin dar de mí que decir.
      Yo me apoco día a día,
      Y este bocón andaluz,
      A quien yo saqué a la luz
      Sin saber lo que me hacía,
      Me viste con su oropel
      Y a la luz me saca consigo;
      Por más que a voces le digo
      Que ir no puedo a par con él.
      Más tanto favor os debo
      Por él, que en verdad me obliga
      A que algo esta noche os diga
      De este insolente mancebo.
      Oíd... es una leyenda
      Muy difícil de contar,
      Porque tiene algo a la par
      De ridícula y de horrenda:
      Una historia íntima mía.
      Yo era en España querido
      Y mimado y aplaudido...
      Y me huí de España un día.
      Vivía a ciegas y erré:
      Y una noche andando a oscuras
      Tropecé en dos sepulturas
      Y de Dios desesperé.
      Emigré: me dí a la mar;
      Y esperando en el olvido
      Una muerte hallar sin ruido,
      En América fui a dar.
      No llevando allá negocio
      Ni esperanza a qué atender,
      Al tiempo dejé de correr
      En la oscuridad y el ocio.
      Once años anduve allí
      Vagando por los desiertos,
      Contándome con los muertos,
      Y sin dar razón de mí.
      Los indios semisalvajes
      Me veían con asombro
      Ir con mi arcabuz al hombro
      Por tan agrestes parajes;
      Y yo en saber me gozaba
      Que nadie que me veía
      Allí, quién era sabía
      El que por allí vagaba;
      Y esperé que de aquél modo
      De mí y de mi poesía
      Como yo se olvidaría
      A la fin el mundo todo.
      Mi nombre, pues, con intento
      De dejar perder, y en suma
      Sin papel, tinta, ni pluma,
      Ni libros ya en mi aposento,
      Bebía en mi soledad
      De mis pesares las heces:
      Más tenía que ir a veces
      Del desierto a la ciudad.
      Vivo el cuerpo, el alma inerte,
      A caballo y solo, iba
      Como una fantasma viva,
      Sin buscar ni huir la muerte.
      Y hago aquí esta narración
      Porque sirva lo que digo
      A mis hechos de castigo,
      Y a modo de confesión.
      Sobre mí a un anochecer
      Un nublado se deshizo,
      Y entre el agua y el granizo
      Me dejó una hacienda ver.
      Eché a escape y me acogí
      De la casa entre la gente,
      Como franca lo consiente
      La hospitalidad allí.
      Celebrábase una fiesta.
      Que en aquel país no hay día
      Que en hacienda o ranchería
      No tengan una dispuesta;
      Y son fiestas extremadas
      Allí por su mismo exceso,
      De las hembras embeleso,
      De los hombres emboscadas.
      Y a no ser de mi leyenda
      Por no cortar la ilación,
      Hiciera aquí la descripción
      De una fiesta en una hacienda,
      Donde nadie tiene empacho
      De usar a gusto de todo;
      Porque son fiestas a modo
      De las bodas de Camacho.
      Allí acuden sin convite
      Buhoneros, comerciantes
      Y cirqueros ambulantes;
      Sin que a nadie se le quite
      De entrar en corro el derecho,
      De gastar de los abastos,
      Ni de colocar sus trastos
      Donde quiera que halle trecho.
      Jamás se apaga el hogar,
      Jamás el servicio cesa;
      Siempre está puesta la mesa
      Para comer y jugar.
      Por salas y corredores
      Se oye el son a todas horas
      De carcajadas sonoras,
      De onzas y de tenedores.
      Todo es pelea de gallos,
      Toros, lazos, herraderos,
      Manganas y coleadores
      Y carreras de caballos;
      Y al fin de un día de broma
      Que nada en Europa iguala,
      Todo el mundo entra en la sala
      Y sitio en el baile toma.
      Entré e hice lo que todos:
      Cuando creí que al sueño
      Se iban a dar, di yo al dueño
      Gracias por sus buenos modos:
      Mas mi caballo al pedir,
      Asiéndome por la mano,
      Me dijo el buen campirano
      Soltando el trapo a reír:
      "¿Y a quién hay que se le antoje
      Dejar ahora tal jolgorio'
      Vamos, venga usté a la troje
      Y verá el Don Juan Tenorio."
      Y a mí,que lo había escrito,
      En la troje me metía;
      Y allí al paso me salía
      Mi audaz andaluz precito.
      Mas ¡ay de mí, cuál salió!
      Lo hacía un indio otomí
      En jerga que el diablo urdió;
      Tal fue mi Don Juan allí,
      Que ni yo le conocí
      Ni a conocer me di yo.
