Alberto Lista

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    Información biográfica

  1. A Delia
  2. A Elisa
  3. A Filis
  4. A la amistad
  5. Corona nupcial
  6. Del amor
  7. La ausencia
  8. La belleza
  9. La duda
  10. La envidia
  11. La esperanza
  12. La razón inútil


Información biográfica
    Nombre: Alberto Lista
    Lugar y fecha nacimiento: Sevilla, España, 15 de octubre de 1775
    Lugar y fecha defunción: Sevilla, España, 5 de octubre de 1848 (73 años)
    Ocupación: Matemático, periodista, crítico literario, poeta; miembro de la Real Academia Española, miembro de la Real Academia de la Historia

    Fuente: [Alberto Lista] en Wikipedia.org
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    A Delia
      Si vi tus ojos, Delia, y no abrasaron
      Mi corazón en amorosa llama;
      Di en tus labios, que el abril inflama
      De ardiente rosa, y no me enajenaron;

      Si vi el seno gentil, do se anidaron
      Las gracias; do el carmín, que Venus ama,
      Sobre luciente nieve se derrama,
      E inocentes mis ojos lo miraron;

      No es culpa, no, de tu beldad divina,
      Culpa es del infortunio que ha robado
      La ilusión deliciosa al pecho mío.

      Mas si en el tuyo la bondad domina,
      Más querrás la amistad de un desgraciado
      Que de un dichoso el tierno desvarío.
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    A Elisa
      En vano, Elisa, describir intento
      El dulce afecto que tu nombre inspira;
      Y aunque Apolo me dé su acorde lira,
      Lo que pienso diré, no lo que siento.

      Puede pintarse el invisible viento,
      La veloz llama que ante el trueno gira,
      Del cielo el esplendor, del mar la ira;
      Mas no alcanza al amor pincel ni acento.

      De la amistad la plácida sonrisa,
      Y el puro fuego, que en las almas prende,
      Ni al labio, ni a la cítara confío.

      Mas podrás conocerlo, bella Elisa,
      Si ese tu hermoso corazón entiende
      La muda voz que le dirige el mío.
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    A Filis
      En vano, Filis bella, afectas ira,
      Que es dulce siendo tuya, y más en vano
      Nos insulta ese labio soberano
      Do entre claveles la verdad respira.

      Un tierno pecho que por ti suspira
      Esa linda esquivez adora en vano,
      Y por ser tuyo se contenta insano
      Si, no pudiendo amor, desdén te inspira.

      No esperes que ofendidos tus amores
      Huyan de tu halagüeño menosprecio
      Ni de sufrir se cansen tus rigores;

      Aún más esclavos los tendrás que amores,
      Pues vale más, oh Filis, tu desprecio
      Que de mil hermosuras mil favores.
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    A la amistad
      La ilusión dulce de mi edad primera,
      Del crudo desengaño la amargura,
      La sagrada amistad, la virtud pura
      Canté con voz ya blanda, ya severa.

      No de Helicón la rama lisonjera
      Mi humilde genio conquistar procura;
      Memorias de mi mal y mi ventura,
      Robar al triste olvido sólo espera.

      A nadie, sino a ti, querido Albino,
      Debe mi tierno pecho y amoroso
      De sus afectos consagrar la historia.

      Tú a sentir me enseñaste, tú el divino
      Canto y el pensamiento generoso:
      Tuyos mis versos son y esa es mi gloria.
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    Corona nupcial
      Esta que aún lleva la encarnada espina,
      Gloria de su vergel, purpúrea rosa,
      Y esta blanca azucena y olorosa
      Bañada de la lluvia matutina.

      Un pastorcillo a tu beldad divina
      Ofrece, pobre don a nueva esposa;
      Y no mal te dispone, Lesbia hermosa,
      Cuando a adornar tu seno las destina.

      Del virgíneo carmín la rosa llena
      Retrata tu candor, y en sus albores
      Tu casta fe la cándida azucena;

      Y ese mirto que enlaza las dos flores
      En felices esposos la cadena
      Con que os ensalza el Dios de los amores.
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    Del amor
      Alcino, quien los ásperos rigores
      De una ingrata beldad vencer procura,
      Ni encantos a la tesela espesura,
      Ni a la remota Colcos pida flores.

      Amar es el hechizo, que en amores
      La victoria y las dichas asegura,
      Y somete el pudor y la hermosura,
      Y corona al amante de favores.