      Tal es la gloria mortal,
      Y a quién Dios se la confiere,
      Si librarse a ella quiere
      Se la torna Dios en mal.
      A mí no me la tornó,
      Porque por mi buena suerte
      Del olvido y de la muerte
      Doquier Don Juan me salvó.
      ¡Dios no quiso allá de mí!
      Y de mi patria el olvido
      Temiendo, como había ido
      A mi patria me volví.
      ¡Feliz malogrado afán!
      Al volver de tierra extraña,
      Me hallé que había en España
      Vivido por mi Don Juan.
      Comprendí en su plenitud
      De Dios la suma clemencia:
      Don Juan había en mi ausencia
      Borrado mi ingratitud.
      Monstruo sin par de fortuna,
      Mientras yo de España huía,
      En España me ponía
      En los cuernos de la luna.
      Y ni fuerza ni razón
      Han podido derribar
      Tal ídolo del altar
      Que le ha alzado la opinión.
      Pero hablemos con franqueza
      Hoy que todo coadyuva
      Para aquí se me suba
      A mí el humo a la cabeza:
      Desvergonzado galán,
      Siempre atropella por todo
      Y de atajarle no hay modo;
      ¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?
      Del fondo de un monasterio
      Donde le encontré empolvado,
      Yo le planté remozado
      En mitad de un cementerio:
      Y obra de un chico atrevido
      Que atusaba apenas bozo,
      Os parece tan buen mozo
      Porque está tan bien vestido.
      Pero sus hechos están
      En pugna con la razón,
      Pero tal reputación
      ¿Qué tiene, pues, mi Don Juan?
      Un secreto con que gana
      La prez entre los dos Juanes;
      El freno de sus desmanes:
      Que Doña Inés es cristiana.
      Tiene que es de nuestra tierra
      El tipo tradicional;
      Tiene todo el bien y el mal
      Que el genio español encierra.
      Que, hijo de la tradición,
      Es impío y es creyente,
      Es balandrón y es valiente,
      Y tiene buen corazón.
      Tiene que es diestro y zurdo,
      Que no cree en Dios y le invoca,
      Que lleva el alma en la boca,
      Y que es lógico y absurdo.
      Con defectos tan notorios
      vivirá aquí diez mil soles;
      Pues todos los españoles
      Nos la echamos de Tenorios
      Y si en el pueblo le hallé
      Y en español le escribí
      Y su autor el pueblo fue...
      ¿Por qué me aplaudís a mí?
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    Dueña de la negra toca
      Dueña de la negra toca,
      La del morado monjil,
      Por un beso de tu boca
      Diera a Granada Boabdil.
      Diera la lanza mejor
      Del Zenete más bizarro,
      Y con su fresco verdor
      Toda una orilla del Darro.
      Diera la fiesta de toros
      Y, si fueran en sus manos,
      con la zambra de los moros
      El valor de los cristianos.
      Diera alfombras orientales,
      Y armaduras y pebetes,
      Y diera... ¡que tanto vales!,
      Hasta cuarenta jinetes.
      Porque tus ojos son bellos,
      Porque la luz de la aurora
      Sube al Oriente desde ellos,
      Y el mundo su lumbre dora.
      Tus labios son un rubí,
      Partido por gala en dos...
      Le arrancaron para ti
      De la corona de Dios.
      De tus labios, la sonrisa,
      La paz de tu lengua mana...
      Leve, aérea, como brisa
      De purpurina mañana.
      ¡Oh, qué hermosa nazarena
      Para un harén oriental,
      Suelta la negra melena
      Sobre el cuello de cristal,
      En lecho de terciopelo,
      Entre una nube de aroma,
      Y envuelta en el blanco velo
      De las hijas de Mahoma!
      Ven a Córdoba, cristiana,
      Sultana serás allí,
      Y el sultán será, ¡oh sultana!,
      Un esclavo para ti.
      Te dará tanta riqueza,
      Tanta gala tunecina,
      Que ha de juzgar tu belleza
      Para pagarle, mezquina.
      Dueña de la negra toca,
      Por un beso de tu boca
      Diera un reino Boabdil;
      Y yo por ello, cristiana,
      Te diera de buena gana
      Mil cielos, si fueran mil.
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    El contrabandista
      Subiendo la negra roca
      De embarazosa montaña,
      Contrabandista español
      Bridón andaluz cabalga.
      Lleva el trabuco a su lado,
      El cuchillo entre la faja,
      Y con el humo del puro
      Su voz varonil levanta.

      "Que brame en la peña el viento,
      Que se arda el monte vecino,
      Que rompa el inhiesto pino
      El aquilón violento.
      Yo desprecio sus furores;
      Y aquí solo, sin señores,
      De pesadumbres ajeno,
      Oigo el huracán sereno
      Y canto al crujir del trueno
      Mis amores,"

      "El albor de la mañana,
      En sus matices de rosa,
      Me trae la imagen graciosa
      De mi maja sevillana,
      Y en sus variados colores
      Me pinta las lindas flores
      Del suelo donde nací,
      Donde inocente reí,
      Donde primero sentí
      Mis amores."

      "Cuando la enemiga bala
      Chilla medrosa a mi oído,
      Ya mi contrario caído
      El alma rabioso exhala.
      ¡Qué me importan vengadores
      Cien fusiles matadores
      Que amenacen mi cabeza!
      Con mi Moro y mi destreza
      Yo les canto en la maleza
      Mis amores".

      "Sienta yo el pujante brío
      Del galope de mi Moro ,
      Y el trabucazo sonoro
      De algún compañero mío;
      Y que vengan triunfadores
      Los caballeros mejores
      Que empuñaron lanza o freno.
      Yo de temerles ajeno
      Cantaré libre y sereno
      Mis amores".

      Tranquilo el contrabandista
      Aquí el canto llegaba,
      Cuando un acento francés
      "¡Fuego!" a su lado gritaba.
      Sobre su frente pasaron
      Con ruido silbar las balas,
      Y gendarmes le acometen
      Diciendo "¡Ríndete a Francia!"
      Y entonces él " No se rinden
      Los que nacen en España",
      Y contra el jefe enemigo
      Su ancho trabuco descarga.
      Cayeron dos, como arbusto
      Que el cierzo en pos arrebata.
      En impetuosa carrera
      El bruto gallardo arranca;
      Y por sobre los peñascos
      Que en rápida fuga salva,
      Cantando va el español
      Al trasponer la montaña:
      "Vivir en los Pirineos,
      Pero morir en Granada".
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    El trovador
      I

      De un elevado castillo
      Que Arlanza orgulloso baña,
      Un trovador elegante
      En la puente se paraba.
      En el rastrillo golpea
      Con el pomo de una daga,
      Y en los góticos salones
      Ronco el eco se propaga.
      Un joven doncel, del fuerte
      Presentóse en la muralla,
      Y con semblante halagüeño
      Dijo en alta voz: "¿Quién llama?"
      El Trovador que le ha oido
      Dirigióle aquesta fabla:
      -"Si llegado es en buenhora,
      Un pacífico infanzón
      Que envía a vuestra señora
      Don Rodrigo de Aragón".-
      Se alzó a este tiempo el rastrillo,
      Y en el patio tuvo entrada;
      Un paje tomó el corcel
      Por las riendas plateädas,
      Y el gallardo trovador
      Por los salones se entraba.

      II

      Confuso ruido se oía
      En la sala principal,
      Y el extranjero
      Hacia ella se dirigía
      En continente marcial
      Muy altanero.
      Hallóla toda ocupada
      De galanes y de bellas
      En gran festín;
      Doña Blanca de Moncada
      Se ve la primera entre ellas
      Como la rosa mas orgullosa
      En un jardín.
      El día feliz memora
      En que la luz primera vio;
      Y a su lado
      Por eso, gentil señora,
      Tanta dama encantadora,
      Tanto héroe celebrado
      Hoy reunió.