      Mas si el vil seductor quiere que sea
      Una impura pasión amor hermoso,
      No se admire de verla desdeñada.

      Que no es amante el que gozar desea,
      Sino el que sacrifica generoso
      Su bien y su placer al de su amada.
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    La ausencia
      Nace la aurora y el hermoso día
      Brilla de rojas nubes coronado;
      En mi pecho, de penas abrumado,
      La sonrosada luz es noche umbría.

      De las aves la plácida armonía
      Es para mí graznido malhadado,
      Y estruendo ronco y son desconcertado
      El blando ruido de la fuente fría.

      Brotan rosas el soto y la ribera;
      Para mí solo, triste y dolorido,
      Espinas guarda el mayo floreciente.

      Que esta es, oh niño dios, tu ley primera;
      No hay mal para el amor correspondido,
      No hay bien que no sea mal para el ausente.
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    La belleza
      ¿Dónde cogió el Amor, o de qué vena,
      El oro fino de su trenza hermosa?
      ¿En qué espinas halló la tierna rosa
      Del rostro, o en qué prados la azucena?

      ¿Dónde las blancas perlas con que enfrena
      La voz suave, honesta y amorosa?
      ¿Dónde la frente bella y espaciosa
      Más que el primer albor pura y serena?

      ¿De cuál esfera en la celeste cumbre
      Eligió el dulce canto, que destila
      Al pecho ansioso regalada calma?

      Y, ¿de qué sol tomó la dulce lumbre
      De aquellos ojos que la paz tranquila
      Para siempre arrojaron de mi alma?
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    La duda
      ¿Si será de amistad, Filis hermosa,
      La grata llama que en el pecho siento;
      Que como propio tu dolor lamento,
      Y soy feliz cuando eres venturosa.

      ¿O será amor? Tu imagen deliciosa
      Grabada está en el alma, y el momento,
      Que obligado la deja el pensamiento,
      Me es ingrato el pensar, la vida odiosa.

      Amor es. Este ardor de verte, este
      Inefable placer cuando te veo,
      ¿Quién sino el dulce amor puede inspirarlo?

      Mas ¡ay!, es como tú puro y celeste;
      E ignorando los fuegos del deseo,
      Halaga el corazón sin abrasarlo.
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    La envidia
      Dulce es a la codicia cuanto alcanza
      Doblar el oro inútil, que ha escondido;
      Sin tener otro afán, ni por sentido,
      Meditar ya el placer, ya la esperanza.

      Dulce es también a la feroz venganza,
      Que no obedece al tiempo ni al olvido,
      Los sedientos rencores que ha sufrido
      Apagar entre el fuego y la matanza.

      A un bien aspira todo vicio humano;
      Teñida en sangre, la ambición impía
      Sueña en el mando y el laurel glorioso.

      Sola tú, envidia horrenda, monstruo insano,
      Ni conoces ni esperas la alegría;
      Que ¿dónde irás que no haya un venturoso?
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    La esperanza
      Dulce esperanza, del prestigio amado
      Pródiga siempre, que el mortal adora,
      Ven, disipa piadosa y bienhechora
      Las penas de mi pecho acongojado.

      Vuelve a mi mano el plectro ya olvidado,
      Y al seno la amistad consoladora;
      Y tu voz, oh divina encantadora,
      Mitigue o venza la crueldad del hado.

      Mas ¡ay!, no me presentes lisonjera
      Aquellas flores que cogiste en Gnido,
      Cuyo jugo es mortal, aunque es sabroso.

      Pasó el delirio de la edad primera,
      Y ya temo el placer, y cauto pido,
      No la felicidad, sino el reposo.
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    La razón inútil
      Es tarde ya para que Amor me prenda
      En su lazo halagüeño y fementido;
      Que aunque tal vez de la razón me olvido,
      El hielo de la edad, ¿quién hay que encienda?

      Es tiempo ¡ay!, triste que a su voz atienda
      Mi juvenil esfuerzo ya perdido,
      Después de haberla insano desoído,
      Cuando ser pudo de mi esfuerzo rienda.

      Así va; los humanos corazones
      Sufren en la verdad y en el engaño;
      Y sin gozar de sí ni un solo día,

      Venden la juventud a las pasiones,
      La edad madura al triste desengaño,
      Y la vejez a la razón tardía.
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