      III

      Entró do estaba el convite
      Gentil el recién venido;
      Hizo gracia
      Con el morado sombrero,
      Y atrevido
      En denodado ademán
      A Doña Blanca se fue;
      Y después de haber pedido
      Su venia, ante ella galán
      Quedó en pie.
      La dama se la otorgó
      Y así el trovador habló:

      IV

      "Don Enrique mi señor,
      "El cuarto Enrique es,
      "Me manda donde me ves,
      "A mí, que soy trovador,
      "Trovador aragonés.
      "Dizque es hoy vuestro natal,
      "Y este monarca del mundo
      Quiere honrarlo como tal,
      "Que el cuarto Enrique así val
      "Como val Juan el segundo.
      "Y una trova te regala
      "Que trova de amores es
      "Y ninguna se la iguala;
      "Por eso vine de gala,
      "Trovador aragonés.-"
      -"Yo a tu señor agradezco,
      -Doña Blanca respondió-
      "De un amor que no merezco
      "Esta prueba que me dio.
      "Y a estas damas placerá
      "Y galanes que aquí ves
      "Trova de amores
      "Que cantará
      "Trovador aragonés".

      V. Trova

      Un día risueño
      Prepara la aurora
      ¡Feliz la señora
      Del alto Muñón!
      ¡Oh cuántas personas
      Se ven a su lado!
      ¡Cuánto señalado
      Valiente infanzón!
      Un búho funesto
      Que cerca habitaba.
      Lejano graznaba.
      ¡Se le vio huir!
      La blanca paloma
      Ocupa su nido;
      Su amante gemido
      Se acaba de oír.

      Porque hoy es el día
      De Blanca fermosa,
      La más bella rosa
      Que tiene el jardín.

      VI

      Su dulce voz espiró,
      Y sus ecos repitieron
      Las bóvedas de Muñó.
      Y en vano le pidieron
      Quedase en el castillo.
      No pueden los caballeros
      Ni las damas alcanzallo,
      Que ha perdido su caballo
      Y mandó
      Que le alzaran el rastrillo;
      Despidióse muy cortés
      Y díjoles al partir:
      "Quedárame hasta mañana
      "En este festín de amor,
      "Y fuera de buena gana;
      "Más de Enrique mi señor
      "Otra la voluntad es,
      "Y yo soy su trovador,
      "Trovador y aragonés".
    Arriba

    En el álbum
      En vuestro álbum escribir
      Me ordena Vos un ser
      De quién me ordenó vivir
      Dios cautivo hasta morir
      Por amor y por deber.
      Mas dignaos advertir
      Que para haceros servir
      No era tanto menester,
      Pues me honráis Vos con querer
      Lo que a mí me honra cumplir.

      Su sola presentación
      Por sólo ser de quién es,
      Da a este álbum pasa y razón;
      Y pues prez da y galardón
      Él donde va, venga pues;
      Yo sé que mi obligación
      Es poner mi corazón
      Y mi pluma a vuestros pies;
      Y lo están... sin interés,
      Sin plazo y sin condición.

      Más de este álbum, ¡ay de mí!
      Hay que miniar el papel
      Con una gota turquí
      De la sangre de una hurí
      Recogida en un clavel,
      Y tomando por pincel
      El pico de un colibrí,
      Que no iba más que miel;
      En vuestro álbum, Isabel,
      No se escribe más que así.

      Quisiera así escribir yo:
      Pero así, ¿cómo y con qué?
      La que por Vos me le dio
      En mis manos le dejó
      Me dijo "escribe" -y se fue.
      Le he de escribir, ¿cómo no?
      Mas, señora, os juro a fe,
      Que desde que a mí llegó
      No sé lo que me pasó
      Que lo que es de mí no sé.

      Le miro y vuelvo a mirar,
      Le hojeo y vuelvo a hojear;
      Una hoja de la otra en pos
      Me detengo a contemplar;
      Una busco en que firmar
      Y se me pasa entre dos.
      ¡Ay! Vuestro álbum es el mar
      En donde me arroja Dios
      Mi pensamiento a buscar...
      Y yo no hablo más que a Vos.

      Busco una idea a través
      Del ondulaje en que van
      Y vienen, como una mies
      Sobre quien los vientos dan,
      Las mías; pero mi afán
      Perdido e inútil es:
      Mis pensamientos están
      Todos con Vos. ¿Qué trae, pues,
      Vuestro álbum? ¿Es talismán
      Que os echa almas a los pies?

      De vuestra cámara real
      Trae el perfume sutil:
      Vuestros labios de coral
      Con vuestro aliento vital
      Le han dado nardos de abril
      El olor primaveral,
      Y en su canto marginal
      De vuestra mano gentil
      Se adivina la señal
      De los dedos de marfil.

      Eso trae, y eso al traer,
      Trae de mi alma al interior
      De la esperanza el albor,
      La luz al amanecer,
      La prez de vuestro favor,
      Al vapor de vuestro ser,
      No como de una mujer
      Sino como el de una flor:
      La flor que planta el deber
      Y que cultiva el honor.

      Trae además para mí
      Vuestro álbum más alta prez
      Que ambiciona la altivez
      De mi ingenio baladí:
      Jamás fue par el neblí
      Con el águila; y buen juez
      De mí mismo, si esta vez
      Hasta estas hojas subí,
      Mirad que me alzó hasta aquí
      Vuestra regia esplendidez.

      Aquí os voy, pues, a poner
      Un cantar, no por llenar
      Un deber, no por saber
      Que, el álbum al registrar,
      Por mis versos vais, al leer,
      Vuestros ojos a pasar;
      Y si logro yo el placer
      De que os logren agradar,
      ¡Qué honrados se van a ver
      Los versos de mi cantar!

      Más, ¿por qué anheláis señora,
      Tener aquí un vil montón
      De versos míos, ahora
      Que mi vieja musa llora,
      Y a la puerta del panteón,
      La vejez me desvigora,
      Del mundo me desamora,
      Me amilana el corazón
      Y tiene a mi guzla mora
      Descordada en un rincón?

      ¿Cómo ya hasta Vuestra Alteza
      Elevar podrá un cantar
      Un viejo, de quien ya empieza
      A desvariar la cabeza
      Y la lengua a balbucear,
      Y que vacila y tropieza
      Al escribir y al andar?
      Imposible: mi torpeza
      De este papel la limpieza
      No se atreve a emborronar.

      Vuestra Alteza me perdone:
      Para mí es sólo el sonrojo
      De no poder vuestro antojo
      Cumplir, mas la edad me abone.
      Llegar a viejo supone
      Cambiar de ser; no es mancilla;
      Mas dejar de ser, humilla;
      Y pues lo que fue ya no es,
      Sólo pone a vuestros pies
      Lo que fue José Zorrilla.
    Arriba

    En el álbum de mi hija
      Por cima de la montaña
      Que nos sirve de frontera,
      Te envía un alma sincera
      Un beso y una canción;
      Tómalos; que desde España
      Han de ir a dar, vida mía,
      En tu alma mi poesía,
      Mi beso en tu corazón.

      Tu padre, tras la montaña
      Que para ambos no es frontera,
      Lleva la amistad sincera
      Del autor de esta canción.
      Recibe, pues, desde España
      Beso y cantar, vida mía,
      En tu alma la poesía
      Y el beso en el corazón.

      Si un día de esa montaña
      Paso o pasas la frontera,
      Verás en el alma sincera
      De quien te hace esta canción,
      Que la hidalguía de España
      Es quien sabe, vida mía,
      Dar al alma poesía
      Y besos al corazón.
    Arriba

    Primera impresión de Granada
      Dejadme que embebido y estático respire
      Las auras de este ameno y espléndido pensil.
      Dejadme que perdido bajo su sombra gire;
      Dejadme entre los brazos del Dauro y del Genil.
      Dejadme en esta alfombra mullida de verdura,
      Cercado de este ambiente de aromas y fresura,
      Al borde de estas fuentes de tazas de marfil.
      Dejadme en este alcázar labrado con encajes,
      Debajo de este cielo de límpidos celajes,
      Encima de estas torres ganadas a Boabdil.

      Dejadme de Granada en medio del paraíso
      Do el alma siento henchida de poesía ya:
      Dejadme hasta que llegue mi término preciso
      Y un canto digno de ella la entonaré quizá.
      Si, quiero en esta tierra mi lápida mortuoria;
      ¡Granada!... Tú el santuario de la española gloria:
      Tu sierra es blanca tienda que el pabellón te da,
      Tus muros son el cerco de un gran jarrón de flores,
      Tu vega un chal morisco bordado de colores,
      Tus torres son palmeras en que prendido está.

      ¡Salve, oh ciudad en donde el alba nace
      Y donde el sol poniente se reclina:
      Donde la niebla en perlas se deshace
      Y las perlas en plata cristalina:
      Donde la gloria entre laureles yace
      Y cuya inmensa antorcha te ilumina;
      Santuario del honor, de la fe escudo,
      Sacrosanta ciudad, yo te saludo!
    Arriba

    Soliloquio
      Y al galope de un caballo
      Que cogió y montó al azar,
      Bufando este soliloquio
      El Cid de Burgos se va.

      -"¡Tu soberbia me destierra
      "Por haberte hecho jurar!
      "¿Crees que fuera de tu tierra
      "No hay ya tierra en que pisar?
      "¿Crees que el mundo se me cierra
      "Ni que a mí me has de encerrar?
      "¿A mí, que he ido en buena guerra
      "Para ti tierra a ganar?

      "¡Dios de Dios! ¡La ira me abrasa!
      "¿Tierra a mí me ha de faltar...
      Y hasta al pájaro que pasa
      Da Dios tierra en que posar,
      "Y hasta el pez que el agua rasa
      "Da Dios aire que aspirar?
      "¡Hijosdalgos de mi casa!
      "¡A caballo y a campear!

      "¡A caballo! Aún hay de moros
      "Hartas tierras que ganar,
      "Con ciudades y tesoros
      "Que podamos conquistar.
      "¡A caballo! Aún queda tierra
      "En que pueden galopar,
      "Sobre buen botín de guerra"
      "Los caballos de Vivar.

      "Infanzones de la villa
      "Donde finca mi solar,
      "A Babieca echad la silla,

      "De él nos viene el Rey a echar:
      "Mas sin miedo y sin mancilla
      "Mi perdón podéis sacar.
      "¡Fuera, fuera de Castilla.
      "Por el Rey los de Vivar!

      "Rey ingrato. ¡Dios te guarde!
      "Yo te doy mi fe a mostrar;
      "Y a mi fe, que cual sol arde,
      "Sólo Dios puede apagar.
      "¡Quiera Dios que tú más tarde
      "De ver no eches, con pesar,
      "Que eres ruin y eres cobarde
      "Con Ruy Díaz de Vivar!

      "¡Dios te guarde de mancilla!
      "Yo te voy, Rey, a probar
      "Que no tienes en Castilla
      "Campeador conmigo par.
      "Infanzones en la villa
      "De que borra el Rey mi hogar:
      "¡Fuera, fuera de Castilla
      "por el rey los de Vivar!"

      Y el caballo ya jadeando
      Y él roja de ira la faz,
      Dio el Cid en Vivar, ya noche,
      Con asombro de Vivar.
    Arriba

    Vuelta a la patria
      I. En la frontera

      -¿Estamos ya en la frontera ?
      -El tiro de este relevo
      Es ya español. -¡Pues afuera!
      -¿Qué va usté a hace ? -La primera
      Canción que a mi patria debo.

      ¡España! ¡Te vuelvo a ver!
      Dios tan lejos me hizo ir,
      Que temí nunca volver.
      Si hoy no me mata el placer
      No debo nunca morir.

      ¡Dame tu tierra a besar;
      Y puesto en ella de hinojos,
      Déjame dejar de brotar
      Las lágrimas de mis ojos
      Y a Dios un momento orar!

      Deja que a pleno pulmón
      Aspire voraz tu ambiente,
      Aunque en tal aspiración
      Dilatándose reviente
      De placer mi corazón.

      ¡España del alma mía!
      Sin orar a Dios por ti
      No he pasado un solo día:
      ¿Quién sabe si todavía
      Te acordarás tú de mí?

      Dios me llevó mis pesares
      A llorar a tierra extraña;
      Ya a través de tierra y mares
      Mis lágrimas traigo a España
      Convertidas en cantares.

      España de mis amores,
      Si aún mis cantares ansías,
      No quiero que por mi llores:
      Para ti tornaré en flores
      Todas las lágrimas mías.

      ¡Dios de España, a quien jamás
      Olvidé por donde fui,
      Aquí es en donde tú estás:
      Aquí es en donde te das
      A ver y adorar de mí!

      ¡Dios, que sabes con qué fe
      Diez años hora por hora
      La de mi vuelta esperé,
      No me abandones ahora
      Que pongo en España el pie!

      II. ¡Al coche!

      ¡Bien haya quien grito tal
      Me da en español de nuevo!
      Ten mi bolsa, mayoral:
      Yo en mi patria sólo llevo
      Mis versos por capital.

      III. En España

      ¡Patria... de placer venero!
      Ya tu aura mi faz orea;
      Ya mi oído el son recrea
      De tu lengua nacional.
      Yo no soy aquí extranjero:
      Si no conocen ya al hombre,
      Aun fío Dios que mi nombre
      No suene al oído mal.

      ¡Patria! No sé si en mi ausencia
      La calumnia me ha mordido:
      Yo vuelvo como he partido,
      Hijo leal para ti.
      Maestro en la gaya ciencia,
      De los pueblos asombro,
      Solo, y el laúd al hombro,
      Tu gloria a cantar me fui.

      Siempre en plazas y en palacios,
      En teatros y salones,
      Mis primeras impresiones
      Me acusaron de español;
      Cual poeta y hombre, a espacios
      En mi vida hay malo y bueno:
      Español, puedo sereno
      Enseñar mi faz al sol.

      Si te dicen que amor tengo
      A un pueblo antes tu enemigo,
      No lo fue para conmigo
      Y yo le debo lealtad.
      De tu sangre hidalga vengo;
      No he de ser jamás ingrato
      Con quien fiel me dio buen trato
      Y franca hospitalidad.

      Si te dicen que dependo
      De extranjero soberano,
      Me tendió leal su mano,
      Me trató de igual a igual.
      Yo me doy y no me vendo:
      Él lo sabe y él lo estima;
      De fe en prenda, llevo encima
      Coronada su inicial.

      Yo he nacido castellano;
      Mas doquiera que me he visto,
      Soy cristiano, y como Cristo
      Prediqué fraternidad.
      Todo hombre nace mi hermano;
      Do llevo mi gaya ciencia,
      La fe llevo en la conciencia
      Y en la lengua la verdad.

      Fénix que anunció mi muerte,
      Vengo en mis patrios hogares
      De mis últimos cantares
      El son postrero a exhalar;
      Vengo en un esfuerzo fuerte
      De mis postrimeros bríos,
      A saludar a los míos,
      A hacerme otra vez a la mar.

      A mí, a través de las olas,
      Llegó el cántico vibrante
      De una pléyade brillante
      De nuevos poetas mil.
      De las letras españolas
      Aún mi alma el amor abriga...

      Ven a que yo te bendiga
      ¡Oh pléyade juvenil!

      ¡Con cuan íntima delicia
      Qozaba oyendo tu cántico,
      Cuando a través del Atlántico
      Lograba hasta a mi llegar!
      Ven, ven a mí, que es justicia
      Que los vates castellanos
      Den un apretón de manos
      Al que tuvo aquí su hogar.

      Que yo os conozca; cercadme:
      Yo soy leal; yo soy un viejo
      Que sin pesadumbnre dejo
      Mi puesto a la juventud.
      Mas al llegar, toleradme,
      Mi viejo laúd que empuñe,
      Y un mal cantar os rasguñe
      En mi ya ronco laúd.

      Trémula traigo la mano
      Y cana la cabellera:
      Mas aún traigo la alma entera
      Y brío en el corazón,
      Y aún puedo, buen castellano,
      Lanzar con mi último aliento
      Un "¡bravo!" a vuestro talento
      Y un "¡viva!" a nuestra nación.
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